Chirac, ante la realidad del poder
CON LA primera huelga masiva en radio y televisi¨®n, choques violentos en el Parlamento y un endurecimiento visible de la actitud de los sindicatos, el Gobierno de Chirac se enfrenta, a los dos meses de su formaci¨®n, con dificultades mayores de las previstas. Cuando Chirac hizo p¨²blica su decisi¨®n de asistir a la cumbre de Tokio, algunos comentaristas creyeron que ello provocar¨ªa el estallido de la cohabitaci¨®n. Sin embargo, un inteligente encaje de bolillos, con el retraso de su llegada y con permanentes consultas entre los asesores del presidente y del primer ministro, permiti¨® que esa prueba pasase sin apenas incidentes y ofreciendo al exterior cierta sensaci¨®n de unidad francesa en las cuestiones mundiales.En el terreno de la pol¨ªtica interior, sin embargo, las cosas se, presentan en condiciones muy diferentes. Presionado por su mayor¨ªa, Chirac ha decidido poner en marcha, con un ritmo r¨¢pido, los puntos esenciales de sus compromisos electorales. En el terreno econ¨®mico, despu¨¦s de derrotar una moci¨®n de censura socialista, tiene ya en sus manos una ley que le permite, mediante ordenanzas, o sea, decretos del Gobierno refrendados por el presidente de la Rep¨²blica, tomar medidas importantes, como suprimir los controles de precios, aligerar las cargas sociales y fiscales que pesan sobre las empresas, llevar a cabo la privatizaci¨®n de unas 65 empresas industriales o grupos bancarios que pertenecen al Estado, algunos de ellos desde 1945. En la cuesti¨®n del terrorismo, la demagogia electoral anunciando cambios radicales en cuanto los socialistas saliesen del Gobierno ha sido desmentida por el tr¨¢gico recrudecimiento de los atentados y el resurgir del nacionalismo violento en C¨®rcega.
En este punto, la respuesta del Gobierno se ha distinguido de la pol¨ªtica anterior por la utilizaci¨®n de peinados masivos, pero sin resultados visibles. Para compensar tal ineficacia operativa, Chirac ha elaborado una ley mediante la cual se ampl¨ªa de dos a cuatro d¨ªas el plazo de detenci¨®n antes de la presentaci¨®n ante el juez, y se introduce un sistema de gracias en favor de los "arrepentidos" semejante al italiano. Sin embargo, la novedad m¨¢s llamativa est¨¢ fuera del ¨¢mbito de lo legal: el ministro del Interior, Charles Pasqua, un derechista de combate, ha anunciado que la polic¨ªa recompensar¨¢ con sumas de dinero a quienes faciliten informaciones sobre actividades terroristas. M¨¦todo que, adem¨¢s de repugnar a toda conciencia democr¨¢tica, es sumamente peligroso porque estimula toda clase de delaciones atra¨ªdas por el lucro.
Las ¨²ltimas noticias indican que Chirac va a encontrarse con obst¨¢culos particularmente serios en dos terrenos: por un lado, se est¨¢ produciendo una reacci¨®n en¨¦rgica y coincidente de los diversos sindicatos ante las medidas regresivas, en el plano social, programadas por el nuevo primer ministro. Por otro lado, la reforma del sistema electoral, pasando del proporcional al mayoritario, ha creado al Gobierno serias dificultades, oblig¨¢ndole a pedir un voto de confianza para evitar interminables debates parlamentarios.
La reforma electoral es decisiva para Chirac en su objetivo de que la derecha obtenga una mayor¨ªa sustancial y estable en las pr¨®ximas elecciones legislativas, que con toda probabilidad seguir¨¢n a las presidenciales de 1988. Ahora bien, el sistema mayoritario implica casi con toda seguridad la eliminaci¨®n del Parlamento del Frente Nacional de Le Pen y de los comunistas, que obviamente votar¨¢n a favor de la moci¨®n de censura. Por a?adidura, el llamado d¨¦coupage, o sea, la nueva configuraci¨®n de las circunscripciones electorales, que favorece o perjudica a unos u otros partidos, ha enfrentado duramente a Chirac y Giscard d'Estaing en funci¨®n de los beneficios que se derivan para el RPR frente al UDF, partidos que encabezan, respectivamente, uno y otro.
En todo caso, no hay que olvidar que Francia vive en cierto modo una etapa de transici¨®n: el verdadero objetivo de Chirac es preparar su ¨¦xito en las elecciones presidenciales de 1988, y ello le exige demostrar que es capaz tanto de aplicar el programa de la derecha como de gobernar con una visi¨®n nacional, por encima de partidismos.
En esta coyuntura, los sondeos indican un ascenso del apoyo popular a Mitterrand, y ¨¦ste empieza a descubrir sus armas. Constitucionalmente, el presidente de la Rep¨²blica dispone de tres instrumentos para oponerse al Gobierno: disolver el Parlamento, convocar un refer¨¦ndum o dimitir, provocando as¨ª una anticipada elecci¨®n presidencial. Mitterrand ha dicho claramente que no utilizar¨¢ los dos primeros, pero s¨ª que dimitir¨¢ en ¨¦l caso de que alguna medida del Gobierno amenace "la unidad de Francia" u otro l¨ªmite que considere fundamental. Tal posici¨®n constituye una verdadera espada de Damocles para Chirac, porque una elecci¨®n presidencial anticipada es lo que menos le conviene. La evoluci¨®n hacia la derecha est¨¢ en marcha, pero sobre ella pesa una hipoteca que Mitterrand cultiva con eficacia.
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