El espacio como lugar
Intervenir como arquitecto en los espacios consolidados por la historia obliga a un ritual profesional que suscita un interrogante permanente. La respuesta est¨¢ siempre rondando el territorio de la identidad espacial. Responder, por tanto, a la autenticidad de un espacio arquitect¨®nico alterado por las vicisitudes del tiempo es cuesti¨®n previa y determinaci¨®n espec¨ªfica en todo trabajo de restituci¨®n y restauraci¨®n en la arquitectura, pues conocida la identidad del lugar no ser¨¢ dif¨ªcil distinguir los episodios verdaderos de los falsos que alberga un monumento o un edificio hist¨®rico.Recuperar los espacios de la arquitectura inmersos en el dilatado panorama de la historia no resulta una novedad de nuestros tiempos, aunque fueron muchos los estragos que se sucedieron despu¨¦s de lanzado aquel famoso eslogan de, "rompamos con la tradici¨®n". Estos acontecimientos duraron ya lo suficiente, de manera que hoy podemos contemplar algunos de sus excesos transformados ya en su propia tradici¨®n.
La invitaci¨®n de Baudelaire a romper el peque?o "recinto de la memoria" para iniciar el viaje en busca de lo nuevo parece invertirse en nuestros d¨ªas, siendo m¨¢s propicio a los postulados de Proust, que descubr¨ªa en el tiempo pasado los componentes m¨¢s genuinos de la identidad perdida del espacio.
Descubrir lo nuevo que la tradici¨®n encierra, actualizar estos espacios abandonados, revelan en nuestra ¨¦poca una actitud que explica con claridad el papel que juega el espacio de la arquitectura, su naturaleza y fundamento, as¨ª como el uso social que puede significar su restituci¨®n.
Vienen a cuento estas generalidades en tomo a la identidad del lugar con motivo de la inauguraci¨®n de un edificio hist¨®rico en el entorno del Madrid ilustrado, el Centro de Arte Reina Sof¨ªa. Se concluyen unas obras de rehabilitaci¨®n que constituyen un elemento arquitect¨®nico, integrado en un plan m¨¢s ambicioso de recuperaci¨®n urbana con el que la capital del Estado se incorpora a los procesos de remodelaci¨®n metropolitana que acometen las grandes ciudades europeas.
Situado en parte sobre el antiguo hospital General, concebido por Felipe II en 1566 para dignificar los precarios establecimientos hospitalarios de la ¨¦poca, sufre esta primera construcci¨®n los abandonos hist¨®ricos que caracterizan el mantenimiento de este tipo de instituciones, prolong¨¢ndose hasta el reinado de Fernando VI. El estado lamentable de sus f¨¢bricas y lo indecoroso de la instituci¨®n llevan al monarca a encargar al capit¨¢n del Real Cuerpo de Ingenieros Josef Hermosilla y Sandoval el proyecto de un nuevo hospital, inici¨¢ndo su construcci¨®n y siendo responsable de los trabajos hasta 1776, a?o de su muerte.
Carlos III intenta ordenar en un solo edificio la multiplicidad de peque?os centros ben¨¦ficos, un edificio que pudiera acoger un mayor n¨²mero de enfermos, y decide encargar en 1759 el proyecto del Gran Hospital, conforme al modelo del Albergo dei Poveri, tipolog¨ªa hospitalaria ya experimentada en N¨¢poles y que Sabatini tratar¨ªa de encajar sobre los trabajos iniciados por Hermosilla. Vicisitudes no muy claras en los documentos de la ¨¦poca y una crisis econ¨®mica significativa impidieron que su construcci¨®n total fuera concluida.
El edificio fue edificado en una tercera parte de su proyecto original; posteriormente sufrir¨ªa alteraciones notables tanto en su distribuci¨®n interna como en la ampliaci¨®n del n¨²mero de plantas. Los tratamientos exteriores no podr¨¢n ser terminados con las calidades prescritas en el proyecto original, habiendo sufrido sucesivas t¨¦cnicas en los tratamientos de textura de sus f¨¢bricas. La interrupci¨®n de sus obras priv¨® a la capital de un monumento que de haberse concluido ser¨ªa parte de la rica arquitectura hospitalaria espa?ola tan significativa como los hospitales de Toledo, Le¨®n, Santiago o Granada.
Pese a todas estas circunstancias desfavorables de su historia y la de hacer patente en su exterior una coposici¨®n arquitect¨®nica muy alejada de la monumentalidad que hubiera significado la obra concluida en sus trazas originales, la riqueza espacial que se puede contemplar en el edificio restaurado hace evidente la magnitud del proyecto concebido en el siglo de la Ilustraci¨®n.
La elegancia de sus espacios, el. :itinerario de sus secuencias ambientales, la elocuente presencia, constructiva de sus f¨¢bricas y la norma compositiva de sus cerramientos y fachadas interiores hacen de estos espacios un lugar para poder contemplar la belleza que encierra la arquitectura cuando el espacio es protagonista del lugar. La fruici¨®n est¨¦tica que se puede percibir al recorrer estos ¨¢mbitos hace patente el valor de la materia, el significado de la luz y la riqueza de la forma como discurso directo de su construcci¨®n.
La forma de sus espacios ha sido recuperada en su sentido constructivo, acentuando las razones funcionales y sin olvidar la memoria hist¨®rica. En estas arquitecturas de s¨®lidatraza, tanto en muros como en cubrici¨®n de b¨®vedas, se hac¨ªa imprescindible recuperar el discurso de la luz sobre el muro y, mediante una casi imperceptible caligraf¨ªa arquitect¨®nica, hacer patente los or¨ªgenes de estos espacios.
Materia, luz y forma han sido presupuestos conceptuales que han marcado el proceso restaurador, dentro de ese binomio perceptivo-simb¨®lico que no debe ser excluido en toda la restituci¨®n hist¨®rica. Si congelar el tiempo, como ha pretendido una historiograf¨ªa de corte idealista, resulta un absurdo, evidenciar y respetar las cualidades de sus espacios es obligaci¨®n inexcusable para aderitrarse en los espacios de la historia.
Babelia
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