Pr¨®logo
"He sospechado alguna vez que las obras completas son un error de origen comercial o profesoral. Un hombre tiene derecho a que lo juzguen por su m¨¢s clara p¨¢gina, no por las distracciones de su pluma o por cartas casuales. Yo querr¨ªa ser juzgado por los nueve textos que siguen o por el eco de esos textos en la memoria.
El muerto puede ser una alegor¨ªa, sin que yo lo supiera. A todos nos dan todo y nos quitan todo. De mis cuentos, UIrica es el que prefiero, quiz¨¢s porque es el menos borgeano. Ni laberintos, ni armas blancas, ni tigres.
El episodio que relata La espera ocurri¨® en Rosario. El protagonista era turco: lo hice italiano, porque mis lectores no ignoran que s¨¦ poco o nada de turcos. La muralla y los libros atestigua esta veneraci¨®n de un imperio que me fue revelado por tantos signos, por el Unicornio y Confucio, por la mariposa de un sue?o y por los ideogramas grabados en una alta campana de bronce. De La intrusa debo decir que no soy los hermanos Nilsen y que condeno el crimen que ejecutaron. Dedico El Golem a la querida memoria de la baronesa de Stummer, que me llev¨® al libro de Meyrink y con la que traduje, en tardes que no olvidar¨¦, el Somnium Scipionis de Cicer¨®n. Los Fragmentos de un evangelio ap¨®crifo bien pueden ser el texto que me justifique ante Dios, si es que hay un Dios, como lo demostr¨® san Anselmo. La luna afirma una verdad, con alg¨²n exceso ret¨®rico: no hay un instante que no lleve la carga de pasado infinito. La Utop¨ªa de un hombre que est¨¢ cansado no requiere mayores aclaraciones: yo soy ese hombre.
Toda mi gratitud a los generosos conspiradores que han urdido este libro, los se?ores Eduardo Mayer y C¨¦sar Palui, y a Roberto Alifano, mi amigo y colaborador de tantas p¨¢ginas.
, 11 de noviembre de 1985."
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