Las, tres caras de una mujer necesaria
En marzo de 1963, Simone de Beauvoir, que falleci¨® ayer en Par¨ªs a los 78 a?os, terminaba el tercer volumen de esa autobiograf¨ªa que acaso sea su obra, maestra, compuesta por Memorias de una Joven formal, La fuerza de la edad y La fuerza de las cosas, y que terminar¨ªa muchos a?os despu¨¦s con En resumidas cuentas. En la ocasi¨®n citada, la esciritora dec¨ªa: "Vuelvo a ver las promesas que me enloquec¨ªan en mi juventud cuando contemplaba esa mina de oro a mis pies, toda una vida para vivir. Esas promesas se. han cumplido. Y sin embargo, volviendo una mirada incr¨¦dula hacia aquella adolescente cr¨¦dula, miro con estupor hasta qu¨¦ punto he sido estafada"Este final fue muy comentado en la ¨¦poca, como si en esa estafa se encerrarse una especie de fracaso fundamental en la vida y en la obra de una de las m¨¢s famosas escritoras de nuestro tiempo, y desde luego una de las m¨¢s influyentes. ?Fracaso? ?C¨®mo se pod¨ªa hablar as¨ª tras una carrera excepcional que la hab¨ªa llevado al triunfo de manera inexorarable por el mundo entero? Ella se hab¨ªa convertido en la gran sartrisa, la eterna compa?era aIternativa del gran Jean Paul Sartre, y formaban una pareja ya legendaria.
Estafa
La estafa a la que se refer¨ªa Simone de Beauvoir nada ten¨ªa que ver con el fracaso, desde luego. Cuando la juventud acaba, el sentimiento generalizado no incita demasiado al optimismo; cuando las empresas se realizan, la distancia entre el proyecto y el resultado invita al escepticismo. Simone de Beauvoir se hab¨ªa lanzado a tumba abierta a una serie de empresas de primera magnitud: a la propagaci¨®n y recreaci¨®n de una doctrina filos¨®fica concreta, el existencialismo; a una revoluci¨®n pol¨ªtica progresista. que le iba a dar muchos quebraderos de cabeza y que y formaba parte de las ilusiones perdidas, Como las de Balzac; a una labor de militante feminista de in flujo universal; a la creaci¨®n de una obra literaria que al final -y a pesar del Premio Goncourt a la m¨¢s indiscreta de sus novelas, Los mandarines- se revelaba de un alcance m¨¢s limitado que el previsto; y a la creaci¨®n, con Sartre, d un modelo de pareja que se pretendi¨® ejemplar y que sin duda lo fue, pero que tambi¨¦n la hizo sufriy no fue siempre placentera. Ella fue, frente a las "contingentes", la ,mujer "necesaria", dijo el fil¨®sofo. Terminolog¨ªa t¨¦cnica que no por ello duele menos.
Demasiada ambici¨®n acaso en la hermosa persona de aquella joven perteneciente a la buena burgues¨ªa parisiense que lleg¨® a ingresar en una carrera escolar impresionante en la legendaria Escuela Normal Superior de la calle de Ulm, al lado de hombres como Sartre, Nizan o Raymond Aron. Sus novelas sorprendieron, pues su t¨¦cnica era m¨¢s cuidadosa y depurada que la de Sartre. En el teatro, Simone de Beauvoir no pudo competir con su compa?ero, ni en la filosof¨ªa; pero entonces se revel¨® como una excelente reportera y autora de libros pol¨ªticos, como La larga marcha, sobre la revoluci¨®n china, o Am¨¦rica d¨ªa a d¨ªa, sobre Estados Unidos. Intent¨® explicar una moral de la ambig¨¹edad, salvar de la hoguera al marqu¨¦s de Sade en ?Hay que quemar a Sade?, y estudiar la filosof¨ªa de la derecha francesa.
Las novelas
Pero al final quedaban sus novelas, sobre todo la citada Los mandarines, otra tambi¨¦n autobiogr¨¢fica -La invitada- y la imaginaria Todos los hombres son mortales.
Sin embargo, al lado de la literatura Simone de Beauvoir abri¨® otros dos frentes en los que su autenticidad y la intensidad de su testimonio le iban a propocionar una eficacia mucho mayor toda v¨ªa. Primero fue su testimonio como mujer, all¨ª donde Jean Paul Sartre precisamente ya no pod¨ªa acompa?arle. En 1949, cuando publica El segundo sexo y encuentra la c¨¦lebre frase de "la mujer no nace, se hace", la escritora se con vierte.en el inexcusable y central punto de referencia de toda la literatura feminista internacional. A partir de entonces, este libro es la Biblia de donde parten los actuales movimientos feministas, que en ¨¦l, aunque s¨®lo sea parcialmente o negando muchas de sus afirmacio nes, empiezan a reconocerse.
Y la tercera cara de esta Eva re novada fue la de la memorialista de la que he hablado al principio. Pienso que -Simone de Beauvoir atraves¨® limpiamente sus proyectos filos¨®ficos y literarios para llegar pura y simplemente a la necesidad de contar su vida. Una vida donde la estafa que sent¨ªa se reconvert¨ªa en victoria merced a su propia escritura. Contar esa estafa era ya vencerla, y cuando termin¨® el cuarto volumen la escritora fue mucho m¨¢s cauta: "Esta vez no dar¨¦ conclusi¨®n ninguna a mi libro. Abandono al lector del cuidado de sacar las que le plazcan".
Por en medio, algunas gotas de lirismo se hab¨ªan introducido en otros libros aparentemente menores, en especial en uno de ellos, Una muerte muy dulce, dedicado al fallecimiento de su madre.
Y este lirismo soterrado, sereno y cuidadoso, que al mismo tiempo atravesaba en ocasiones su tetralog¨ªa autobiogr¨¢fica, se desencaden¨® al final con motivo de la muerte de su compa?ero necesario, Jean Paul Sartre. Su libro La ceremonia de los adioses fue recibido de manera desigual: los sartrianos -y quedamos muchos, aunque s¨®lo sea por memoria literaria o por literatura simplemente- lo adoraron, mientras sus adversarios le acusaron de impudor.
El compa?ero
Acaso porque la escritora cuenta all¨ª, en un momento excepcional que se tendi¨® en el mismo lecho donde resposaba el cad¨¢ver de su compa?ero reci¨¦n fallecido. La descripci¨®n de la lenta e implacable degeneraci¨®n f¨ªsica de Sartre, de su ceguera, de sus vacilaciones y titubeos f¨ªsicos y hasta pol¨ªticos, alcanza l¨ªmites en ocasiones poco soportables, pero siempre terribles y serenos.
Y el lirismo de la escritora, que en la mayor¨ªa de los casos llegaba velado por la reflexi¨®n y la autodisciplina, estalla aqu¨ª en momentos inolvidables.
Por ejemplo al final, y quiero terminar estas notas apresuradas precisamente con esta cita, en la que Simone de Beauvoir rechaza la acusaci¨®n que se le hizo de silenciar a su compa?ero Jean Paul Sartre la gravedad de su estado: "Amaba la vida. Lo hab¨ªa pasado muy mal para asumir su ceguera,
Y sus enfermedades. Si hubiese conocido mejor la amenaza que pesaba sobre ¨¦l, ello hubiera ensom.brecido in¨²tilmente sus ¨²ltimos a?os. De todas formas, yo vagaba como ¨¦l, entre el temor y la esperanza. Mi silencio no nos separ¨®. Su muerte nos separa. Mi muerte no nos reunir¨¢ tampoco. As¨ª es: ya ha sido hermoso que nuestras vidas hayan podido acordarse durante tan largo tiempo".
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