Sanciones a Sur¨¢frica
LA REUNI?N de los siete delegados de la Commonwealth para adoptar una l¨ªnea com¨²n de sanciones contra el r¨¦gimen racista surafricano ha concluido en Londres con un compromiso m¨ªnimo, de los que permiten salvar la situaci¨®n, y a los que tan adepta es la diplomacia brit¨¢nica. El compromiso consiste en que el Reino Unido, que es el primer asociado comercial de Pretoria, adopte medidas largamente simb¨®licas y la presumible mayor¨ªa de los 48 restantes Estados miembros de la Commonwealth siga una l¨ªnea mucho m¨¢s dura, aunque de dudosa afectividad, porque su capacidad de retorsi¨®n comercial es mucho m¨¢s discutible. El antiguo club imperial se ha salvado de una escisi¨®n -si es que alguna vez estuvo en peligro de ella- un poco porque, aunque nadie sabe exactamente para qu¨¦ sirve la Commonwealth, nadie tampoco est¨¢ seguro de que no sirva para nada, y en la duda es mejor mantenerla que otra cosa.El fondo de la cuesti¨®n, sin embargo, no es el mantenimiento de una asociaci¨®n mon¨¢rquico-republicana, sino el de por qu¨¦ los dos primeros socios comerciales de Sur¨¢frica, el Reino Unido y Estados Unidos, se resisten a aplicar verdaderas sanciones econ¨®micas a Sur¨¢frica.
El gran argumento de la primera ministra brit¨¢nica, se?ora Thatcher, es el de que las sanciones son imposibles de aplicar. No solamente un verdadero bloqueo comercial ser¨ªa imposible por la extensi¨®n de costa, v¨ªa terrestre y espacio a¨¦reo a vigilar, sino que, afirma Thatcher, los m¨¢s perjudicados ser¨ªan los Estados que perdieran un comercio que en cualquier caso iban a explotar otros. ?sa es la segunda parte de la argumentaci¨®n, la de que siempre habr¨¢ pa¨ªses que a cara descubierta o por intermedio de variados pabellones de conveniencia surtan a Sur¨¢frica de lo necesario. Paralelamente, la posici¨®n del presidente norteamericano, Ronald Reagan, tambi¨¦n contrario a las sanciones, en vez de apoyarse en el pragmatismo de la se?ora Thatcher, aduce razones morales. En s¨ªntesis, ¨¦stas se reducen a una: la de que en el caso de un embargo comercial contra Sur¨¢frica los m¨¢s perjudicados ser¨ªan los propios negros a los que se pretender¨ªa ayudar con la medida.
Es indudable que un embargo comercial pleno es inviable, como subraya la primera ministra brit¨¢nica y, lo que es m¨¢s importante, que causar¨ªa da?os econ¨®micos considerables al Reino Unido, por ejemplo, y, al mismo tiempo, perjudicar¨ªa a los intereses occidentales al interrumpir la importaci¨®n de algunos minerales de importancia estrat¨¦gica de los que Estados Unidos y la CE compran a Sur¨¢frica. Pero eso no significa que no haya medidas de presi¨®n econ¨®mica que no fueran a sentirse gravemente en Pretoria. Recordemos que cuando la gran banca internacional retir¨® su confianza a la econom¨ªa surafricana, el oto?o pasado, el r¨¦gimen de Pieter Botha se apresur¨® a anunciar medidas suavizadoras del apartheid, el que ¨¦stas fueran demasiado poco, demasiado tarde, no niega que el r¨¦gimen racista sea sensible a la presi¨®n econ¨®mica exterior. Por otra parte, la teor¨ªa com¨²n a brit¨¢nicos y norteamericanos de que un cerco econ¨®mico contra Pretoria no har¨ªa sino endurecer al r¨¦gimen y abortar cualquier progreso pol¨ªtico, que ambas diplomacias anglosajonas buscan por la v¨ªa del di¨¢logo y la persuasi¨®n, se desmorona casi sin refutaci¨®n. El r¨¦gimen surafricano est¨¢ ya lo bastante endurecido como para que cualquier escalada de la represi¨®n no sea sino m¨¢s de lo mismo y cause poco espanto a la poblaci¨®n negra. Por a?adidura, la gran mayor¨ªa de los l¨ªderes negros surafricanos apoya las sanciones por lo que pare ce innecesario que se decida en Washington lo que va o no a perjudicarles.
Las sanciones, incluso las m¨¢s ben¨¦volas, tienen tambi¨¦n un car¨¢cter pol¨ªtico, que es el sentido que quieren darle aquellos Estados que por su lejan¨ªa comercial de Pretoria las tomen ¨²nicamente con una inmejorable intenci¨®n pro forma. Pero, en cualquier caso, lo fundamental es, sin embargo, que la v¨ªa del di¨¢logo por s¨ª sola no s¨®lo no ha conducido a ninguna parte, sino que, peor, ha llevado al estado de cosas actual, en el que la represi¨®n indiscriminada es todo lo que se le ocurre al r¨¦gimen afrikaner. La adopci¨®n de sanciones es reclamada por la gran mayor¨ªa de los l¨ªderes negros surafricanos, y la Comunidad Europea, notablemente, ha de demostrar en estos momentos de qu¨¦ lado se encuentra en el caso de Pretoria. Si Europa aspira a tener un futuro pol¨ªtico ha de demostrarlo ahora sabiendo asumir los costes econ¨®micos que ello signifique.
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