Gorbachov y Chernobil
POR FIN, a los veinte d¨ªas de la cat¨¢strofe, ha hablado Mijail Gorbachov. Ser¨ªa absurdo no reconocer en su discurso algunos aspectos positivos. Pero en sus palabras se reflejan todav¨ªa muchas reticencias y dificulta des, principalmente en relaci¨®n a la publicidad sobre el accidente, cuya realidad misma desmiente la contumaz tendencia de los sovi¨¦ticos a presentar en tonos optimistas todo lo que ocurre en su pa¨ªs. Gorbachov ha dicho que "lo peor ha pasado", pero todo su discurso demuestra que las consecuencias de Chemobil pesan de una manera muy seria sobre la vida sovi¨¦tica y que su supe raci¨®n es un problema de largo alcance. El tono y las propuestas del discurso indican que el l¨ªder sovi¨¦tico se dirig¨ªa a una opini¨®n p¨²blica conmovida por leg¨ªtimos temores y a la que quer¨ªa tranquilizar. No es ninguna minucia que el Bur¨® Pol¨ªtico haya designado una comisi¨®n especial, dirigida por el jefe del Gobierno, para seguir directamente la cuesti¨®n.El conjunto de propuestas formulado por Gorbachov, para internacionalizar la vigilancia de las centrales nucleares y garantizar en caso de accidente una informaci¨®n urgente, responde a un hecho que Chernobil ha puesto de relieve de forma dram¨¢tica: los grav¨ªsimos peligros inherentes al empleo de la energ¨ªa nuclear desbordan las fronteras, son transnacionales por su naturaleza misma. Cabe incluso advertir, en esas propuestas, cierta autocr¨ªtica indirecta de lo que ha sido la conducta de las autoridades sovi¨¦ticas. Cuando Gorbachov pide ahora un sistema internacional que garantice informaciones urgentes en los casos de accidente, es inevitable recordar que eso es precisamente lo que los sovi¨¦ticos no han hecho. Por eso las cr¨ªticas que ha formulado, a la Prensa occidental son, en t¨¦rminos generales, totalmente infundadas. No se puede olvidar que en Europa occidental las primeras noticias sobre la cat¨¢strofe llegaron de Escandinavia, al registrarse all¨ª la nube radiactiva, no de Kiev ni de Mosc¨².
Si tenemos en cuenta que, en este terreno, las primeras reacciones de Washington han sido m¨¢s bien favorables, parecen existir condiciones para que se den pasoshacia nuevas medidas de control y vigilancia internacionales de las centrales nucleares, reforzando los poderes del Organismo Internacional de la Energ¨ªa At¨®mica (OIEA)de Viena. Pero ser¨ªa absurdo ignorar los obst¨¢culos que siempre han impedido un avance serio en ese sentido. En ciertos pa¨ªses, como la URS S y EE UU, no hay una frontera delimitada entre el uso pac¨ªfico y el uso militar de la energ¨ªa nuclear, ya que de algunas centrales, como la de Chernobil, sale el mineral para las bombas. ?Est¨¢ Gorbachov dispuesto a aceptar un sistema de vigilancia internacional incluso en esos casos? Se r¨ªa un cambio serio, pero por ahora no est¨¢ claro que se produzca.
De otra parte, el impacto de la cat¨¢strofe de Chernobil sobre la conciencia de los ciudadanos europeos ha sido muy profundo, porque ¨¦stos han sentido de golpe lo que puede significar una radiactividad provocada, por sorpresa, incluso en una planta nuclear de uso pac¨ªfico. Esta vez han visto aparecer el horror nuclear no ya en descripciones literarias o en las pantallas del cine, sino que ha irrumpido -aunque sea en dosis diversas- en su vida diaria. El temor llev¨® a que en varias ciudades de la Rep¨²blica Federal de Alemania miles de ni?os permaneciesen encerrados en casa sin asistir a la escuela; a que en el norte de Italia se prohibiera el consumo de agua, de leche o de legumbres, y a que se suspendieran las importaciones de productos alimenticios que proven¨ªan de los pa¨ªses del Este que pod¨ªan estar sometidos a radiaciones.
El propio discurso de Gorbachov confirma que la URSS carec¨ªa de toda preparaci¨®n, mental y material, ante la eventualidad de una cat¨¢strofe como la ocurrida y, en consecuencia, ha aplicado los peores m¨¦todos tradicionales del secreto de Estado. Pocas veces se ha visto con tanta nitidez que la libertad de informaci¨®n no es s¨®lo una exigencia democr¨¢tica, sino una necesidad inherente al mundo moderno.
Tanto en el discurso de Gorbachov como en el comunicado de los siete en Tokio, se reafirma la necesidad de seguir desarrollando la energ¨ªa de origen nuclear. Sin embargo, todos los sondeos indican que, al menos en Europa, una creciente corriente de opini¨®n es contraria a tal desarrollo; y es lamentable que no pueda disponerse de un sondeo semejante sobre la URSS. Parece evidente que, adem¨¢s de la demanda de medidas para elevar la seguridad y darle un car¨¢cter supranacional, el problema en s¨ª de la utilizaci¨®n de la energ¨ªa nucl ea¨ªva a ser un tema central en la pol¨ªtica europea de los pr¨®ximos a?os.
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