P¨¦rdida de sustancia
El jard¨ªn de los cerezos.
El jard¨ªn de los cerezos es una obra que, sobre su creaci¨®n original en el Teatro de Arte de Mosc¨² (1904), se ha ido creando a s¨ª misma con el paso del tiempo: los datos de la historia y de la sociedad (ca¨ªda de la burgues¨ªa, revoluci¨®n sovi¨¦tica, nuevos valores en las re laciones humanas, desprestigio de las diferencias de clases han revelado su propia riqueza. No es una cuesti¨®n de interpretaciones o lecturas, todo est¨¢ en el original. Es una pieza de atm¨®sfera, de trama muy tenue, donde la impresi¨®n se consigue por los silencios, los di¨¢logos y los mon¨®logos.La versi¨®n que entrega ahora el Centro Dram¨¢tico Nacional la aborda de una manera muy distinta, y sorprende. No agradablemente. Est¨¢ dominada por un decorado monumental y por un vestuario suntuoso, que tienen toda la belleza propia de un artista de primer orden como es Gerardo Vera, pero que son capaces de aplastar todo el valor de la obra. El escenario ¨²nico es un grandioso armaz¨®n de hierro y cristal, con corredores y escaleras, que deja en el centro un gran espacio exento, levemente amueblado, s¨®lo para cubrir las referencias a los objetos que hay en el texto. Hay algunas met¨¢foras en este decorado, y quiz¨¢ su forma de rememorar una estaci¨®n ferroviaria belle ¨¦poque, con su sensaci¨®n de despedida, de adi¨®s, puede haber sido su idea te¨®rica. Sin embargo, toda la densidad de la obra est¨¢ en el mundo interior, en los personajes rodeados de sus objetos, sus muebles, sus paredes, que no han de ver m¨¢s. La presencia del mundo exterior enfr¨ªa, inutiliza la acci¨®n y la relaci¨®n de los personajes con el hogar. Estos personajes est¨¢n vestidos no con trajes, sino con figurines, una imitaci¨®n de su ¨¦poca hecha desde la nuestra. Los actores, aun de la calidad que tienen los de este reparto, est¨¢n como r¨ªgidos, privados de la flexibilidad corporal, de la capacidad de expresi¨®n. Los figurines, armonizados, entonados unos con otros, hacen a los personajes iguales en el sentido del estilo, de los materiales, de los colores: desaparece en esa identidad toda la gradaci¨®n de clases sociales e intelectuales que forma parte de la riqueza y el contraste de la obra. Hay una riqueza de tejidos, una selecci¨®n de dibujos en las telas y en las prendas de punto que gusta contemplar y en la que se reconoce una maestr¨ªa pict¨®rica. Pero la obra, lo que se est¨¢ diciendo, es otra cosa.
De Chejov (1904)
Traducci¨®n de Irina Kuberskaya. Versi¨®n castellana de Mar¨ªa Ru¨ªz, Jos¨¦ Carlos Plaza y William Layton. Interpretaci¨®n: Fernando Delgado, Lola Mateo, Jos¨¦ Pedro Carri¨®n, Enriqueta Carballeira, Julia Guti¨¦rrez Caba, Paca Ojea, Manuel Collado ?lvarez, Berta Riaza, Rafael Alonso, Alberto de Miguel, Gabriel Llopart, Chema Mu?oz, Fernando San Segundo, Paula Borrell, Jorge Amich, Mariano Barroso, Joaqu¨ªn Notario, Gabriel Garbisu. Escenograf¨ªa y vestuario: Gerardo Vera. Directora asesora: Mar¨ªa Ruiz. Direcci¨®n: William Layton y Jos¨¦ Carlos Plaza. Producci¨®n del Centro Dram¨¢tico Nacional. Reposici¨®n: teatro Mar¨ªa Guerrero, 11 de abril de 1986.
Algo parecido sucede con el di¨¢logo. Chejov est¨¢ lleno de matices y de sutilezas, de profec¨ªas y nostalgias, de descripci¨®n interna y externa de los caracteres: dar esa riqueza ser¨ªa una cuesti¨®n de traductor-escritor de calidad, y el esfuerzo hecho por los directores para escribir ellos mismos esa versi¨®n no tiene sentido. Todos hablan igual, en el sentido con que todos visten igual: esto es, con una misma escritura, donde se distinguen en lo que dicen y no en c¨®mo lo dicen. Hay pocas dudas sobre la capacidad interpretativa de Julia Guti¨¦rrez Caba, el personaje pr¨®digo, fant¨¢stico, irresponsable, apenado, humano, tierno, se le convierte en frialdad y elegancia. Podr¨ªa decirse lo mismo de Berta Riaza, tan gran actriz, disfrazada de ilusionista; de Fernando Delgado, de Manuel Collado o de Rafael Alonso. Un personaje como el del eterno estudiante, en quien est¨¢ despositado el poder de augurio, el desprecio por lo que se va unido a la participaci¨®n en la nostalgia de los que quedan expulsados, se deshace en Chema Mu?oz. Los directores no relacionan los personajes entre s¨ª, no los engarzan en el espacio, no los unen a los objetos.
Hay una malversaci¨®n de talentos. Incluidos los de William Layton, Jos¨¦ Carlos Plaza y Gerardo Vera. Se han entregado con fruici¨®n a lo material, y se les ha perdido lo espiritual o lo significativo, por mucho esfuerzo que pongan en buscarlo. La p¨¦rdida de sustancia es continua, y el placer que pueda sugerir la contemplaci¨®n no es suficiente para compensar la huida de la obra.
Jos¨¦ Carlos Plaza, en unas breves palabras, dedic¨® la noche a William Layton; fue ¨¦l quien, efectivamente, trajo una semilla, la hizo fructificar y ayud¨® a crear algunas de las importantes personalidades de nuestro arte teatral.
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