Millones
Todo el mundo habla de millones ele habitantes. Madrid, seg¨²n parece, ya tiene tres. Adem¨¢s, crece hacia el Norte, lo cual manifiesta su vocaci¨®n europea, que, por cierto, viene de lejos. Antiguamente las ciudades aumentaban a medida del hombre, y lo mismo sus calles y plazas.. As¨ª se edific¨® la primera, la de los Austrias. Fue centro del pa¨ªs y camino de palacio. Tal primac¨ªa la mantuvo muchos a?os hasta Jovellanos. Vino Jos¨¦ Bonaparte y derrib¨® edificios y conventos y llegaron nuevos tiempos para la capital.La villa aumentaba su poblaci¨®n paso a paso como huyendo del r¨ªo, de la mala fama que le echaron los ingenios. de la corte, de sus taludes y sus proyectos urbanizadores. Con los a?os vino la ¨¦poca de: los ensanches. Distinto hubiera sido su. destino sin el Metro, que uni¨® diversos barrios, como lo hizo la Gran V¨ªa, capaz de juntarse sin desdoro con la misma calle de Alcal¨¢. Los lugares mejores -teatros, caf¨¦s y dem¨¢s espect¨¢culos- ofrecieron el capricho de un a?o, s¨®lo unos cuantos d¨ªas o muchos trat¨¢ndose de un ¨¦xito. Comercios y oficinas cambiaron de barrio y lugar, convirtiendo a la ciudad en lo que ya estaba al alcance de la mano. Su importancia cambi¨®, creci¨® no se sabe hacia d¨®nde. Ello es preciso tenerlo presente y mirar hacia atr¨¢s de cuando en cuando. Como tantas villas o como el r¨ªo de Madrid, ese r¨ªo que hoy se intenta ocultar como un pariente pobre, se alej¨® desde la plaza Mayor, escenario de festejos reales, que perdi¨® la primac¨ªa, convirti¨¦ndose en lugar para el turismo, a ratos mercado popular y en ocasiones magn¨ªfico coso, creciendo no s¨®lo en calles y plazas sino tambi¨¦n en habitantes. Lleg¨® a convertirse en coraz¨®n del pa¨ªs despu¨¦s de haber sido anteriormente sitio de paso durante muchos a?os, lugar principal de duelos cuando no de corrillos y milagros. Es por entonces cuando los ingenios de la corte traen nuevas inquietudes. Una nueva avalancha de vecinos ocup¨® cada cual su barrio. La gente de alto vuelo se fue al del Marqu¨¦s de Salamanca; la. aristocracia, al paseo de la Castellana, donde habit¨® villas y palacios, y los humildes a Chamber¨ª, convertido en zona industrial. As¨ª pues, Madrid sigui¨® creciendo como hoy. S¨®lo es preciso salir a la calle para ver que ya se llega a esos millones que dicen.
Y sin embargo, razones de ambiente y econ¨®micas empujan a los madrile?os fuera de la ciudad, unos a residencias de lujo, dejando a los otros en una ciudad perpetuamente en obras. Lo que hace siglos fueron barreras naturales se convirtieron en barrios campesinos que a veces abandonaban sus vegas pobladas de alamedas. Los alrededores de Madrid no est¨¢n preparados para recibir esos millones de que habla el peri¨®dico. La ciudad crece en hospitales y negocios, pero no va m¨¢s all¨¢ del Campo del Moro.
No lejos de ¨¦l se descubri¨® hace relativamente poco la antigua muralla construida tiempo atr¨¢s, cuando la ciudad dej¨® de ser defensa para convertirse en. futura capital con vocaci¨®n europea, abierta a todos los vientos, razas o idiomas. Como todas las ciudades nuevas, s¨®lo estuvo defendida por unas cuantas puertas y los primeros que vinieron a vivir en ella.
A los madrile?os no les gustaba la guerra ni les preocupaban las opiniones ajenas, no se sabe si por orgullo o debido a que entonces, como ahora, andaban a vueltas con tasas o impuestos. La ciencia a su vez ganaba la partida a la enfermedad que en la villa creci¨® hasta llegar a preocupar por vez primera. La tala de bosques que en torno suyo hubo siempre y la desaparici¨®n de sus verdes prados para convertirse en ciudad hicieron a la gente distinta ahora, sobre todo la juventud. No hay m¨¢s que asomarse a la ventana para comprobarlo. Del tiempo alegre al paro van los j¨®venes de ahora, los de los tres millones de habitantes. Un af¨¢n por los viajes parece haberse desatado en ellos, que se pasan el tiempo hablando de conocer :nuevos pa¨ªses. El ¨¦xito del que ha sido denominado avi¨®n del siglo recuerda muy fielmente el de los trenes, A pesar de un primer rechazo, los madrile?os se acabaron acostumbrando a ¨¦l. El tiro de caballos estaba llegando a su fin y para los empresarios las diligencias dejaron de sementables. Lo que se dio en llamar furor de los ferrocarriles se impuso en Espa?a y m¨¢s tarde en Madrid ya mediado el siglo XIX. No faltaron quienes estuvieran en contra, mas a la postre se acept¨®. Las estaciones vieron c¨®mo se llenaban sus andenes de gentes con ganas de ver mundo, sin que les importara cu¨¢nto tardar¨ªan en llegar. Las de hoy son distintas de las de entonces, sin pobres almacenes de ventanas casi siempre cerradas y una fonda donde s¨®lo se tomaba un triste caf¨¦ con leche.
En la actualidad los j¨®venes viajan m¨¢s aprisa, visten y se divierten de otro modo, incluso su moral es diferente. Las modas son distintas; es natural, siempre lo fueron a lo largo de la historia. Hoy el tren no es noticia como todo aquello que le rodeaba entonces: moda, moral y espect¨¢culos. No se habla ya de pesetas, sino de millones; no es preciso sino leer la Prensa o encender el televisor. Como en el caso de Marco Polo, es nuestra raz¨®n de vida conseguirlos, aumentarlos, llegar a eso que todos llaman una dorada eternidad.
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