Miurada de pesadilla
ENVIADO ESPECIAL, Sali¨® la miurada haciendo honor a su leyenda: terror¨ªfica. Todos los toros sobrepasaron, con mucho, los 600 kilos; todos ten¨ªan peligro. Y tal como fueron -altos, carifoscos, largos, broncos, violentos- as¨ª se les reaparecer¨¢n a los toreros en las noches de pesadilla.
El que abri¨® plaza era de Domecq y tanto por su trap¨ªo como su comportamiento, tambi¨¦n parec¨ªa Miura. Ruiz Miguel, al principio de la faena, se distrajo mirando al tendido. El toro se le arranc¨® de s¨²bito y le volte¨® corno para matarlo. Salvo el susto y los golpes no pas¨® nada, excepto que Ruiz Miguel se levant¨® furioso, se arranc¨® la casta?eta, tir¨® lejos las zapatillas y se puso a torear. Tanto consinti¨® y aguant¨® que el torazo bronco e incierto acab¨® tomando la muleta, y Ruiz Miguel pudo ligar naturales y derechazos como quien lava. Valiente y dominador: Ruiz Miguel estaba hecho ayer un torerazo. En el cuarto, que topaba y nunca quiso humillar, repiti¨® la proeza de pisarle el terreno, aguantarle tarascadas, hasta obligarle a embestir.
Miura / Ruiz Miguel, Galloso, T
CampuzanoCinco toros de Eduardo Miura y uno de Santiago Domecq, todos de impresionante trap¨ªo, mansos y broncos. Ruiz Miguel: pinchazo y estocada (orejal); pinchazo y estocada corta (vuelta). Jos¨¦ Luis Galloso: pinchazo, bajonazo descarado a paso de banderillas, rueda de peones, intenta el descabello, pinchazo, otro perdiendo la muleta, media estocada baja, dos descabellos -aviso- y tres descabellos m¨¢s (bronca); media delantera baja a toro arrancado, pinchazo, golletazo, rueda de peones y cuatro descabellos (bronca y almohadillas). Tom¨¢s Campuzano: pinchazo, bajonazo y descabello (aplausos y saludos); estocada corta ladeada (ovaci¨®n). Plaza de Pamplona, 14 de julio. Novena y ¨²ltima corrida de feria.
No hubo arte, claro. ?C¨®mo iba a haberlo con aquellos miurazos de pesadilla? Unos miurazos apabullantes, que recelaban de los capotes; acomet¨ªan a oleadas; reculaban ante los caballos, escarbando y escondiendo la cabezota entre las pezu?as, salvo cuando ve¨ªan al picador descuidado, y entonces se tiraban traicioneramente a por la acorazada.
La acorazada, por supuesto, se despach¨® a gusto, tundi¨® espinazos, cruji¨® v¨¦rtebras, hizo de las carnes salpicon, extrajo menudillos, ante la consentidora mirada del generalato, que si callaba, otorgaba -o dec¨ªa "!dale!" por lo bajini-, pues los miurazos pegaban le?a. Y luego, en el siguiente tercio, persegu¨ªan a los peones con vengadora sa?a.
Los peones corr¨ªan que se las pelaban, tiraban los palos, o los pon¨ªan como los fabrican (de uno en uno), tomaban precipitadamente el olivo.
Aunque hubo sus excepciones: dos buenos pares de El Formidable; dos de Guillermo de Alba, valent¨ªsimos, emocionantes, reuniendo entre los pitones.
El quinto toro reculaba m¨¢s que ninguno y el picador de turno se sali¨® a alancearlo a los medios donde le estuvo metiendo ca?a, y no menos de 10 puyazos le lleg¨® a pegar, por todo el cuerpo. El esc¨¢ndalo fue mayusculo y al acorazado individuo del castore?o le tiraron de todo desde el tendido. Un mont¨®n de desperdicios qued¨® desparramado en el tercio de sol y se tem¨ªa que, de un momento a otro, fueran a aparecer las ratas por all¨ª, para refocilarse en el basurero.
Galloso, a quien correspond¨ªa el toro, hab¨ªa estado de espectador, pues quien lidiaba era su pe¨®n El Mangui, que se gan¨® fuertes ovaciones. Tanto en ese Miura reculante como en el anterior, ambos broncos, traste¨® Galloso por la cara, lo cual ten¨ªa su justificaci¨®n. En cambio ya no tuvo justificaci¨®n la muerte que les dio, a paso de banderillas, mandobles donde cayeran, mientras los toros, cada vez m¨¢s, reservones, avisados, fieros y cabeceantes, se borbotaban sangre a chorro por las docenas de boquetes que les hab¨ªan hecho las puyas y los estoques. El fracaso de Galloso ayer en Pamplona alcanz¨® las cimas de la monumentalidad.
Al tercer miurazo le hizo Tom¨¢s Campuzano un toreo sobre las piernas, valiente, ¨¢gil y meritorio; listo para librar derrotes en el curso de los naturales y los derechazos. El sexto no se dej¨® hacer ni eso, a pesar de la porf¨ªa del voluntarioso diestro. Terminada la corrida -y la feria- los matadores se marchaban sudorosos, aun retembl¨¢ndoles en el cuerpo las angustias vividas. Tendr¨¢n pesadillas, pero dir¨ªan para su chaleco "Los miurazos ya est¨¢n para filetes y en cambio nosotros aqu¨ª vamos, tan pimpantes, camino de la ducha".
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