Cofrad¨ªas y cofrades
CONTEMPLAMOS ESTOS d¨ªas versiones divergentes e incluso opuestas de la Semana Santa. Desde los que la presentan corno "una aut¨¦ntica manifestaci¨®n de la fe del pueblo" hasta los que, arrastrados por una especie de fuerza centr¨ªfuga, huyen del centro hasta las playas del Mediterr¨¢neo. Desde los que se cubren con el capirote y desfilan horas y horas en el rigor del silencio a los que viven ajenos a la fiesta o se sorprenden desde la acera al encuentro con una procesi¨®n. Existe una definici¨®n oficial en las cofrad¨ªas, cuidada celosamente por sus dirigentes, que no coincide siempre con la que hace la Iglesia ni las autoridades locales. La complejidad de esta realidad sociorreligiosa que ha dado perfil a nuestras ciudades m¨¢s all¨¢ de los Pirineos reside en su enraizamiento popular. Ella es la que ha dado consistencia a la cofrad¨ªa a trav¨¦s de los siglos, y ella es al mismo tiempo la que la convierte en se?uelo de todos los poderes depredadores.Penetrar en su sustancia no es f¨¢cil. Se corre el riesgo de quedarse en una de sus m¨²ltiples caras y de reducir la cofrad¨ªa a brazo secular de la Iglesia, a un fen¨®meno puramente est¨¦tico o a un negocio bien montado para consumo de caciques y turistas. Todo eso es verdad, pero es mentira tambi¨¦n, porque no es toda la verdad. Las cofrad¨ªas tienen todas ellas rasgos comunes, pero no hay dos iguales ni siquiera en la misma ciudad. No son la Semana Santa, pero no tendr¨ªan raz¨®n de ser sin ella. Muchas han atravesado cuatro siglos de cambios, manteniendo su originalidad primera. Ni las manipulaciones a que se vieron sometidas en el r¨¦gimen anterior, ni los ataques dirigidos por te¨®logos posconciliares que exig¨ªan su depuraci¨®n, ni los intentos secularizadores de los ¨²ltimos a?os han podido con estos bastiones de defensa de los sentimientos familiares, doloridos, resignados, sociales y religiosos de hombres -y ahora tambi¨¦n de mujeres- que han persistido en celebrar la Pasi¨®n de Cristo sin hacer distinci¨®n erudita en las diversas especies de creyentes ni posiciones sociales. Si se tiene en cuenta que la tradici¨®n cofradiera es m¨¢s fuerte en regiones que no se han caracterizado por su dinamismo social, ni por su industrializaci¨®n, ni por su nivel de cultura religiosa, el cuadro de circunstancias que han dado ser y poder a las cofrad¨ªas se hace, como fen¨®meno asociativo, m¨¢s sorprendente.
Probablemente, aparte de la herencia patrimonial que legaron los escultores de nuestro barroco, guiados por mecenas que vivieron la gran preocupaci¨®n postridentina de la catequesis contrarreformista, el rasgo que explica la presencia de esta hilera anacr¨®nica de pasionistas y armados, de nazarenos y costaleros en las calles de Sevilla y Valladolid, de Zamora y Cartagena, con ser tan diferentes, es el de su especial sensibilidad est¨¦tico-religiosa colectiva.
La cofrad¨ªa del barrio o del distrito agrupa a todas sus gentes. La de origen artesanal, jerarquizada en su origen, conserva s¨®lo el recuerdo de aquella primera estructura. Las de formaci¨®n m¨¢s horizontal tampoco puede hoy atribuirse a una determinada clase. En una sociedad como la nuestra, tan reacia al asociacionismo, la cofrad¨ªa ha tenido y sigue teniendo una gran significaci¨®n cultural, pol¨ªtica y religiosa. Prueba de ello son los esfuerzos que la Iglesia hace para mantenerlas en la ortodoxia del Concilio.
Sin embargo, una cofrad¨ªa no es una realidad h¨ªbrida, por mucho que en ella se mezclen los agn¨®sticos y los creyentes, los esteticistas y los aprovechados, los famosos y los an¨®nimos, los poderosos y los oprimidos. La cofrad¨ªa es un tejido de lona fuerte capaz de acoger todos los vientos y de impulsar singladuras que desaf¨ªan a los poderes manipuladores. Con la democracia se han hecho m¨¢s fuertes ante el poder pol¨ªtico, y sus ra¨ªces en los estratos m¨¢s profundos de las creencias demuestran que desde Trento al Vaticano II muchos pueblos de Espa?a mantienen su propio perfil cultural y religioso que administra y selecciona, acepta o rechaza lo que casa con su propia manera de vivir su credo ancestral. Con todas sus desviaciones, cortezas y hojarasca, las cofrad¨ªas son ¨¢rboles perennes de nuestro paisaje. Una manera, tambi¨¦n, de conocer Espa?a.
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