Los secretos de Estado y las filtraciones.
Durante tres d¨¦cadas, como periodista y director de peri¨®dico en esta ciudad rebozada en secretos que es Washington, presidentes y secretarios de Estado y de Defensa y directores de la Agencia Central de Inteligencia han pedido a m¨ª y a mis compa?eros periodistas y directores que no public¨¢ramos ciertos art¨ªculos en nombre de la seguridad nacional.Algunos art¨ªculos no fueron publicados nunca. Otros siguen sin publicarse. Muchos m¨¢s se publicaron. Y muchos m¨¢s se publicar¨¢n.
Hace poco, Michael I. Burch, principal portavoz del Departamento de Defensa, dijo lo siguiente: "Es un hecho que el secretario de Defensa y algunos otros miembros de este Gobierno tienen la misi¨®n, encomendada por la ley, de mantener la seguridad nacional. Incurrir¨ªan en negligencia si no intentaran mantenerla. La protecci¨®n de la informaci¨®n, por ley, nos corresponde a nosotros".
No tengo nada que oponer. Es tarea del Gobierno guardar los secretos. Y, tal como yo lo entiendo, es tarea de periodistas y directores averiguar esos secretos y decidir si deben revelarse al p¨²blico o si deben mantenerse ocultos en los oscuros armarios del secreto.
Ahora bien, es precisamente tal opini¨®n la que les crea problemas a los directores. Cuando era ni?o y me pon¨ªa contest¨®n en casa, mi madre me preguntaba: "?Qui¨¦n se ha muerto que te ha dejado a ti de jefe?". Era la forma que ella ten¨ªa de hacer exactamente la misma pregunta a la que tienen que hacer frente constantemente los directores de Prensa en Estados Unidos: qui¨¦n y qu¨¦ nos da el derecho a decidir lo que es un secreto nacional; nadie nos ha elegido. Todos invocamos la primera enmienda y alos padres fundadores, el derecho del pueblo a estar infonnado y los tribunales que, a. lo largo de m¨¢s de 200 a?os, han dado a esta naci¨®n la Prensa m¨¢s libre del mundo y, no por casualidad, la sociedad m¨¢s libre.
MILLONES DE SECRETOS
Lo primero que se aprende es que es imposible, no simplemente improbable, sino imposible, hacer el trabajo diario sin darse de bruces con alg¨²n secreto. Seg¨²n un c¨¢lculo, este a?o se han archivado 20 millones de documentos federales, 20 millones. De ¨¦stos, 350.000 han sido clasificados como de alto secreto, designaci¨®n que significa que, en caso de revelarse la informaci¨®n contenida en el documento, provocar¨ªa "da?os excepcionalmente graves" a la seguridad de la naci¨®n. Seg¨²n un art¨ªculo reciente, s¨®lo el Departamento de Estado tiene 1.500.000 documentos secretos en sus cajas fuertes.
Es maravilloso c¨®mo cualquiera de los cuatro millones de ciudadanos norteamericanos que tienen acceso a informaci¨®n clasificada pueden recordar lo que es secreto y lo que no.
Para resumir, si le quiere saber algo sobre el Gobierno hay que enterarse de los secretos (son much¨ªsimos).
Un segundo aspecto relacionado con lo anterior que hay que tener en cuenta es que los periodistas y los directores no se inventan los secretos, sino que se los dicen. O, para emplear la jerga apropiada, se les filtran los secretos.
?Qu¨¦ razones podr¨ªa tener nadie, incluyendo quiz¨¢ un director de la Agencia Central de Inteligencia, para proporcionar a un periodista alguna informaci¨®n clasificada como secreta o violar la seguridad nacional? Pues bien, las razones no son nada extra?as. En muchos documentos se pone la etiqueta de secreto no para proteger un secreto aut¨¦ntico, sino para evitar ciertas revelaciones aut¨¦nticamente embarazosas, o para ocultar una extralimitaci¨®n en los gastos, o un abuso de poder, o para impedir las cr¨ªticas, o para evitar la inspecci¨®n p¨²blica, o simplemente por costumbre.
?Por qu¨¦ se retira a algunos documentos la etiqueta de secreto, lo que se denomina filtraci¨®n deliberada? Con frecuencia, para beneficiar a alg¨²n pol¨ªtico o alg¨²n partido pol¨ªtico. Tambi¨¦n, en muchos casos, para crear problemas a otro pol¨ªtico. A veces, para enviar un mensaje al enemigo. En la mayor¨ªa de los casos, el verdadero motivo es colocar en una situaci¨®n de desventaja a un enemigo interno. Y s¨®lo en muy raras ocasiones se hace en beneficio de los ciudadanos.
A modo de ejemplo exquisito, he aqu¨ª el siguiente:
Era el a?o 1964. Lyndon Baines Johnson iba a celebrar una conferencia de prensa que iba a ser retransmitida a la naci¨®n por televisi¨®n. Quer¨ªa decir al pueblo norteamericano algo que estuviera en los titulares de los peri¨®dicos a la ma?ana siguiente. Pidi¨® a sus asesores que le dieran ese algo especial.
Se le sugiri¨® que revelase uno de los secretos m¨¢s celosamente guardados por los militares: la existencia de un sucesor al avi¨®n esp¨ªa U-2. Se le dijo a Johnson que la revista Aviation Week ten¨ªa toda la informaci¨®n y que iba a revelarla rompiendo la seguridad.
Johnson apareci¨® en la televisi¨®n y anunci¨® p¨²blicamente por primera vez la existencia del predecesor del SR-71, entonces conocido como A- 11. Logr¨® los titulares que quer¨ªa a la ma?ana siguiente. Aviation Week recibi¨® disculpas de las fuerzas a¨¦reas y del vicesecretario de Defensa, Arthur Sylvester. Aviati¨®n Week no hab¨ªa tenido la menor intenci¨®n de publicar lo que sab¨ªa sobre el A-11. Por el contrario, actuando de buena fe, estaba. guardando el secreto.
Esta historia tiene una nota a pie de p¨¢gina maravillosa. Williams Hawkins, actualmente jubilado y por entonces vicepresidente de la secci¨®n de aviones de la Lockheed donde se construyeron el U-2 y el A-11, le dijo, al Wall Streel Journal el pasado mes de septiembre que Johnson revel¨® el secreto del SR-71 en televisi¨®n porque "decidi¨® que quer¨ªa apuntarse el m¨¦rito de su creaci¨®n".
UN ARMA IMPOSIBLE
M¨¢s recientemente, los periodistas han estado intentando obtener los resultados de las pruebas de rendimiento de DIVAD, el arma de la Divisi¨®n de Defensa A¨¦rea en la que el Pent¨¢gono emple¨® m¨¢s de 1.800 millones de d¨®lares antes de cancelar las investigaciones debido a que su rendimiento era horriblemente pobre. ?Qu¨¦ pod¨ªa haber de secreto en los resultados de un arma que no vamos a fabricar? ?O es que los informes pueden revelar que deber¨ªa haberse abandonado el proyecto mucho antes de haber despilfarrado 1.800 millones de d¨®lares?
O aparece el bombardero Stealth. ?Est¨¢ compitiendo con el B-1 para granjearse los corazones, las mentes y las carteras del Congreso, o son los Deavers? Sin embargo, los dirigentes del Pent¨¢gono se niegan a decirle a la Prensa, a los ciudadanos o incluso al Congreso cu¨¢nto va a costar el programa Stealth. Los c¨¢lculos var¨ªan sustancialmente. Todos ellos alcanzan miles de millones de d¨®lares. A m¨ª me parece obvio que el pueblo tiene derecho a saber cu¨¢nto va a costarle. Pero puede que este razonamiento sea demasiado simplista.
En Washington se aprende tambi¨¦n que muchos secretos clasificados como tales son del dominio p¨²blico, pero los guardianes del secreto lo ignoran.
Mi amigo y antiguo compa?ero George Wilson cuenta una historia maravillosa de un d¨ªa durante el debate sobre los documentos del Pent¨¢gono en el que ¨¦l y varios abogados de The Washington Post llegaron al despacho del juez David Bazelon para celebrar una reuni¨®n in camera. Se hallaba tambi¨¦n presente un ayudante del almirante Noel Gaylor, por entonces director de la Agencia de Seguridad Nacional. Llevaba consigo un malet¨ªn con cerradura doble. El mensajero le dijo a Bazelon que el Gobierno no quer¨ªa revelar lo que estaba a punto de revelar. Dijo que el juez se iba a enterar de un secreto cuya publicaci¨®n, si se le permit¨ªa publicarlo a The Washington Post, pondr¨ªa en peligro vidas de norteamericanos en Vietnam y ser¨ªa contraria a los intereses de Estados Unidos.
El juez le mir¨® y dijo: "?bralo". El hombre abri¨® la doble cerradura y sac¨® un gran sobre marr¨®n. Bazelon lo abri¨® y sac¨® un sobre blanco. Abri¨® ese sobre y sac¨® otro sobre blanco m¨¢s peque?o, sellado con lacre y con una cinta roja. El juez rompi¨® el sello y rompi¨® el sobre. En su interior hab¨ªa un mensaje interceptado a un transmisor norvietnamita instalado en una isla frente a la costa de Vietnam. Era la transcripci¨®n literal de un mensaje a sus fuerzas armadas. Ese mensaje formaba parte de los documentos del Pent¨¢gono, y el almirante argumentaba que si se publicaba, su resultado ser¨ªa la eliminaci¨®n de una valiosa fuente de recogida de informaci¨®n de inteligencia.
Los abogados de The Washington Post lo leyeron y se quedaron impresionados. Se lo pasaron a Wilson, el admirado corresponsal del peri¨®dico en el Pent¨¢gono. A Wilson le pareci¨® conocido el mensaje. En ese mismo momento tuvo la impresi¨®n de haberlo le¨ªdo antes en una sesi¨®n abierta del Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado que estaba investigando los or¨ªgenes de la guerra de Vietnam. Se encontraba en el archivo p¨²blico y adem¨¢s, por una curiosa circunstancia, Wilson llevaba en ese momento la copia de esa sesi¨®n. Les pas¨¦ la p¨¢gina con la cita a los abogados y luego a Bazelon. Eso decidi¨® la cuesti¨®n a favor de The Washington Post.
George hab¨ªa acudido a la reuni¨®n en
Los secretos de estado y las filtraciones
taxi. El presidente de la junta de directores de The Washington Post le llev¨® a su oficina en una limousine.M¨¢s recientemente, el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, se lanz¨® sobre el cuello de The Washington Post por haber revelado el hecho de que en un vuelo secreto del transbordador espacial se pondr¨ªa en ¨®rbita un sat¨¦lite esp¨ªa. Lleg¨® a acusar a los directores del peri¨®dico de traici¨®n. Poco menos de un mes despu¨¦s, el director de informaci¨®n p¨²blica de las fuerzas a¨¦reas dijo que el art¨ªculo de The Washington Post conten¨ªa poca o ninguna informaci¨®n que no estuviera en los archivos p¨²blicos.
Entre par¨¦ntesis, mi cita favorita sobre el terna de las filtraciones la solt¨® en esta ¨¦poca el senador por Utah. Jake Gam, que estaba tan enfadado con The Washington Post que farfull¨®: "!Si hubiera habido tal irresponsabilidad de: filtraciones y de quienes las publicaron, vio hubi¨¦ramos ganado la II Guerra Mundial".
ROBO Y ESPIONAJE
Lo que Weinberger y Gam prefirieron no tener en cuenta, o quiz¨¢ es que no lo sepan, es que los rnejores secretos jam¨¢s aparecen en publicaciones norteamericanas. Por el contrario, salen tranquilamente por la puerta delantera cuando seres humanos, varios empleados en el Departamento de Def¨¦nsa y en la Agencia Central de Inteligencia, los roban y se los entregan al enemigo, generalmente por dinero o por razones ideol¨®gicas. Esto es lo que sucedi¨® durante la II Guerra Mundial cuando los agentes sovi¨¦ticos de espionaje se infiltraron en el proyecto de creaci¨®n de la bomba at¨®rr¨²ca, el proyecto Manhattan. Y esto es lo que, al parecer, sucede con cada vez m¨¢s frecuencia en la actualidad cuando el FBI anuricia un arresto tras otro de personas quevenden o intentan vender los secretos m¨¢s delicados de la naci¨®n.
Y que yo sepa, jam¨¢s ning¨²n director de peri¨®dico o ning¨²n periodista han sido juzgados por espionaje.
Y ahora llegarnos al enga?o.
Lo m¨¢s preocupante del enga?o, tanto cuavido se practica en nuestro pa¨ªs como fuera de ¨¦l, es que nos quita la posibilidad de saber lo que es verdaderamente cierto. Extrae la m¨¦dula del hueso de la credibilidad. Tal como me dijo un periodista amigo, "cuando crees que sabes algo, tienes que preguntarte si es eso lo que quieren que sepas".
Ahora bien, s¨¦ muy bien que el presidente Reagan ha firmado un decreto prohibiendo a la Agencia Central de Inteligencia practicar el enga?o con la Prensa de Estados Unidos y el pueblo norteamericano. A pesar de todo, mi formaci¨®n period¨ªstica est¨¢ enraizada en el pasado, cuando la Agencia vio actuaba limpiamente y enga?aba a la Prensa y al pueblo.
Por ejemplo, recuerdo cuando los sovi¨¦ticos derribaron a Gary Francis Powers y su avi¨®n esp¨ªa U-2. La CIA se invent¨® una historia de tapadera e hizo que el pobre Walt Bonney, el popular oficial de prensa de la emplumada Administraci¨®n Nacional para la Aeron¨¢utica y el Espacio, enga?ara a los pueblos norteamericano y sovi¨¦tico. Powers, como recordar¨¢n, fue derribado poco antes de que el presidente Eisenhower hubiera de reunirse con Nikita Jruschov en una prometedora reuni¨®n cumbre. La CIA, utilizando a una NASA reacia, le dijo al mundo que el U-2 era un avi¨®n meteorol¨®gico de la NASA descarriado que estaba realizando investigaciones a gran altura. Lo que no sab¨ªan la CIA, la NASA ni Eisenhower era que Jruschov ten¨ªa a Gary Powers con vida y habla. Estados Unidos y su presidente fueron cogidos en una mentira p¨²blica. No fue s¨®lo algo humillante para el presidente Eisenhower, sino que jam¨¢s sabremos qu¨¦ pod¨ªa haber sucedido; se suspendi¨® la cumbre.
Creo que el enga?o, tanto si es el caso del U-2 como el de bah¨ªa de Cochinos, o los bombardeos secretos de Camboya, o el Watergate, en los que, entre otras cosas, la trama del enga?o fue reforzada por cabellos- de una peluca roja, siempre coloca a Estados Unidos en una situaci¨®n de desventaja. Y lo que desconozco, me preocupa. Me preocupa porque me siento desconcertado de contar con una agencia con bastantes recursos econ¨®micos, poderosa y agresiva, que es tan secreta. Ahora bien, s¨¦ que algo bueno tiene que surgir de nuestras operaciones de recogida de informaci¨®n y quiz¨¢ de nuestras operaciones de inteligencia encubiertas. Pero no tengo la menor idea de qu¨¦ es lo que tengo que evaluar ni d¨®nde ni c¨®mo; todo es secreto, y la CIA s¨®lo habla sobre lo que ella quiere.
De acuerdo con, mi experiencia, la Agencia Central de Inteligencia rara vez dice a la Prensa lo que ¨¦sta quiere saber, lo que realmente quiere saber. Y s¨®lo de muy mala gana le dice al Congreso parte de lo que ¨¦ste quiere saber. El Senado de Estados Unidos, por ejemplo, est¨¢ a¨²n resentido por el minado de los puertos nicarag¨¹enses, ya que no se le inform¨® de ello al Comit¨¦ de Inteligencia del Senado. E igualmente, el Congreso se sinti¨® molesto por la publicaci¨®n de un manual financiado por la CIA en el que se sugiere la realizaci¨®n de asesinatos pol¨ªticos en Nicaragua, cuando existe una orden del presidente prohibiendo la participaci¨®n de la CIA en actividades de este tipo.
A veces esto tiene toda la apariencia de ser un enga?o.
Tales pr¨¢cticas son contrarias a la idea de democracia y de un comportamiento correcto de muchos directores de Prensa. Adem¨¢s engendran la sospecha de que, en lugar de proteger nuestras libertades y nuestra forma de vida, una agencia superpoderosa y supersecreta, que puede burlar con ¨¦xito el control del Congreso y de la Prensa, acaba protegi¨¦ndose a s¨ª misma.
?Pienso yo que los directores deber¨ªan publicar todo lo que averiguan? Por supuesto que no. ?Pienso que los directores deber¨ªan rechazar todos los argumentos que les presente un representante del Gobierno responsable para no publicar cierta informaci¨®n? De ninguna manera. ?Creo que todos los representantes del Gobierno piensan ¨²nicamente en el inter¨¦s de los ciudadanos? Por supuesto que no. ?Creo todo lo que el Gobierno me dice? De ninguna, manera.
Sobre todo cuando la mayor parte de las filtraciones que se producen en Washington son filtraciones deliberadas de representantes del Gobierno para apoyar la postura del Gobierno y constituyen la forma m¨¢s com¨²n de violaci¨®n de la seguridad.
El COMBATE PERIOD?STICO
Todo eso me parece que es raz¨®n de m¨¢s por la que los peri¨®dicos mayores deben actuar con firmeza contra los secretos. Tienen la capacidad econ¨®mica, los recursos y la posibilidad de recurrir a abogados caros, y la capacidad humana para hacer frente a una burocracia excesivamente celosa de s¨ª misma y excesivamente secreta. Pero cuando las mayores empresas period¨ªsticas se acobardan o se vuelven perezosas, a los peri¨®dicos m¨¢s peque?os y con menos medios econ¨®micos les resulta mucho m¨¢s dif¨ªcil realizar la misi¨®n de oponerse a los secretos de los Gobiernos locales.
A veces, los peri¨®dicos se equivocan al publicar alguna informaci¨®n que les han pedido que no publiquen. Pero, a veces, tambi¨¦n se equivocan al dejar de publicarlas.
Pues si ciertas acciones de la Agencia Central de Inteligencia y del Departamento de Defensa no pueden someterse al escrutinio del Congreso, en primer lugar, o al escrutinio de los ciudadanos, finalmente, eso significa que este pa¨ªs no deber¨ªa llevar a cabo tales acciones.
Basta ya de homil¨ªas. Espero que la Prensa de este pa¨ªs acuda siempre con la cara descubierta y sin armas a la batalla de la informaci¨®n, y que publique las noticias, y la verdad contra aquellos que le nieguen la informaci¨®n, le escondan las noticias y distorsionen la verdad.
Tal como declar¨® el juez del Distrito Federal Murrey Gurfein durante el caso de los documentos del Pent¨¢gono, "tambi¨¦n hay seguridad en los valores de nuestras instituciones libres: una Prensa cr¨ªtica, una Prensa obstinada, una Prensa omnipresente, es la que tienen que soportar quienes est¨¦n en el poder, con el fin de preservar los valores a¨²n mayores de la libertad de expresi¨®n y del derecho de los ciudadanos a estar informados...".
A lo que yo digo: am¨¦n, am¨¦n, am¨¦n.
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