Que se puede hacer hoy con solas cuartillas y un lapiz
Se?ores acad¨¦micos:Pocas veces un acto decisivo como ¨¦ste en la vida p¨²blica de cualquiera habr¨¢ estado precedido de tantas y tan largas horas de cavilaci¨®n como las que he pasado, durante las cuales luchaban en mi conciencia sentimientos y pensamientos encontrados. Porque las fuerzas unidas de la amistad y de la gratitud se ve¨ªan en choque con la idea de que hab¨ªa cometido alguna desmesura y de que no estuve centrado durante el proceso de la elecci¨®n. Pasaron las zozobras personales y lleg¨® la hora de expresar mi agradecimiento sin reservas. Tambi¨¦n la de cumplir el precepto acad¨¦mico de evocar la figura de mi antecesor inmediato, en el lugar que ahora vengo a ocupar.
El doble domicilio de D¨ªaz-Plaja
S¨®lo de modo muy superficial conoc¨ª a don Guillermo D¨ªaz-Plaja, mientras que he tenido trato regular y amistoso con su hermano, don Fernando. Algunas de las obras del primero llegaron, sin embargo, muy pronto a mis manos, como, por ejemplo, la que dedic¨® al Romanticismo espa?ol. Tambi¨¦n, m¨¢s tarde, su estudio sobre Valle-Incl¨¢n y alguna antolog¨ªa me han sido familiares. D¨ªaz-Plaja perteneci¨® a un grupo generacional algo mayor que el m¨ªo (naci¨® en 1909), grupo que empez¨® a bullir ya antes de la cat¨¢strofe del 36. La guerra, de consecuencias largas, marc¨® su destino, como el de casi todos los espa?oles. Esto no quiere decir que D¨ªaz-Plaja fuera objeto de persecuciones (que ahora parece que resultan rentables) ni de nada por el estilo. Su vida p¨²blica y oficial estuvo marcada por el ¨¦xito, como se puede advertir en el mismo anuario de la Academia, en que su nombre aparece como miembro activo de ella: el de 1984. Recibi¨® muchos honores, no s¨®lo en Espa?a, sino tambi¨¦n fuera, y en un momento aparece como una especie de embajador de las letras espa?olas en Europa y Am¨¦rica. Dedic¨® tambi¨¦n gran parte de sus esfuerzos a la ense?anza, y, sus libros de texto tuvieron gran difusi¨®n. Acaso, dentro de su labor de cr¨ªtico, la empresa m¨¢s noble que debe reconoc¨¦rsele es aquella que don Jos¨¦ Garc¨ªa Nieto resalta en su necrolog¨ªa del Bolet¨ªn de esta misma Academia, correspondiente a los meses de enero-abril de 1985: la de su esfuerzo en pro de la comprensi¨®n mutua entre pueblos, razas y culturas. D¨ªaz-Plaja fue, como ya se puede intuir por lo que va dicho, un hombre muy activo, laborioso y tenaz. Parte de su trabajo queda un poco en la penumbra porque lo consagr¨® a tareas period¨ªsticas. Si no recuerdo mal, fue asiduo colaborador de Arriba, y en aquel diario informaba a veces de temas que no parec¨ªan casar, en principio, con la ideolog¨ªa del mismo diario. Creo, en general, buen principio, cuando de cr¨ªtica se trata, el valorar aquello de lo que el cr¨ªtico habla con cari?o y agrado (que se ve que le gusta por razones est¨¦ticas) y tener mucho menos en cuenta lo que en sus escritos resulta negativo, y m¨¢s si se trata de ideas pol¨ªticas y religiosas. En relaci¨®n con la cr¨ªtica de D¨ªaz-Plaja pienso que su caso confirma mi regla, aunque he de reconocer, aun llevando adelante sus aplicaciones, que mis gustos no coincid¨ªan siempre con los suyos, ni con los de otros hombres de su generaci¨®n: pero este asunto es puramente personal y no hay por qu¨¦ insistir sobre ¨¦l ahora. D¨ªaz-Plaja representa muy bien a bastantes intelectuales de su edad, aunque ten¨ªa ciertos rasgos muy individuales. Uno era, por ejemplo, el de su vinculaci¨®n tanto a Barcelona como a Madrid, ciudades a las que se ha hecho vivir de modo antag¨®nico, por muy absurdo que esto nos parezca a algunos. Ten¨ªa, as¨ª, "doble domicilio" no s¨®lo material, sino tambi¨¦n espiritual. Nueva prueba de su dinamismo.
Frente a mi antecesor, que ingres¨® en esta Academia el 28 de mayo de 1967, antes de cumplir los sesenta a?os, me siento ahora algo cohibido por muchas razones, y entre otras la de la edad. Nunca he tenido prisa para llegar a ning¨²n sitio: esto hace que acaso me retarde siempre m¨¢s de la cuenta y que, hoy, con los 70 a?os pasados, crea que no podr¨¦ realizar lo que la Academia tendr¨ªa derecho a pedirme.
Dijo Voltaire en el art¨ªculo sobre las academias de su diccionario filos¨®fico que son a las universidades lo que la edad madura es a la infancia y lo que el arte de bien hablar a la gram¨¢tica. Parece, pues, que el llegar a ellas es un gran ascenso. Pero hay infancias e infancias y madureces y madureces. Algunas ya no son, precisamente, madureces, sino vejeces paladinas. El ingresar en una academia durante la ¨²ltima parte de la vida no es lo mismo que hacerlo 10, 20 o 30 a?os antes. Porque lo que se puede ofrecer es poco. Tal es mi caso.
Las vacilaciones y tanteos han empezado incluso al pensar en el tema de este discurso de ingreso. Porque, por no estar seguro de nada, empiezo por no saber bien la raz¨®n fundamental que me ha tra¨ªdo aqu¨ª. Si vengo como historiador, como antrop¨®logo o como ling¨¹ista, aunque esto ¨²ltimo s¨®lo lo he sido in partibus. La duda misma me ha llevado a razonar en general acerca de la clasificaci¨®n de los conocimientos y el resultado se refleja en lo que sigue.
Motivo de cavilaci¨®n
La necesidad de clasificar es tan antigua como la ciencia misma, e incluso anterior. Todo lenguaje implica una amplia clasificaci¨®n de cosas. Pero resulta que aun en ciencia esto de la taxonom¨ªa o de la taxinomia (como parece que es m¨¢s correcto escribir), es decir, la teor¨ªa de las clasificaciones, puede dar mucho que hacer, como ya dio en tiempos remotos. Por lo menos desde la ¨¦poca en que un poeta c¨®mico griego describi¨® a los disc¨ªpulos de Plat¨®n en clase de Historia Natural, separando animales de plantas, llevando a cabo luego ordenaci¨®n de especies vegetales..., hasta llegar a la clasificaci¨®n de las calabazas. En este momento cr¨ªtico, mientras que los m¨¢s cautos pensaban y callaban, hubo uno que afirm¨®, de modo rotundo, que la calabaza era un "vegetal circular"; un segundo sostuvo, a su vez, que se trataba de una "hierba", y un tercero, m¨¢s audaz sin duda, lleg¨® a la conclusi¨®n de que era una "especie arb¨®rea". Pausa. Cierto m¨¦dico siciliano, que asist¨ªa a la clase, se permiti¨® burlas ¨¢speras sobre lo dicho: pero el viejo, sabio y ben¨¦volo maestro indic¨® a los muchachos que comenzaran otra vez el ejercicio clasificatorio y ellos obedecieron. Ep¨ªcrates, que es el poeta que nos cuenta esto, no nos dijo el resultado del nuevo esfuerzo. O si lo dijo no lo transmiti¨® el que ha conservado este precioso fragmento. El caso es que hay que clasificar y que esto, en bot¨¢nica, ha llegado a ser mucho m¨¢s seguro que en otras ciencias, no se diga en saberes de los que se dice que no "merecen" el nombre de cient¨ªficos.
Por otra parte, siempre queda la duda de si la clasificaci¨®n es tan importante como parece a algunos, que confunden la ciencia con
la asignatura y que clasifican, s¨ª, pero de modo tosco, y sacan de ello consecuencias excesivas, seg¨²n el juicio de otros.Esto viene ahora a cuento de que si tuviera que clasificar lo que he escrito en mi vida no sabr¨ªa c¨®mo hacerlo y preferir¨ªa no lanzarme a afirmaciones, que podr¨ªan ser tan arriesgadas como las que hac¨ªan los j¨®venes plat¨®nicos ante la calabaza. ?Entra esto dentro de la historia? ?Es m¨¢s bien antropolog¨ªa? ?O, en realidad, queda en el reino de la nada? Pudiera ser. En todo caso, peri¨®dicamente, necesito revisar las herramientas con las que he venido trabajando desde hace muchos a?os. Porque estas herramientas siguen siendo las antiguas o anteriores a las creadas en una edad que, hombres avisados, ya a mediados de este siglo, dec¨ªan que era aquella en que la t¨¦cnica dominaba todas las actividades del hombre, en la que la velocidad lo quebrantaba todo, o lo somet¨ªa a nuevos ritmos: en que la administraci¨®n entraba en c¨¢tedras y laboratorios y en que, en consecuencia, nada pod¨ªa realizarse sin un secretariado abundante. S¨ª, aqu¨ª est¨¢n los bancos de datos, las computadoras, los mecanismos inform¨¢ticos, los secretarios y las secretarias. ?Qu¨¦ se puede hacer hoy, con solas cuartillas y un l¨¢piz, sobre una mesa y sentado en modesta silla? Parece que poco: o algo que recuerda a la vieja artesan¨ªa. Otro motivo de cavilaci¨®n. Porque a lo mejor lo que hace uno no es ni historia ni antropolog¨ªa. Tampoco nada. S¨ª talabarter¨ªa o encaje de bolillos. Arrancando, as¨ª, de la ¨¦poca artesanal y de una situaci¨®n que podr¨ªa llamarse asimismo preindustrial, sigo razonando.
Voy a recurrir ahora al recuerdo del pensamiento presocr¨¢tico, con objeto de obtener algunas luces. En esto me dejar¨¦ guiar por grandes fil¨®sofos contempor¨¢neos, que han hecho lo mismo. S¨®lo que en vez de arrancar del pensamiento de los llamados, con mayor o menor raz¨®n, "f¨ªsicos", arrancar¨¦ del de los sofistas, que, en nuestros d¨ªas, son objeto de mayor comprensi¨®n que en otros tiempos.
Los historiadores de la filosof¨ªa discuten todav¨ªa la sentencia fundamental del sistema de Prot¨¢goras: si "homo mensura tenet" hay que referirlo al hombre individualmente considerado, o si se refiere al hombre como ser espec¨ªfico, o ser humano, con caracteres comunes a todo el g¨¦nero, o -por ¨²ltimo- si se debe creer que el sofista pensaba ante todo en el hombre como ser social; en cuyo caso Prot¨¢goras habr¨ªa sido una especie de soci¨®logo relativista, o precursor de los que hoy lo son. Es evidente que Prot¨¢goras cre¨ªa en la fuerza de la educaci¨®n y en el efecto de las leyes ben¨¦ficas sobre un hombre b¨¢sicamente desvalido e indefenso. Pero esto no quita para que reconociera tambi¨¦n la pluralidad de las representaciones... en cada hombre y en cada sociedad. El relativismo protag¨®rico ir¨ªa, as¨ª, por fuerza, m¨¢s all¨¢ que el de los soci¨®logos que estudian las representaciones sociales o colectivas "¨²nicamente", y nosotros hoy no s¨®lo tenemos que estudiar como historiadores, sino tambi¨¦n como antrop¨®logos, las disitintas medidas, propias de cada hombre, y las contradicciones que cada hombre o grupo de hombres puede presentar frente a otro u otros: en una misma sociedad, con esto que se dice ser una misma cultura.
Pero con frecuencia, tambi¨¦n, nos encontramos con investigadores que confunden la medida con lo que miden. ?stos son los m¨¢s antiprotag¨®ricos que cabe imaginar, porque creen que su medida es la ¨²nica y que sobre un tema no cabe m¨¢s que aceptar su tesis o sentar plaza de no enterado, inculto o torpe. Admito que hay medidas y tesis que preconizan que son excelentes: ?Pero ser¨¢n las ¨²nicas buenas? Primer problema: el de los criterios de medida. Veamos ahora cu¨¢l es el segundo, siguiendo por la misma v¨ªa.
La otra idea cardinal de Prot¨¢goras combatida de modo duro por S¨®crates y Plat¨®n al parecer, la de que sobre cualquier tema se pueden mantener con igual valor y eficacia dos tesis contrarias, nos lleva tambi¨¦n a un ¨¢mbito dial¨¦ctico en el que los hombres se han movido de modo constante, con perd¨®n de los que defienden la existencia de una moral absoluta y de los que act¨²an de modo todav¨ªa m¨¢s seguro: es decir, los que afirman que los pueblos tienen sus tipos de moral propia, con caracteres homog¨¦nicos, permanentes y tambi¨¦n absolutos.
Podemos aceptar que hay una "moral estoica", "epic¨²rea", "cristiana" o "utilitaria" que corresponden a un sistema determinado, a un modelo, mejor dicho. Pero esto no es lo mismo que las reglas (o faltas de reglas) morales de tal o cual pueblo, aunque se llama cristiano o de otro modo y que presupone la observancia de esa u otra moral. Porque incluso desde un punto de vista especulativo se dan tesis encontradas al interpretar un sistema moral, como el cristiano, e incluso el cat¨®lico, seg¨²n se ve leyendo la historia de las controversias entre laxistas y rigoristas, etc¨¦tera.
Creer que hoy d¨ªa puede progresar el conocimiento antropol¨®gico de los pueblos europeos y limitarnos a seguir unos cuantos criterios para "medirlos" y describirlos bien me parece err¨®neo. Por ejemplo, no puedo aceptar que con investigaciones de las llamadas "sincr¨®nicas", en una "peque?a comunidad", se llegue a los resultados a que se dice que se llega, como ¨²ltima palabra de la antropolog¨ªa social. Entre otras razones, porque a veces, seg¨²n dicta la experiencia, alg¨²n flamante investigador de campo de esta tendencia ha descubierto que en su peque?a comunidad funcionan cosas tales como el derecho administrativo de una naci¨®n, el derecho foral de una regi¨®n entera..., o la fe en el martirologio romano. Yo no dudo de que investigaciones semejantes sean necesarias. Admiro, muchas de las que he le¨ªdo. Pero lo que me niego a aceptar es que sean las que nos dan la ¨²nica pauta "antropol¨®gica" a seguir. Y creo tambi¨¦n que en este ¨¢mbito antropol¨®gico en el que el hombre tiene la medida, las alternativas de interpretaci¨®n de la sentencia de Prot¨¢goras, que dividen a los historiadores de la filosof¨ªa, son todas v¨¢lidas. Consideremos, s¨ª, al hombre como ser social. Tambi¨¦n como especie. Tambi¨¦n como individuo con caracteres irreductibles. Y todo tendr¨¢ sentido antropol¨®gico: tanto desde el punto de vista de la antropolog¨ªa cultural como desde el de la social. Porque no nos vamos a enga?ar. ?Es m¨¢s riguroso tomar como unidad de investigaci¨®n en el espacio una peque?a comunidad que otra mayor o a un individuo aislado? ?Por qu¨¦? ?Es determinable un sistema de funciones absolutamente sincr¨®nico? ?Por qu¨¦ no probar con otras unidades de tiempo y de espacio y por qu¨¦ no estudiar efectos que no sean precisamente funcionales, en el sentido casi beat¨ªfico que la palabra ha tenido para algunos? Varias veces he hecho estas preguntas... y no se me ha respondido.
Unidad de 'ser' y de 'tiempo'
Una unidad de ser y de tiempo que deja poco lugar a dudas es la que da la vida de un hombre: o, si se quiere, nuestra propia vida. Tambi¨¦n puede considerarse como unidad de espacio. Pero ello no quiere decir, contra lo que algunos soci¨®logos podr¨ªan entender, que dentro de esas dos unidades de la vida no caben m¨¢s que unas cuantas im¨¢genes colectivas de espacio y de tiempo. Se nos ha hablado de cosas tales como "la imagen del mundo" (Weltbild) del hombre primitivo, as¨ª, en conjunto: o de varias im¨¢genes propias de varias sociedades primitivas. Tambi¨¦n se nos han descrito cosas tales como la imagen del mundo de "los griegos" o de los hombres del Renacimiento. Pero ¨¦stas no pasan de ser unas caracterizaciones gruesas, con su poco de tosquedad popular, unos esquemas que hacen resaltar algunos rasgos. Nada m¨¢s. Lo primero que podemos hacer para probarlo y desconfiar de pinturas semejantes es observamos a nosotros mismos, y en este intento de probar la utilidad de la biograf¨ªa como elemento fundamental en la investigaci¨®n antropol¨®gica, tambi¨¦n se pueden arrancar, como preconizaba Kant, de lo m¨¢s cercano: de uno mismo.
Con esto entro en materia. Lo que va expuesto a continuaci¨®n es el resumen de una actividad larga, que empez¨® sin prop¨®sito de sacar de ella teor¨ªas generales, coherentes, sistem¨¢ticas.
Pero, como pasa muchas veces con el trabajo, es que, al repetirse la misma actividad, al dar una y otra vez forma a investigaciones parecidas, se empieza a ver, tras lo particular, algo de inter¨¦s general. Esto no quiere decir que lo que ahora voy a exponer, acaso de modo demasiado seco, tenga el car¨¢cter de las investigaciones cient¨ªficas. Habr¨¢, sin duda, en las palabras que siguen, algo de confidencial, reflexiones que arrancan de puras experiencias personales, apreciaciones subjetivas, si se quiere, apoyadas m¨¢s en razonamientos propios que en m¨¦todos generalizados. Estas reflexiones, sin embargo, tambi¨¦n tienen soporte en la aceptaci¨®n de pensamientos de hombres superiores, que me han dado las primeras pautas a seguir, concretamente en el asunto de la conexi¨®n de la biograf¨ªa con el conocimiento antropol¨®gico en general.
La enorme acumulaci¨®n de datos antropol¨®gicos que hoy existe puede producir la sensaci¨®n de que sabemos mucho m¨¢s que nuestros antepasados sobre el hombre. Pero ya fil¨®sofos de la primera mitad de este siglo, como Max Scheler y Heidegger, cre¨ªan que nunca se ha sabido tante como ahora acerca de los hombres en detalle, pero que, tambi¨¦n, nunca se ha sabido menos del hombre como tal hombre. Pueden buscarse varias causas a esta situaci¨®n. Especializaci¨®n prematura, dogmatismos de escuela, falta de preparaci¨®n filos¨®fica, cierto "progresismo" mal entendido, etc¨¦tera. Pero, adem¨¢s, acaso se ha partido de un error b¨¢sico, del que quiero tratar recordando en principio c¨®mo Kant, ya anciano, dio un esquema memorable de lo que ¨¦l cre¨ªa que deb¨ªa ser la "antropolog¨ªa" y que este esquema dej¨® una huella insignificante, a pesar de lo s¨®lido y bien meditado que estaba. Y en este an¨¢lisis de conciencia profesional he de indicar tambi¨¦n que el hecho me parece que ha tenido consecuencias funestas. Kant pensaba, en primer lugar, que el hombre, al pretender conocerse a s¨ª mismo, debe empezar desde dentro, para luego procurar conocer a los hombres que tiene m¨¢s cerca y despu¨¦s, ya, a los que ocupan posiciones m¨¢s lejanas.
Los antrop¨®logos del siglo XIX procedieron en sentido casi inverso: es decir, que procuraron aclarar primero lo concerniente al genio y figura de hombres lejanos y primitivos, proceder que ten¨ªa su explicaci¨®n, pero que trajo no pocos errores. Kant, por otro lado, nos se?al¨® una serie de fuentes para el conocimiento antropol¨®gico que luego tampoco fueron utilizadas como tales, de modo riguroso, por los antrop¨®logos, y que, sin embargo, hay razones para considerar esenciales. Porque, dejando aparte la historia, como tal, que contra la opini¨®n de algunos profesionales del d¨ªa consideraba materia de la que el antrop¨®logo puede y debe sacar provecho, Kant sosten¨ªa que tambi¨¦n eran fuentes fundamentales los relatos o libros de viajes, la novela, el teatro y la biograf¨ªa. Hay que reconocer que, de los libros de viajes, los antrop¨®logos de gabinete del siglo XIX sacaron casi toda la sustancia para fundamentar sus teor¨ªas. De las otras tres fuentes s¨®lo de modo parcial usaron alguna vez: en casos de textos cl¨¢sicos griegos y latinos y poco m¨¢s.
Dejemos ahora la novela a un lado.
Teatro y biograf¨ªa han dado lugar a la reflexi¨®n constante de historiadores y cr¨ªticos. Tambi¨¦n en nuestra ¨¦poca de soci¨®logos, psic¨®logos y m¨¦dicos. Pero escasean, como digo, las meditaciones antropol¨®gicas propiamente dichas acerca de su significado. Personalmente puedo afirmar, sin embargo, que durante d¨¦cadas han sido objeto de mi atenci¨®n no s¨®lo como historiador. Sobre todo la biograf¨ªa. Por eso, ahora, me he decidido a tratar el tema de "g¨¦nero, biogr¨¢fico y conocimiento antropol¨®gico" empezando, precisamente, desde dentro.
Variedad familiar
En la vida de cualquiera de nosotros es claro que confluyen una cantidad de elementos complejos desde los puntos de vista cultural y social. Si yo pienso en m¨ª mismo, veo, por ejemplo, que mi c¨ªrculo familiar de la ni?ez y juventud era algo con contornos definidos pero no coherente del todo, puesto que en ¨¦l hab¨ªa desde personas muy creyentes a personas hostiles al catolicismo. Este c¨ªrculo estaba dentro de otro con l¨ªmites m¨¢s difusos: de un lado, el Madrid de un barrio de la primera mitad del siglo XX, con notas pl¨¢sticas y de otra clase claras y distintas. Y dentro de este c¨ªrculo madrile?o, en mi infancia pod¨ªa distinguir, con claridad, el de las amistades intelectuales, art¨ªsticas y literarias de mi propia familia, del de los obreros que trabajaban en la imprenta de mi padre y del de los centros de educaci¨®n a que asist¨ª. Pero esto no era todo. Fuera del c¨ªrculo madrile?o, mi familia estaba vinculada a un pueblo de la zona septentrional de Navarra y en ¨¦l me ve¨ªa inmerso en otro u otros c¨ªrculos: uno estrecho, hostil, dogm¨¢tico, tradicionalista. Otro campesino, m¨¢s misterioso y atractivo para m¨ª. La representaci¨®n de mi propia vida en c¨ªrculos podr¨ªa ser la que sigue:
El primero, mayor espacialmente, ser¨ªa Espa?a. El segundo, Madrid. El tercero, el pueblo de Vera. Dentro de Madrid, otros tres: el
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Viene de la p¨¢gina 37 familiar, en su relaci¨®n con c¨ªrculos intelectuales; el educativo y el de la sociedad obrera. El familiar, con relaci¨®n al pueblo, tambi¨¦n expresado en dos c¨ªrculos o ciclos distintos. Pero, ?c¨®mo medir la calidad y la intensidad de las influencias? La contradicci¨®n empieza dentro del c¨ªrculo m¨¢s importante, que es el familiar. Se repite en los otros. Se ve el sujeto (yo mismo en este caso) sometido a un "s¨ª, pero no" constante. ?C¨®mo despu¨¦s de esta experiencia vital voy a creer en ciertas recetas sociol¨®gicas y antropol¨®gicas que se han dado como buenas para hacer descripciones exactas y coherentes de lo que son los hombres en una sociedad dada, y menos si se aplican al mundo que conozco? Porque, aun trat¨¢ndose del c¨ªrculo m¨¢s cerrado de los enumerados, el de los campesinos que cabr¨ªan ser considerados como el objeto de investigaci¨®n antropol¨®gica m¨¢s ajustado a ciertos c¨¢nones, la variedad que ofrec¨ªan las vidas de aqu¨¦llos daba a su posici¨®n mental ante una misma creencia, leyenda u opini¨®n, formas sensiblemente distintas. ?Qu¨¦ decir de los medios intelectuales! Aunque en ¨¦stos la fuerza de los "clich¨¦s", de los lugares comunes, de los "t¨®picos", puede ser insospechada y darles rasgos de los que gustan por su "generalidad" a los soci¨®logos y antrop¨®logos.A veces pienso -en efecto- que ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil hacer una descripci¨®n gen¨¦rica, exacta a la par, de un intelectual de izquierdas espa?ol de hoy que la de un hombre del campo de tal parte o tal otra.
Pero, volviendo al tema del estudio de la biograf¨ªa como parte esencial del conocimiento antropol¨®gico, conviene que ahora echemos una r¨¢pida ojeada al g¨¦nero o g¨¦neros biogr¨¢ficos, para ver qu¨¦ modelos o ejemplos nos pueden servir como punto de arranque por lo menos y cu¨¢les parece que deben ser considerados menos ¨²tiles a nuestro fin.
Reglas generales aparte
Desde el momento en que por vez primera se crea un determinado g¨¦nero, el biogr¨¢fico, se da la tendencia a fijar modelos de hombres: ejemplares los unos y execrables los otros. Ilustres por sus acciones o abominables, seg¨²n las tornas. En todo caso, ejemplaridad y biograf¨ªa van unidas, como tambi¨¦n se une a la narraci¨®n biogr¨¢fica la del modelo y el paralelismo. Un paralelismo que, en ocasiones, lo determina la simple profesi¨®n o actividad del hombre o de la mujer biografiados. Otras veces, semejanzas m¨¢s sutiles entre h¨¦roes u hombres ilustres.
Claro es que unas biograf¨ªas concebidas desde un punto de vista antropol¨®gico no pueden ser apolog¨¦ticas ni cr¨ªticas. No hay que buscar en ellas la ejemplaridad moral. Pueden ser ilustrativas las de tipo profesional, dentro de una sociedad dada. No han faltado antrop¨®logos ilustres que han escrito biograf¨ªas de individuos pertenecientes a sociedades de las llamadas primitivas. En este orden, como en otros muchos, hay que destacar la influencia ejercida por Franz Boas sobre sus disc¨ªpulos directos, a los que han seguido otros investigadores, como Theodora Kroeber. Pero vamos adelante por nuestra cuenta.
Podr¨ªamos establecer una divisi¨®n fundamental entre biograf¨ªas y biograf¨ªas, colocando a un lado las que se ajustan a un modelo, en grados diferentes. Es decir, que la investigaci¨®n nos puede dar varias dimensiones del vivir en una misma sociedad. Algunas, opuestas en absoluto. Otras, dando una "versi¨®n" o variante de lo mismo.
Las que se ajustan m¨¢s a un modelo son las que han interesado m¨¢s a algunos antrop¨®logos. En cambio, las de hombres discrepantes, rebeldes o disidentes han excitado la curiosidad de literatos y poetas. Pero claro es que, a veces, las han cargado de elementos imaginados de una manera que llega a lo folletinesco o superficial.
La tendencia a dar una imagen "t¨ªpica" del hombre bueno o del hombre malo es tan antigua como la de caracterizar por an¨¦cdotas, inventadas y que "sirven" para hacer popularmente inteligible no s¨®lo los caracteres individuales, sino tambi¨¦n los sistemas, las doctrinas de los fil¨®sofos famosos o de otros personajes.
As¨ª, por ejemplo, la an¨¦cdota acerca de la hidropes¨ªa de Her¨¢clito se forma sobre la consideraci¨®n de su sistema f¨ªsico; las relativas a la capacidad de Dem¨®crito en punto a entender el lenguaje de los p¨¢jaros expresan la fama de su sabidur¨ªa y aluden, en algo, a su teor¨ªa del lenguaje. En algunos casos es f¨¢cil observar lo que la an¨¦cdota tiene de imaginado y transmitido, en otros no lo es tanto. Pero casi siempre, cuando topamos con un elemento biogr¨¢fico que parece banal o trivial, puede sospecharse que detr¨¢s hay una an¨¦cdota. Tambi¨¦n cuando el elemento sat¨ªrico se expresa fuerte y cuando, por lo contrario, impera un tono absolutamente apolog¨¦tico. Pero, en cualquier caso, la biograf¨ªa ser¨¢ un elemento de juicio esencial para entender una ¨¦poca y una sociedad. As¨ª lo consideraron los griegos desde un momento muy antiguo y fueron perfilando el concepto y el g¨¦nero hasta que, en una fase tard¨ªa ya, se acu?a la palabra biograf¨ªa. En todo caso, el g¨¦nero es muy anterior, como lo es tambi¨¦n la idea de escribir vidas (vitae) para los latinos, que puede arrancar de distintos intereses particulares: elogios f¨²nebres, apolog¨ªas, memorias, ataques...
Claro es que estos intereses, que se repiten en el tiempo, no pueden ser los que gu¨ªen hoy al antrop¨®logo en su empresa, si se mete a bi¨®grafo. Lo que debe buscar es ver la inserci¨®n de un hombre, o una mujer, en un grupo y determinar c¨®mo se efect¨²a esa inserci¨®n, dejando supuestas "leyes" o "reglas" generales aparte. Porque pienso que, en proporci¨®n considerable, las ciencias antropol¨®gicas y sociol¨®gicas pecan en exceso de confiadas con respecto a la seguridad que dan en que las instituciones, las creencias, los ritos, regulan la "sociedad" y las vidas humanas de una manera parecida a como act¨²an ciertas leyes f¨ªsico-matem¨¢ticas. En realidad, nada funciona as¨ª: al menos en las sociedades que yo he podido estudiar en mi mundo circundante, en el pasado y en la actualidad. Sobre lo que ocurre entre los australianos, bosquimanos, polinesios, etc¨¦tera, no puedo opinar porque carezco de experiencia propia. De n¨®madas y africanos del Norte s¨ª podr¨ªa pensar algo personal: que, por supuesto, no est¨¢ tampoco en la l¨ªnea ortodoxa. Pero quiero tratar de cosas y casos m¨¢s cercanos.
Hace muchos a?os escrib¨ª un art¨ªculo en que trataba de ciertas individualidades con que me encontr¨¦ en mis primeras andanzas de etn¨®grafo en el pueblo familiar, Vera de Bidasoa, all¨¢ por los a?os de 1934-1935. Resultaba que, por entonces, un vecino m¨ªo, que deb¨ªa haber nacido hacia 1860, produc¨ªa en el barrio comentarios burlescos, no exentos a veces de inquietud, porque manifestaba tener una creencia absoluta en la posibilidad de que determinados hombres volaran, cambiaran su forma por la de un animal, hablaran con los animales mismos y demostraran poseer poderes que atribu¨ªa a cierta fuerza misteriosa ("indarra") que otros hombres no ten¨ªan. Este septuagenario soltero, mal alimentado, que viv¨ªa con su ¨²nica hermana en un caser¨ªo sombr¨ªo, chocaba, como digo, al vecindario. Pero los vecinos mayores pod¨ªan saber que las historias que contaba no eran muy diferentes a las que ellos hab¨ªan o¨ªdo, m¨¢s en otros tiempos que en el que corr¨ªa, no s¨®lo como tradiciones o consejas, sino como sucedidos, como cosas que se dec¨ªa que hab¨ªan ocurrido en el caser¨ªo tal, junto al arroyo cual, a la due?a de la casa ¨¦sta o al molinero de aquel molino. Unos sonre¨ªan ante los "se dice" con escepticismo. Otros se preguntaban qu¨¦ hab¨ªa de verdad en este c¨²mulo de relatos. Otro vecino m¨¢s cercano me preguntaba, a veces, qu¨¦ opinaba yo sobre lo que se contaba acerca del rey Salom¨®n y sus perros o el cura cazador, y era uno de los que m¨¢s preocupados se manifestaban al pensar en historias de este tipo. Probablemente en las sociedades rurales ha habido siempre esc¨¦pticos y hombres m¨¢s dados a la incredulidad que otros: como tambi¨¦n ha habido los extremadamente asustadizos y cr¨¦dulos. Pero de las posiciones individuales ante un grupo de ideas o un cuerpo de doctrina que se considera "com¨²n" sabemos poco y los folkloristas no han sido los m¨¢s interesados en estudiarlos. Tampoco los soci¨®logos. ?De qu¨¦ contexto real se han arrancado cuentos, mitos, leyendas, etc¨¦tera? ?C¨®mo eran los llamados "informantes"? De ellos, la mayor¨ªa de los textos de folklore no dicen nada. Los informantes son todos iguales. Gran fallo.
Otro oc¨¦ano para bucear en el mundo de la conciencia individual, en sociedades que se han considerado muy homog¨¦neas, es el de los archivos inquisitoriales, que ahora est¨¢ tan de moda estudiar por razones diversas.
Personalmente, tambi¨¦n hace a?os (y cuando la carne de inquisidor, de bruja, de morisco o de judaizante no ten¨ªa tanto favor en el mercado como hoy), hice algunos sondeos en tales archivos de los que sali¨® un libro de contenido bastante sistem¨¢tico sobre los jud¨ªos y conversos y otros que titul¨¦ Vidas m¨¢gicas e Inquisici¨®n.
En el primero pod¨ªa verse c¨®mo entre los conversos que vivieron en Espa?a, amenazados o perseguidos por aquel tribunal, la gama de "personalidades" fue extraordinaria. Porque desde el que segu¨ªa teniendo una fe estrecha en la religi¨®n de Israel y la profesaba de modo cr¨ªptico (como pod¨ªa), al hombre sin fe alguna, o al te¨®rico del ate¨ªsmo, hab¨ªa una serie de tipos humanos que manten¨ªan posiciones intermedias, oscilantes, vacilantes o cambiantes: tambi¨¦n radicales, por ¨²ltimo. Esto en los siglos XVI y XVII y contra toda idea de "homogeneidad ideol¨®gica social absoluta". ?Qu¨¦ decir, por otro lado, acerca de la posici¨®n de hombres y mujeres ante pr¨¢cticas variadas en el campo de la magia, de las artes adivinatorias y los sistemas astrol¨®gicos? ?Podr¨¢ haber alguien todav¨ªa que, con relaci¨®n a la sociedad espa?ola o a cualquier otra, sea capaz de decirnos que era tan homog¨¦nea como se dec¨ªa hace 100 a?os, en un sentido ¨²nico de fe y de creencia, para bien o para mal? Ya no podemos confundir la existencia de ciertos ideales, aunque los expusieran grandes figuras de las letras, con la de una aceptaci¨®n total de ellos. Tampoco podemos pensar en cosas tales como "el hombre del Renacimiento" o "el espa?ol del siglo XVI" y su "imagen del mundo", sino en los hombres, los espa?oles, los que creen, los que no, los que vacilan, los que cambian. Los que est¨¢n al d¨ªa y los que no lo est¨¢n. No se trata de combatir todo lo que se ha hecho hasta hoy y negar valor a investigaciones cl¨¢sicas, sino de estudiar con un poco m¨¢s de sutileza el nexo entre el individuo y su mundo circundante. Porque, en primer t¨¦rmino, claro es que hay hombres representativos de los ideales y de la cultura de una ¨¦poca en lo que ¨¦sta tenga de m¨¢s oficialmente establecido, por persuasi¨®n o por coacci¨®n estatal o de otro tipo: pero hombres semejantes no son tampoco iguales entre s¨ª, como podr¨ªa creerse. Un ejemplo puede ser el de don Esteban de Garibay, al que tambi¨¦n he dedicado un largo estudio. Garibay fue un "conformista" absoluto, un letrado al servicio del trono y del altar, un s¨²bdito fiel de Carlos I y de Felipe II: un historiador general de Espa?a desde sus or¨ªgenes. Pero Garibay fue tambi¨¦n vasco y am¨® a su tierra vehementemente. Tuvo curiosidades particulares que no pod¨ªan tener otros grandes defensores de sus mismos ideales, nacidos en Castilla o Andaluc¨ªa. En su caso hay dos inserciones del individuo en dos contextos sociales y culturales: el primero le da a Garibay lengua, costumbres y curiosidad por una sociedad particular, cerrada. El segundo es el general, que remedando el t¨ªtulo de una historia de su ¨¦poca, podr¨ªa llamarse "imperial y ces¨¢reo". A mucha gente de hoy semejantes dobles inserciones les podr¨¢n parecer incomprensibles..., pero han de partir de la idea de que esto es debido a su propia escasez de informaci¨®n y de comprensi¨®n hist¨®rica. En otros casos, la biograf¨ªa nos sirve para profundizar en las consecuencias de cierto "arca¨ªsmo"
individual. Antes me refer¨ª al casero de Vera de Bidasoa que resultaba extra?o para sus vecinos a causa de sus ideas. Ahora quisiera indicar c¨®mo, a mi juicio, una figura hist¨®rica considerada tambi¨¦n patol¨®gica por su violencia, me refiero a Lope de Aguirre, puede explicarse en gran parte por un pensamiento que le lleva a acciones tremendas, lo que constituye un arca¨ªsmo mental de su ¨¦poca. Yo considero que Lope de Aguirre, en pleno siglo XVI y con Felipe II al frente del Imperio espa?ol, actuaba con arreglo al pensamiento de los banderizos vascos de un siglo antes. Su "inserci¨®n" en el presente fallaba. As¨ª, pues, la biograf¨ªa nos da retratos y perfiles individuales. Pero tambi¨¦n nos dice mucho respecto a la sociedad o sociedades en que vive la persona biografiada, y no de lo que com¨²nmente se encuentra en textos escritos por historiadores con preocupaciones sociol¨®gicas; y antropol¨®gicas. Hay hombres "representativos" que no son, precisamente, aquellos de los que hablan los moralistas o los que han dibujado los que han trazado retratos de "caracteres"', en la l¨ªnea de Teofrasto, que sigui¨® La Bruy¨¨re. Son hombres representativos del choque entre creencias, culturas, sociedades y Estados, y a veces no necesitan ser famosos para darnos colmada esta dimensi¨®n de representatividad. En otro libro que publiqu¨¦ en 1981 he trazado la silueta de algunos. Por ejemplo, la del morisco granadino L¨®pez, que termina siendo agente de Richelieu, gran negociante en joyas y antig¨¹edades y que deja familia cat¨®lica en Par¨ªs. Otros casos, como el de Bartolom¨¦ Febos, reflejan encontrados intereses econ¨®micos y religiosos. Sobre ellos gravita algo colectivo, lo no individual, en el sentido que le daba Durkheim. Pero los individuos adoptan, como pueden, una actitud propia ante lo que la sociedad pretende imponer o impone a muchos. Aun en los mismos casos en que parece que un fuerte sistema coercitivo act¨²a de modo imperioso hemos de estudiar una casu¨ªstica muy variada, casos distintos y aun contrarios.Ajustarse a arquetipos
Una determinada escuela sociol¨®gica puede sostener, y de hecho lo ha sostenido, utilizando sobre todo informaci¨®n acerca de las sociedades primitivas, que los sistemas o formas de la vida religiosa no son m¨¢s que el reflejo de la estructura social. Esto ha sido discutido por otras escuelas.
Hace ya mucho que Franz Boas preconiz¨® el estudio de culturas y sociedades "por dentro" para ver hasta qu¨¦ punto las llamadas "representaciones colectivas" tienen sus excepciones y se quiebran y c¨®mo lo que se llama "psicol¨®gico" se interfiere de modo continuo al manejarlas. Esto que hace 60 o 50 a?os hicieron ver, por ejemplo, las investigaciones de Elsie Clews Parsons y otros antrop¨®logos conocidos, nos preven¨ªa (a veces in¨²tilmente) contra un exceso de "sociologismo". Pero, con independencia de las discusiones antropol¨®gicas, podemos afirmar, sin duda, que en nuestro mundo hist¨®rico, las formas de la vida religiosa se presentan con una complejidad extraordinaria, de suerte que un sistema, un cuerpo de creencias, con su parte dogm¨¢tica, su parte narrativa y sus ritos obligatorios que se fijaron en tiempos remotos y en sociedades distintas a las que los aceptan luego, es interpretado por los diferentes sectores de la sociedad posterior de modos harto diferenciados. Esto, que he procurado ilustrar tambi¨¦n en mi obra acerca de Las formas complejas de la vida religiosa en la Espa?a de los siglos XVI y XVII, toca, asimismo, hasta cierto punto, a lo que es "biogr¨¢fico". La concepci¨®n y la actividad religiosa del labrador -indicaba en aquella obra- son distintas a las del guerrero y el mercader. Por otra parte, el hombre o la mujer metidos de lleno en la Iglesia conciben su vida de formas particulares y ciertas tendencias cr¨ªticas se dan m¨¢s en ciertos sectores y profesiones que en otros. La biograf¨ªa puede servir para ilustrarnos asimismo en punto a esta complejidad. En algunos casos incluso la autobiograf¨ªa.
Poseemos bastantes autobiograf¨ªas escritas en lengua espa?ola, empezando con la serie que public¨®, con un ¨²til estudio preliminar, aquel erudito esforzado que fue don Manuel Serrano y Sanz. Serrano clasific¨® en nueve grupos los textos que conoc¨ªa: 1) autobiograf¨ªas de reyes; 2) de ministros, pol¨ªticos y funcionarios p¨²blicos; 3) de navegantes y conquistadores; 4) de viajeros; 5) de militares; 6) de aventureros; 7) de oradores y escritores; 8) de cl¨¦rigos y religiosos; 9) de mujeres. La clasificaci¨®n era suficiente para lo que se propon¨ªa. En otras colecciones public¨® varios relatos autobiogr¨¢ficos m¨¢s, todos de mucho inter¨¦s, pero poco le¨ªdos y comentados, por desgracia. En conjunto, dan materia para profundizar no s¨®lo en el estudio de caracteres personales, sino tambi¨¦n en el de los comportamientos por profesiones y en la interpretaci¨®n que los individuos hacen del medio que les circunda.
En general, los que en tiempos antiguos se decid¨ªan a escribir su vida lo hac¨ªan porque ten¨ªan la convicci¨®n de que hab¨ªan sido actores en ocasiones de inter¨¦s: dejando ahora a un lado las autobiograf¨ªas de hombres p¨²blicos con importancia "oficial", que acaso sean las menos interesantes desde el punto de vista que nos ocupa, hay que advertir que las de navegantes, viajeros y conquistadores pueden relacionarse con la pura literatura de viajes, que Kant consideraba tanto como fuente del conocimiento antropol¨®gico, literatura que en Espa?a no se ha valorado y estudiado de modo suficiente, salvo en lo que se refiere a Am¨¦rica. Otro de los libros que public¨® Serrano y Sanz, el viaje a Persia de don Garc¨ªa de Silva y Figueroa, embajador de Felipe III, merec¨ªa por s¨ª solo un largo estudio. Otro tanto puede decirse del relato del Cautiverio y trabajos de Diego Gal¨¢n, natural de Consuegra y vecino de Toledo. 1589 a 1600, que, asimismo, edit¨® Serrano, con un pr¨®logo curioso para el estudio de la que podr¨ªa llamarse "literatura del cautiverio", que, arrancando de una realidad hist¨®rica terrible y obsesiva, produce despu¨¦s, en todos los pa¨ªses que "sienten", el problema turco, obras de muy, distinto valor y alcance art¨ªstico. Porque en Espa?a se producen relatos, como este de Diego Gal¨¢n, que reflejan un estoicismo bastante objetivo, pero tambi¨¦n truculentos pliegos de cordel, y relaciones de hombres de iglesia que procuran resaltar la ferocidad de los infieles y obras teatrales cargadas de pasi¨®n, con las de Cervantes (cautivo ¨¦l mismo) en cabeza. En Italia y Austria, los otros dos pa¨ªses cat¨®licos con el "turco" como enemigo m¨¢s pr¨®ximo durante siglos, tambi¨¦n se da una curiosa gama literaria: desde la bonita canzone di pescature napolitana Michelemm¨¤, que Salvatore di Giacomo public¨® como si fuera de Salvatore Rosa, hasta El rapto del serrallo (Die Entf¨¹hrung aus dem Serail) que Mozart estren¨® en 1782. Fantas¨ªa por un lado, realidad hist¨®rica por otro: y el hombre vive sometido a ellas de formas muy variadas y obsesionado por algo que luego se esfuma y pierde toda significaci¨®n: como este "peligro turco" que da lugar a tantos "clich¨¦s".
En otras esferas pasa algo parecido. Pocos ser¨¢n hoy los hombres y mujeres que vivan interesados por las vidas de santos que en los siglos XVI, XVII y XVIII eran la lectura casera m¨¢s com¨²n y corriente, biograf¨ªas arquet¨ªpicas que daban lugar a la creaci¨®n de personalidades extra?as y variadas, pero movidas siempre por el deseo de alcanzar, ellas tambi¨¦n, la santidad y la admiraci¨®n de los fieles. No disponemos -que yo sepa- de una buena bibliograf¨ªa especial acerca de las vidas de hombres y mujeres que aspiraron a semejante santidad en los siglos indicados. Ni siquiera la tenemos de las autobiograf¨ªas. A la cabeza de ¨¦sta habr¨ªa que poner la de mujeres excepcionales como santa Teresa; autobiograf¨ªa que, en s¨ª, es un documento de gran fuerza, porque se la ve en lucha interna contra opiniones y creencias comunes y recibidas en su ¨¦poca, como las de la virtud de los amuletos y de la higa, y acosada por visiones infernales muy materiales y en consonancia con la pl¨¢stica art¨ªstica que le pod¨ªa ser familiar. Sobre este modelo se escribieron sinf¨ªn de relatos. Por los 40 o 50 que he le¨ªdo, podr¨ªa sacar la consecuencia de que todos los personajes procuraron ajustarse a principios "arquet¨ªpicos" y que lo que fueron les fue dado por el medio cultural en que vivieron. Como opci¨®n siempre, claro es, y con variaciones individuales sensibles.
Llego al final de mi tarea. No s¨¦ si habr¨¦ expuesto de modo claro la idea que tengo acerca de lo que es el g¨¦nero biogr¨¢fico en sus variedades, como instrumento de investigaci¨®n antropol¨®gica arrancando de una tesis de Kant. En todo caso, creo que nos da un punto de referencia esencial en la medida del hombre, bien considerado individualmente, bien como ser social e hist¨®rico, por tanto. La biograf¨ªa puede proporcionar im¨¢genes coherentes o im¨¢genes contradictorias: porque el hombre como "medida" de s¨ª mismo es coherente por un lado, incoherente y contradictorio por otro. El hombre est¨¢ en una encrucijada que es su propia vida. Toda antropolog¨ªa que se desentienda del hombre en s¨ª ser¨¢ lo que sea: sociolog¨ªa, teor¨ªa de la cultura, una metodolog¨ªa particular, algo muy respetable dentro de su limitaci¨®n: pero no antropolog¨ªa en el sentido m¨¢s profundo de la palabra.
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