Fumarse un puro
La civilizaci¨®n aseada y n¨®rdica consigui¨® finalmente extirpar del mu?¨®n sur de Europa aquella fiesta de gentiles en la que los hombres mor¨ªan como si fueran bestias, y la bestias, como si fueran maridos.Los hijos de aquellos toros bravos que luc¨ªan nombres propios; se vieron obligados a morder el polvo de tanta perfecci¨®n. Los unos fueron castrados para sufrir mejor el palo y el trabajo rutinario de arrastrar carros en beneficio de una sociedad que les escatimaba el pienso. Los otros alcanzaron, tras la habitual manipulaci¨®n gen¨¦ltica, la adiposidad anhelada por los m¨¢s exquisitos carniceros. No les import¨® la falta de l¨ªberi.ad, ya que su enfermiza pesadez jam¨¢s les permitir¨ªa correr por las dehesas de sus antepasados. Y ni siquiera nadie protest¨® de que fuesen sacrificados antes de llegar a una pubertad que no podr¨ªan alcanzar de tanta y tanta hormona entremetida por sus belfos. Los humanos justos y ben¨¦ficos se congratulaban del ¨¦xito ante una pata -la palabra muslo se hab¨ªa desterrado por obscena- de pollo criado sin haber caminado, no conocer la luz del d¨ªa, y s¨®lo unos mozos pamplonicas, unos forcados de Santar¨¦m y los m¨¢s viejos garrochistas andaluces osaban contemplar a hurtadillas viejas fotos renegridas de toros bravos, legendarios y terribles. Y alejaban de s¨ª la funesta man¨ªa de so?ar. Aquella civilizaci¨®n higi¨¦nica y light ¨²nicamente ten¨ªa que preocuparse en el futuro de que los resortes autom¨¢ticos de los pisacorbatas no saltasen al cuello de sus usuarios: el resto era simplemente perfecto.
El milagro ocurri¨® cuando ya casi todo ol¨ªa a podrido en el mu?¨®n sur de las Europas. Como en los viejos mitos y en los libros sagrados, surgieron de improviso un par de bellas adolescentes nacidas de la espuma. Una, a la que podemos llamar Marta, ten¨ªa apuntados los nombres de los viejos aficionados -gentes de Bilbao y Nimes, Ronda y Elvas, Jerez y Estellaen un cuaderno de Ubrique. La otra, que podr¨ªa atender por Bel¨¦n, hab¨ªa dibujado el perfil de las antiguas bestias genesiacas en un ¨¢lbum con guardacantos de cuerna de concha y sierra. Y recorrieron las villas y los campos repartiendo la consigna secreta.
Y en la tarde del fin del mundo, cuando todo fue llamado al desorden, se reunieron en la abandonada cazoleta de pipa humeante que es toda plaza de toros, nadie sabe en qu¨¦ lugar exacto, pero es seguro que sucedi¨® al conjuro del sol y de las moscas, los dos ¨²nicos elementos que no hab¨ªa conseguido eliminar aquella civilizaci¨®n de flores de estufa. Y los ¨²ltimos gendarmes, ocupados en acabar de destruir el universo seg¨²n sus normas, asistieron estupefactos -impotentes lo fueron siempre- al ins¨®lito espect¨¢culo de ver salir una inmensa humareda que indicaba el pecado.
Aquellos recalcitrantes seres no solamente se hab¨ªan reunido en el coso, sino que, adem¨¢s, fumaban. O, lo que a¨²n ser¨ªa peor, las palmas echaban humo. Y aquellos locos, contra toda norma de bien, hab¨ªan resucitado. O sea, a fumarse un puro.
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