Boda en azul para una 'cenicienta' pelirroja
Las invitadas y los decoradores reales se pusieron de acuerdo en los colores de la ceremonia
Todo era azul ayer en Londres, todo menos el cielo gris, que amenaz¨® lluvia durante las m¨¢s de dos horas que transcurrieron desde que las primeras carrozas salieron del palacio de Buckingham hasta que regresaron las ¨²Itimas con los invitados reales para asistir al almuerzo nupcial. Azul fue el traje de la madre del novio, la reina Isabel II de Inglaterra, que, como todas las madres, se mostr¨® algo nerviosa y emocionada, pero mucho m¨¢s elegante de lo habitual en ella. La reina, acompa?ada de su marido, el duque de Edimburgo, de uniforme, lleg¨® a la abad¨ªa toc¨¢ndose con una pamela tambi¨¦n azul y unas discretas perlas al cuello, en contraste con la colecci¨®n de joyas de la corona brit¨¢nica, posiblemente la m¨¢s fastuosa del mundo.
Tras el carruaje de la soberana, el de la reina madre, que vest¨ªa de azul y amarillo y se tocaba con uno de sus tradicionales sombreros adornado con plumas; la acompa?aba su hija menor, la princesa Margarita, tambi¨¦n de azul y un tanto demacrada deaspecto. Margarita hac¨ªa honor a su t¨ªtulo de la princesa con la mirada m¨¢s triste de Europa.Lady Di, princesa de Gales, fue la versi¨®n moderna en azul. Azul, con unos grandes lunares, era su traje, entallado y adornado con un faj¨ªn fruncido. Una gran abertura en la parte posterior de la falda daba un toque sexy al conjunto y realzaba a¨²n m¨¢s su estilizada figura. La elegancia de la princesa de Gales, a la que se considera una de las mujeres mejor vestidas del mundo, quedaba una vez m¨¢s as¨ª patente en la boda de su mejor amiga y el m¨¢s querido de sus cu?ados. Su sombrero, una pamela con el ala de la frente plegada como si fuera un sombrero bucanero, encubr¨ªa miradas de complicidad con los novios. Ella fue, junto con los ahora duques de York, la protagonista de la boda, porque fue quien hizo posible este matrimonio.
Azul era tambi¨¦n el traje de Sarah Arnstrong-Jones, hija de la princesa Margarita, y el de la princesa de Kent, que una vez m¨¢s volvi¨® a dar un disgusto a la reina Isabel al elegir como dise?ador del traje para la real boda a un argentino. Se revelaron en amarillo la princesa Ana y Susan Barrantes, madre de la novia, que logr¨® que su marido -el argentino H¨¦ctor Barrantes- se sentara en un lugar destacado muy cerca del altar a pesar de su mala imagen en el Reino Unido tras su intervenci¨®n en la guerra de las Malvinas.
Nancy Reagan, que recibi¨® un trato especial tanto por el protocolo de la boda como por la transmisi¨®n de la BBC, fue la ¨²ltima invitada que lleg¨® a la abad¨ªa antes de la aparici¨®n de la familia real. Nancy, invitada en calidad de gran amiga de la familia, no se atrevi¨® con el azul, pero sustituy¨® su color preferido, el rojo, por un verde azulado. Su entrada fue apote¨®sica, algo que no lograron los representantes de las casas reales europeas, entre los que se encontraban el pr¨ªncipe Felipe de Borb¨®n y las infantas Elena y Cristina, que fueron ignorados por la BBC.
Pero el azul de los ojos de Sarah fue el m¨¢s intenso de la jornada. Bajo un largo velo que cubr¨ªa el rostro de la novia del a?o se entreve¨ªan unos ojos brillantes y expresivos que reflejaban la espont¨¢nea personalidad de la princesa de Andr¨¦s. Ya en la carroza de cristal se advirtieron las dificultades que la cenicienta pelirroja sufr¨ªa para estarse quieta. Mov¨ªa la cabeza de un lado a otro, se tocaba el velo, hablaba con su padre, saludaba con la mano de una forma un tanto inexperimentada y abr¨ªa la boca dejando entrever su resplandeciente dentadura.
Cuando la novia lleg¨® al borde de la alfombra -tambi¨¦n azul que cubr¨ªa el pasillo central de la abad¨ªa, pareci¨® por unos minutos olvidarse de su padre, el mayor Ronald Ferguson, y ech¨® a andar r¨¢pidamente hacia el altar, sin dificultad, a pesar del enorme peso del traje, de varios metros de cola.
Fue el mayor Ferguson quien la retuvo, la tom¨® de la mano emocionado y dijo: "Ahora s¨ª, adelante".
Sarah apenas pod¨ªa controlar su pasos, mientras Andr¨¦s, al otro extremo de la alfombra, sonre¨ªa con expresi¨®n enamorada que puso celosas a las miles de admiradoras del pr¨ªncipe. Cuando los novios, el pr¨ªncipe Eduardo y el mayor Ronald Ferguson se colocaron en el centro del altar la reina intent¨® ocultar c¨®mo se humedec¨ªan sus ojos.
Dicen quienes conocen de cerca a la soberana brit¨¢nica que la boda de ayer la hizo muy feliz, incluso m¨¢s que la de lady Di con el pr¨ªncipe Carlos, porque Andr¨¦s es su hijo m¨¢s querido.
Los novios, frente a frente, eclipsaron todo a su alrededor. Las miradas de los 1.800 invitados se centraron en ellos, en sus gestos, en sus movimientos, en el temblor de sus manos cuando se colocaban los anillos y en el nervioso tambaleo de Andr¨¦s, que se apoyaba de cuando en cuando en su sable, intentando simular la flojedad de sus piernas al pronunciar el "Yes, I will". El pr¨ªncipe azul, el miembro reputadamente m¨¢s enamoradizo de la nobleza europea, pon¨ªa,as¨ª punto final a su solter¨ªa por amor a una cenicienta pelirroja.
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