El espacio del trabajo
El espacio de trabajo ha experimentado un desarrollo semejante a la evoluci¨®n de los tipos de sociedades habidos en la historia. Las sociedades cazadoras y recolectoras se desenvolv¨ªan en un espacio abierto mejor adaptado al desarrollo de sus actividades; a ello hay que a?adir la movilidad geogr¨¢fica para desplazarse en busca de nuevos lugares no esquilmados, por lo que el espacio utilizado estaba mundo de escasos enseres. La relaci¨®n dentro-fuera estaba claramente sesgada hacia el segundo t¨¦rmino de la relaci¨®n.Las sociedades agr¨ªcolas comienzan a acotar un mayor n¨²mero de zonas y regiones, dedicadas, al cultivo de la tierra, al almacenamiento de suministros y al cuidado de los animales dom¨¦sticos. Las zonas comunes del poblado se estructuran alrededor de la plaza, lugar de transacciones y de fiestas, as¨ª como en torno al lugar del culto religioso, con una especial atenci¨®n al culto de los muertos. La estabilidad en un territorio hace que la vivienda cobre una importancia destacada, y este espacio es sometido tambi¨¦n a una estructuraci¨®n y diferenciaci¨®n seg¨²n las actividades que realizan los miembros de la unidad dom¨¦stica y los significados de que dotan a esas actividades. El mobiliario aumenta igualmente, dando origen a la aparici¨®n de los artesanos.
La sociedad industrial efect¨²a una nueva acotaci¨®n y diversificaci¨®n del espacio. En los primeros tiempos de la. industrializaci¨®n la f¨¢brica y la mina pasan a constituirse en los centros de los reci¨¦n creados aglomerados urbanos. En la periferia de las f¨¢bricas y las minas, aisladas mediante vallas, se hacinan las chabolas de los campesinos emigrados, dotadas con el m¨ªnimo n¨²mero de objetos para asegurar la reproducci¨®n de la fuerza de trabajo.
En el interior de la f¨¢brica la disposici¨®n de los espacios es relativamente simple. El patr¨®n o due?o ocupa un lugar peque?o y aislado de los obreros, que se distribuyen a lo largo de la nave, bien visibles para facilitar su control. El atuendo es sumamente expresivo de la estratificaci¨®n social en el interior de la f¨¢brica; los obreros visten mono azul, pues sufren la despersonalizaci¨®n consiguiente a dejar colgada, al ausentarse, su propia ropa y hasta cierto punto su personalidad. Los anglosajones acu?aron para ello la expresi¨®n "trabajadores de cuello azul". Los pocos administrativos y t¨¦cnicos existentes llevaban camisa blanca y corbata, lo que da origen de igual modo a la caracterizaci¨®n como "trabajadores de cuello blanco", pues se presum¨ªa que su trabajo era limpio y sin m¨¢cula.
EL ESPACIO BUROCR?TICO
En la actualidad las oficinas son los lugares de trabajo donde la topograf¨ªa social se ha tornado m¨¢s intrincada., especialmente en las grandes burocracias, que son un claro exponente de la redundancia de las sociedades industriales avanzadas. Los espacios de trabajo hoy en d¨ªa marcan una neta diferenciaci¨®n entre dentro y fuera, mediante vallas y barreras bien visibles y harto dif¨ªciles de superar. Si hace unos a?os estas barreras funcionaban a modo de v¨¢lvula, es decir, que resultaba m¨¢s f¨¢cil salir que entrar, ahora la situaci¨®n se ha agravado. La sencilla puerta de anta?o ha cedido el paso a sofisticados sistemas de seguridad y control, que comprenden tornos, cabinas de detecci¨®n de metales, puertas blindadas, y quienes deseen penetrarlas habr¨¢n de someterse a una inspecci¨®n y detenido examen ante una cadena de agentes de seguridad que demandan hasta el santo y se?a. Son lugares privilegiados que proteger de las m¨²ltiples amenazas y asechanzas procedentes del exterior, donde se agolpan parados, jubilados, delincuentes, drogadictos y otros individuos de mala cala?a que "ponen en peligro" la producci¨®n y la riqueza del pa¨ªs. Sin embargo, el precio que pagar es a veces excesivamente elevado, pues los lugares de trabajo se asemejan de forma creciente a las instituciones totales, descritas de manera muy viva y expresiva por Goffman en su obra Internados, los prototipos de esta clase de instituciones son las c¨¢rceles, los manicomios, los cuarteles y los monasterios religiosos, todos los cuales inducen a la despersonalizaci¨®n de los que all¨ª habitan, hasta el punto de no ser m¨¢s que el papel que desempe?an para la instituci¨®n.
Esta diferenciaci¨®n tan acentuada entre el mundo del trabajo y lo que transcurre fuera de ¨¦l obliga, por parte de la persona que trabaja, a una gimnasia mental intensa y a la elaboraci¨®n de una serie de mecanismos de autodefensa. Las barreras erigidas en torno al lugar de trabajo impiden tambi¨¦n la penetraci¨®n de los valores sociales discordes con los valores dominantes en ese lugar. Es m¨¢s, muchos ejecutivos, para resolver los problemas internos de las empresas, han ejercido una gran presi¨®n, que hasta cierto punto ha tenido un notable ¨¦xito, para que la sociedad adoptara los valores del mundo del trabajo y la sociedad fuera gestionada con criterios empresariales, siendo tal vez el m¨¢s importante el que la autoridad nunca ha de ponerse en entredicho.
Pero no todas las clases de personas que trabajan reciben el mismo tratamiento respecto a la permanencia en los recintos cerrados de trabajo. La estructura ocupacional discrimina el trasvase entre los distintos ¨¢mbitos. Sucede que a mayor rango jer¨¢rquico es mayor la facilidad de cruzar varias veces las barreras de entrada y salida durante la jornada de trabajo.
Una vez franqueados los obst¨¢culos al acceso hay que explorar los espacios interiores al recinto de trabajo, con especial consideraci¨®n a los locales de oficinas y administrativos, por ser en ellos donde se revela una topograf¨ªa social m¨¢s enrevesada. El panorama que se observa es variopinto, pero de un r¨¢pido vistazo se percibe que el espacio no se configura de una ¨²nica manera, la que dictan las normas de la organizaci¨®n formal, emanadas de la direcci¨®n; tambi¨¦n puede percibirse una disposici¨®n informal, sometida igualmente a ciertas normas, muchas veces impl¨ªcitas, cuyo objetivo ser¨ªa evadir y burlar las reglas formales para disponer de un espacio menos an¨®nimo, como a continuaci¨®n veremos.
La distribuci¨®n formal del espacio suele responder a dos criterios; el primero de ellos ser¨ªa el criterio funciona?, es decir, el espacio se reparte de acuerdo con las distintas funciones de la organizaci¨®n: producci¨®n, comercial, contabilidad, etc¨¦tera. El segundo criterio, superpuesto al anterior y en ocasiones prioritario, es el rango ocupacional. En general puede afirmarse que a mayor categor¨ªa laboral se disfruta de un mayor espacio; pero hay algo m¨¢s: no s¨®lo aumenta el tama?o del espacio, sino la disposici¨®n de ¨¦ste. Las personas de las categor¨ªas inferiores, los ordenanzas y subalternos, disponen de poco espacio y adem¨¢s toda su vida laboral transcurre a la vista de los dem¨¢s (Goffman dir¨ªa que su trabajo transcurre en el proscenio, junto a las candilejas). En las despachos ocupados por personal administrativo los auxiliares se encontrar¨¢n m¨¢s cerca de la puerta de entrada. Si ascendemos por los pelda?os de: la oficina observamos que los jefes de despacho se ubican en los lugares m¨¢s distantes respecto a la entrada y en los que es posible que una parte de la vida del trabajo transcurra entre bastidores, siguiendo la terminolog¨ªa goffmaniana. Los directivos poseer¨¢n despachos propios donde gozar¨¢n de un alto grado de privacidad y autonom¨ªa.
Pero la autonom¨ªa no se genera s¨®lo a partir de un espacio m¨¢s amplio; los espacios m¨¢s aut¨®nomos suponen un acceso m¨¢s dif¨ªcil; las trabas interpuestas son variables. En los espacios horizontales, corno antes expon¨ªamos, las personas de rango inferior ocupan los lugares perif¨¦ricos; las posiciones intermedias se estructuran a modo de c¨ªrculos conc¨¦ntricos. La direcci¨®n se ubicar¨ªa en el lugar central, que es a su vez el m¨¢s rec¨®ndito, pues para llegar a ¨¦l ha que atravesar pasillos, salas de espera, los despachos de las secretarias, las antesalas; espacios todos que act¨²an corno un laberinto para proteger el santa sanctorum de los altos dirigentes.
La edificaci¨®n en vertical ha suministrado un espejo admirable de las grandes instituciones, pues su disposici¨®n se acomoda de modo preciso y expresivo a la estructura jer¨¢rquica de esas instituciones. En este caso los empleados de nivel inferior ocupan las plantas inferiores, mientras que la alta direcci¨®n, como si remedara a los dioses del Olimpo, mora en las alturas, cerca del cielo, donde se adorna con una inviolabilidad casi sacrosanta. Estos edificios son los que se han venido denominando oficinas-paisaje, y no hay mejor paisaje que el que disfrutan estos directivos con sus subordinados y la ciudad que los acoge, a sus pies.
EL MOBILIARIO
El criterio de la categor¨ªa laboral no s¨®lo discrimina la cantidad y la calidad del espacio; adem¨¢s rige la distribuci¨®n de los elementos que guarnecen ese espacio. Nos referimos al mobiliario de trabajo. En este caso el criterio funcional apenas se tiene en cuenta. La clase, tama?o y disposici¨®n del mobiliario sirven, en especial en las grandes burocracias, para determinar el nivel que cada persona ocupa en el escalaf¨®n. Si nos fijamos en las mesas, el tama?o de ¨¦stas aumenta con la categor¨ªa del ocupante, sobreentendi¨¦ndose que el ordenanza ha de tener pocos papeles y ¨²tiles de trabajo, mientras que el jefe de negociado nutre la suya con abigarrados listados, informes o referidos. Algo parecido ocurre con el n¨²mero de cajones o con la provisi¨®n de elementos auxiliares: mesas supletorias, ficheros, archivadores...
Si hablamos de las sillas la situaci¨®n es
semejante. Los auxiliares administrativos han de apoyar sus brazos directamente sobre la mesa, los titulados y t¨¦cnicos, por el contrario, cuentan con c¨®modos sillones de brazos, probablemente para que la ciencia pueda fluir con m¨¢s suavidad desde: el cerebro a la mano. Los sillones de los jefes se adornan con un complemento m¨¢s: las ruedas, no se sabe si para trabajar mejor o para desplazarse m¨¢s f¨¢cilmente por el despacho y controlar visualmente a sus subordinados.
Si dirigimos ahora la mirada hacia el inmobiliario que ostentan los directivos, sorprende por la cantidad de enseres y por la calidad de los materiales empleados; la gutapercha deja paso a la piel, y el metal a la madera. Los directivos, adem¨¢s de una mesa y un sill¨®n, disponen de sof¨¢s, tresillos, mesas de reuniones, una mir¨ªada de tel¨¦fonos y sistemas de intercomunicaci¨®n. La alta. direcci¨®n remata su mobiliario con neveras, cafeteras, peque?as cocinas y hornos, microondas, e incluso cama, alimentando de este modo las fantas¨ªas populares de los romances entre jefes y secretarias. Estas ¨²ltimas han de ser consideradas como un mobiliario de ornato, ya que su aspecto y decoraci¨®n habr¨¢n de ser acordes con el rango de sus jefes.
El mobiliario va enmarcado, en un espacio, con una disposici¨®n que denota la jerarqu¨ªa del puesto de manera mucho m¨¢s n¨ªtida que otros elementos hasta ahora utilizados, como el atuendo y la vestimenta. En la actualidad los ejecutivos tienden a vestirse Con cierto desenfado, y los administrativos pueden acceder a la moda de sus jefes, aunque sea de calidad m¨¢s econ¨®mica. Pues bien, el mobiliario y su ubicaci¨®n, por ejemplo, junto a la puerta, cerca de la ventana o mirando a la pared, indican claramente la categor¨ªa del ocupante, por muchas ¨ªnfulas que ¨¦ste pueda darse fuera del lugar de trabajo.
Hasta ahora hemos hablado de los espacios que podr¨ªamos denominar est¨¢ticos; hay otros espacios interiores de trabajo que son comunes e interactivos, pues ponen en contacto al personal de distintas dependencias y categor¨ªas, espacios a los que llamar¨ªamos din¨¢micos. Nos referimos a los lugares de tr¨¢nsito, entradas, pasillos, escaleras y ascensores, aseos y servicios.
Pese a su car¨¢cter din¨¢mico, el uso de dichos lugares se regula por normas, si bien impl¨ªcitas, pues a menudo son fuente de tensi¨®n. Los lugares m¨¢s problem¨¢ticos son aquellos donde resulta dif¨ªcil mantener una distancia suficiente como para salvar la cara, o, dicho de otro modo, la distancia de? rango entre categor¨ªas genera t¨¢citamente una distancia f¨ªsica que habr¨¢ de mantenerse. As¨ª, los ascensores pueden poner en entredicho la inviolabilidad casi sacrosanta de los altos directivos, por lo que las grandes empresas reservar¨¢n ciertos ascensores para ellos. No es muy diferente lo que ocurre respecto a los aseos y lavabos compartidos por personal de distintas categor¨ªas, ya que en ellos se pone de mianifiesto que las personas de elevado rango est¨¢n sometidas a necesidades tan bajas y menesterosas.
Otra estrategia de uso de los lugares comunes consiste en buscar aquellos momentos en que se sabe que el camino est¨¢ expedito, cuando se supone que los jefes o los subordinados est¨¢n en sus lugares de trabajo. Pero si por un azar se produce un encuentro imprevisto, bien se categoriza como desencuentro haciendo la vista gorda, bien aquel que ha violado la norma impl¨ªcita, el s¨²bdito, por lo general, debe aportar una explicaci¨®n, disculpa o reparaci¨®n por la infracci¨®n del orden cometida.
Otra variante de espacio din¨¢mico ser¨ªa el lugar donde se sit¨²an las m¨¢quinas de caf¨¦ y de bebidas, que ofrecen un lugar para que oficinistas de distintas dependencias se dediquen a la confraternizaci¨®n, la seducci¨®n, la charla, el cotilleo y el comenario sobre los ¨²ltimos rumores acerca de a empresa, y que propician la ausencia t¨¢itamente consentida del puesto de trabajo durante un lapso variable de tiempo.
Con esto nos introducimos suavemente en una utilizaci¨®n informal de los espacios, que altera m¨¢s o menos radicalmente a disposici¨®n formal. Se trata del deseo de los subordinados de poder emular a sus efes en el disfrute de un espacio mayor y mejor que permita el ejercicio de una amplia autonom¨ªa donde la persona pueda moverse y expresarse m¨¢s libremente, evadiendo los duros controles a los que est¨¢ sometida. Se pretender¨ªa, por tanto, la creaci¨®n de un espacio entre bastidores con los elementos de los que el empleado dispone. La gama de formas de aislarse es variada: se busca la protecci¨®n y la privacidad escud¨¢ndose tras las columnas o entre los hueccis que ofrece la disposici¨®n de los ficheros, archivadores, armarios, roperos y mamparas. Todos estos enseres constituyen barreras f¨ªsicas que obligan a un complicado tr¨¢nsito, convirtiendo as¨ª el espacio en un sin fin de pasadizos, callejones, vericuetos y laberintos al estilo de un zoco. Oticas maneras de protegerse suponen el aprovechamiento de los objetos que pueblan las mesas, por lo que ¨¦stas se abigarran con la correspondencia, las carpetas, los archivadores, los tel¨¦fonos, las calculadoras y otros utensilios que permiten ocultarel peri¨®dico, la novela, el pinta¨²?as, la quiniela y dem¨¢s distracciones que hacen m¨¢s soportable el trabajo cotidiano. En este proceso surge tambi¨¦n el deseo de individualizaci¨®n del espacio, y as¨ª el mobiliario recibe un toque personal, las paredes; se decoran con afiches y calendarios y las mesas se marcan con floreros, objetos de escritorios y de adorno e incluso con el letrero del ocupante.
Todas estas pr¨¢cticas alteran el dise?o formal del espacio, pretendiendo superar una arquitecitura de compartimientos estancos que a la manera de un panal fomenta la incomunicaci¨®n. Los usos informales del espacio hacen m¨¢s llevadera la transici¨®n entre los espacios exteriores e interiores al trabajo, tratando de introducir en ¨¦ste algunas disposiciones que rigen fuera de ¨¦l.
Cuando traspasamos las barreras de salida hacia el exterior surge la duda acerca de la existencia de una intenci¨®n soterrada para que la disposici¨®n espacial de los lugares de trabajo se inscriba en las circunvalaciones cerebrales de sus habitantes con una configuraci¨®n semejante a la de aqu¨¦llos, para conseguir que el deambular extralaboral de estos ¨²ltimos transcurra por los mismos vericuetos y compartimientos, sintiendo id¨¦nticas asechanzas que los lleven a recluirse entre las cuatro oscuras paredes de sus pisitos en las ciudades dormitorios, recuperando las fuerzas perdidas en la jornada con una mirada errabunda ante el televisor.
Sin embargo, los usos informales ya se?alados desbaratan cualquier aviesa intenci¨®n, ya sea hipot¨¦tica o real. Lo que s¨ª puede constatarse es que las diferencias entre la vida ciudadana y la vida laboral a este respecto, son cada vez mayores. Mientras que la vida ciudadana se ha democratizado y han aumentado los espacios abiertos y comunes que fomentan la interacci¨®n, el intercambio y la confrontaci¨®n dial¨¦ctica, los espacios de trabajo se cierran sobre s¨ª mismos. De ah¨ª que la valla que protege la f¨¢brica y las rejas que a¨ªslan los locales de oficinas no sirvan para proteger lo que hay en su interior; en realidad,y sin saberlo, defienden al ciudadano de caer en las redes de esos oscuros laberintos laborales presididos por minotauros terr¨¢bles, a la vez que impotentes para imponer su ley extramuros.
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