Pez
Con singular vesania se cebaron los hados sobre esta calle inerme, hasta hace unos a?os pr¨®spera gran v¨ªa de un barrio hospitalario que acog¨ªa a los estudiantes de la universidad de San Bernardo.Cuando los pretorianos de turno decidieron trasladar a los revoltosos estudiantes extramuros de la urbe, creyeron haber firmado la sentencia de muerte de la zona. Pero la calle del Pez resucit¨® y sus comerciantes, unidos ante la adversidad, ofrecieron a su mermada clientela bonos y rebajas, iluminaciones navide?as y una campa?a radiof¨®nica con el eslogan, en forma de SOS: Quien compra en la calle del Pez, bien sabe lo que se pesca.
Los especuladores inmobiliarios tuvieron que esperar; poco a poco fueron cerrando las pensiones, las casas de comidas y las librer¨ªas. Mientras, se iban abriendo en el asfalto inexplicables zanjas, socavones impert¨¦rritos que entorpec¨ªan el tr¨¢fico y ensuciaban los escaparates. Ca¨ªan de las alturas fragmentos de cornisa, e incluso edificios enteros se desplomaban en silencio.
Sobreviven, La Pelota de Goma, uno de los primeros bazares madrile?os dedicados a juguetes y objetos de este material, y una antigua droguer¨ªa que exhibe sus orgullosos, reclamos La Cervantina, ya que no libros de textos, ofrece en sus anaqueles la ¨²ltima edici¨®n del Zaragozano, relamidos cuentos infantiles, ¨¦xitos de venta editoriales y libros de salud. El Arca de No¨¦, esquilmada por los coleccionistas de recortables, sigue ofertando art¨ªculos de broma, fiesta o escritorio; hay una discreta f¨¢brica de papeles pintados y pantallas para l¨¢mparas, una filatelia, una tienda de modas infantiles con un maniqu¨ª manchado de chocolate y en un piso una f¨¢brica de cajas de cart¨®n y sombrereras de esas que tan garbosamente portaban hace unos a?os las modistillas del barrio.
Todav¨ªa se puede desayunar en El Palentino entre la abigarrada clientela, o en el Mokambo, con su decoraci¨®n de trofeos de caza y estatuillas africanas, y, despreciando el riesgo, penetrar en los humildes atrios del Palacio del Vino, parapetado entre las vigas que apuntalan el edificio.
Entre los m¨¢s notables destaca el Palacio de Bornos, cuya destrucci¨®n fue frenada in extremis. Quir¨²rgicamente vaciada, seg¨²n el ¨²ltimo subterfugio inmobiliario, la que fuera mansi¨®n de una de las familias m¨¢s ricas de la villa, y que alberg¨® en sus ¨²ltimos a?os de existencia un sal¨®n de billar, un colegio y una almoneda, se reconvierte en edificio de apartamentos.
En la esquina de la calle Ancha est¨¢ el palacio del banquero Bauer, representante de la casa Rotschild, que jug¨® a mecenas y leg¨® lo que ser¨ªa el viejo conservatorio y la Escuela de Canto. En sus bajos, Beringola recuerda los tiempos de la Universidad con sus orlas fotogr¨¢ficas.
Pero el edificio m¨¢s notable, pese a su humilde traza actual, es, sin duda, el viejo monasterio de San Pl¨¢cido, entre San Roque y Madera, modestamente reconstruido, escenario de las correr¨ªas nocturnas de Felipe IV y del mismo Lucifer, que tom¨® posesi¨®n de sus m¨¢s j¨®venes y escogidas novicias a trav¨¦s de su confesor, en una trama que hubiera hecho empalidecer a los demonios de Loudun y dem¨¢s ¨ªncubos de la cr¨®nica negra.
Para otro d¨ªa han de quedar muchas de las historias que acaecieron en San Roque y en Madera, donde tuvo casa Quevedo, y en otras bocacalles como Minas y Tesoro, Molino de Viento, Pizarro o Cruz Verde.
El viejo cinemat¨®grafo de sesi¨®n continua, tras una breve etapa como teatro, ofrece dobles programas marcados con la X frente a los muros del convento, y junto a la desolada plazoleta de Carlos Cambronero abre sus bellos balcones la Casa de Le¨®n, en cuyas salas se celebraban populares bailes dominicales.
Un peque?o pez incrustado en una de sus fachadas recuerda los or¨ªgenes de la calle. Aqu¨ª ten¨ªa su finca Juan Coronel, padre de una de las primeras novicias de San Pl¨¢cido, que decidi¨® tomar los h¨¢bitos afectada por la muerte de su pez favorito en el estanque dom¨¦stico.
Cubierta de cicatrices y remiendos, la calle del Pez mira d¨ªa a d¨ªa c¨®mo van cayendo sus cornercios tradicionales, desconcli¨¢ndose sus muros y quebrant¨¢ndose sus cimientos. Su devastado paisaje es una denuncia a voces del abandono criminal al que se ve sometido el centro de Madrid.
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