C¨®mo parar un penalti por casualidad
Al portero esa distancia le parece un paso, un pasito, nada, apenas un par de palmos, aunque el bal¨®n est¨¢ quieto a 11 metros. Desde la altura de su serena mi rada, el cuero queda pr¨®ximo, terriblemente inmediato. Si lo observase a ras de hierba, agazapado como los indios, dar¨ªa una mayor impresi¨®n de lejan¨ªa. Pero eso (para qu¨¦ iba a enga?arse) no le servir¨ªa de mucho. As¨ª que, visto desde el 1,82 de su, estatura, el bal¨®n provoca una sensaci¨®n de incre¨ªble proximidad, mentira que parezca. Sus brazos extendidos no podr¨ªan cubrir ni tres metros de los 7,32 por los que discurre la l¨ªnea entre los dos postes; y los ¨¢ngulos del marco aparecen muy lejos. Ni siquiera se llega a ellos s¨®lo con un salto, hacen falta un paso previo-muy corto y r¨¢pido- para tomar fuerza, y un buen est¨®mago que estire el cuerpo y le d¨¦ un segundo impulso en el aire. Los pies han de situarse sobre la cal, pisando la raya exactamente. No se le permite moverlos ni un mil¨ªmetro mientras el delantero no haya tocado el bal¨®n. As¨ª son las reglas. ?sa es la m¨¢s dif¨ªcil de cumplir. Las d¨¦cimas de segundo resultan decisivas: iniciar el pasito r¨¢pido cuando el delantero levanta los tacos y lanzarse a alguno de los lados, el que sea, por si acaso el bal¨®n acaba yendo por all¨ª, es un truco de anticipaci¨®n que a veces da resultado. Pero le hacen falta dos circunstancias aleatorias: la benevolencia del ¨¢rbitro ante la trampa y que el bal¨®n efectivamente vaya por all¨ª.Otra opci¨®n es intentar enga?ar al delantero. El guardameta puede simular con la cintura que se va a lanzar hacia un lado, para que el contrincante se lo crea y ponga el cuero en el otro; l¨®gicamente, el portero debe arrojarse a ese lugar antes de que el delantero le pille la socali?a. Resulta arriesgado, porque desequilibrarse hacia un costado dificulta luego la estirada eficaz en busca del palo opuesto.
Mirar a los ojos
Una tercera posibilidad consiste en mirar a los ojos del ejecutante. Algunos lo niegan, pero en realidad no se puede evitar: todo delantero que lanza un penalti pone su mirada, siquiera sea una fracci¨®n de d¨¦cima de segundo, en el lugar por donde quiere situar el bal¨®n.
Mirarle los ojos con atenci¨®n ,y saltar con reflejos hacia el punto que ¨¦l ha escogido puede conducir a la ovaci¨®n y la gloria. Es decir: puede conducir al bal¨®n. Pero son necesarias gran rapidez y enorme perspicacia: hay que adivinar cu¨¢ndo ha mirado qu¨¦ lugar. Porque el delantero -seguramente un profesional que sabe lo que se hace-, habr¨¢ ojeado todo el portal, por despistar. No importa. El guardameta sabe que tarde o temprano mirar¨¢ con un gesto especial una de las esquinas, la base del poste, alguno de los cuadril¨¢teros de aire que forman la red.
Aun considerando que el esforzado guardavallas se ha lanzado al lugar id¨®neo, no le ser¨¢ f¨¢cil dar con el esf¨¦rico. Los delanteros emplean toda su potencia. Algunos, s¨ª, tocan el bal¨®n suavemente; pero son los menos porque tal sistema constituye un gran riesgo. Es utilizado cuando se adivina que el portero se est¨¢ arrojando a un lugar equivocado. Entonces no importa obrar con dulzura, por asegurar, y poner la pelota lentamente en el lado contrario. No es el tipo de penaltis, que se lanzan en un Mundial, aunque a veces se ven. En fin, lo normal es que de aquella bota salga un ob¨²s.
En el aire, el cancerbero ya sabr¨¢ si va a detener el lanzamiento, una intuici¨®n siempre acertada: "Lo paro", "no lo paro". Cuando el bal¨®n va fuera del marco, y a no ser que la trayectoria se defina escandalosamente escorada, en realidad se piensa "no lo paro". Despu¨¦s llega la inmensa alegr¨ªa de comprobar que la puerta se ha encogido.
Y si logra entrar en contacto con el bal¨®n, el portero tensar¨¢ las mu?ecas. Por nada del mundo la potencia del disparo debe doblarlas. En ese caso se har¨ªa da?o y adem¨¢s el bal¨®n traspasar¨¢ la l¨ªnea fat¨ªdica de gol. Pero si lo detiene, lo rechaza, lo desv¨ªa, miles de personas pensar¨¢n que han presenciado algo inesperado, incre¨ªble, un acontecimiento extraordinario. Habr¨¢ conseguido algo cada vez m¨¢s dif¨ªcil: entrar en la gloria por casualidad.
En el fondo, ¨¦l ser¨¢ el primer sorprendido.
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