El sorprendente secreto de Andrew Wyeth
Uno de los maestros de la pintura norteamericana revela la existencia de 246 obras desconocidas
Andrew Wyeth, admirado por unos como uno de los grandes maestros de la pintura norteamericana de este siglo, y disminuido por otros a causa de una concepci¨®n de la pintura en la que "los personajes no llevan relojes de pulsera", ha causado un gran revuelo en el mundo del arte de Estados Unidos al revelar la existencia de una serie -completamente desconocida hasta ahora- de 246 cuadros. Casi todos tienen una sola modelo: Helga, una mujer de origen alem¨¢n, hoy madre de cuatro hijos, a quien el pintor retrat¨® con la intensidad que le define.
Andrew y Betsy Wyeth son la imagen misma de la sencillez cuando reciben a un visitante en el faro que consideran su hogar, en Southern Island, un refugio en la costa de Maine (Etados Unidos). Moreno y con buen aspecto, Wyeth, de 69 a?os, viste un jersei beis de marinero y unos pantalones de tela cruda, tambi¨¦n beis. El cabello, entre rubio y plateado, lo lleva corto.Wyeth ha estado afuera pintando, toda la ma?ana, tal y como ha hecho cada ma?ana desde hace 50 a?os. "Soy como una prostituta", asegura riendo, "nunca estoy fuera de servicio". Mientras ¨¦l habla con el periodista, Betsy, su mujer, de 64 a?os, bulle por los alrededores desviando las llamadas de tel¨¦f¨®no dirigidas a su marido. Cuando los dos posan para el fot¨®grafo, lo hacen con gusto. ?l se arrodilla y le pide matrimonio, y ella dice: "Aqu¨ª estamos, una pareja de viejos supervivientes". Lo son, ciertamente; llevan 46 a?os juntos como marido y mujer. "Yo era un ladr¨®n de cunas", admite cuando habla de la mujer que conoci¨® cuando ella ten¨ªa tan s¨®lo 17 a?os.
La entrega que demuestran el uno hacia el al otro est¨¢ completamente entrelazada con su devoci¨®n compartida por el trabajo de Andrew: la precisa, meticulosa y compasiva visi¨®n que ha convertido a Wyeth en un personaje adorado por los norteamericanos que visitan los museos y en un irritante anacronismo para el mundo del arte. Por eso los Wyeth se ven ahora obligados a escapar, con gracia y un sorprendente buen humor, de la tormenta publicitaria que estall¨® en torno suyo, a principios de este mes, a causa una serie de notas de prensa lanzadas para hacer publicidad de una exclusiva de la revista Art and Antiques.
Se trataba realmente de una exclusiva. Durante 15 a?os, de 1970 a 1985, Wyeth trabaj¨® en secreto en una enorme cantidad de obra: 246 piezas en total, entre las que se incluyen apuntes, estudios, dibujos, 32 acuarelas, 12 obras con brocha seca y cinco cuadros al temple. Ni siquiera su mujer estaba al corriente de la magnitud del trabajo. Adem¨¢s, casi todas las obra eran sobre una alemana de mediana edad a la que Wyeth identifica tan s¨®lo como Helga, y que viv¨ªa cerca de la casa de invierno del pintor, en Chadds Ford, en el Estado de Pensilvania.
El artista y la modelo se citaron en diferentes lugares a lo largo de los a?os, y los cuadros resultantes, muchos de ellos desnudos, est¨¢n definidos por una intensidad al mismo tiempo c¨ªnica y er¨®tica. All¨ª estaba el tesoro escondido de un artista mayor, el miembro m¨¢s sacralizado de la dinast¨ªa reinante en el arte norteamericano, exhibiendo un vigor nuevo en el ¨²ltimo tramo de su carrera.
Helga, protegida
Pero los secretos, apilados encima de m¨¢s secretos, desped¨ªan un fant¨¢stico brillo que no estaba en la pinturas, y los Wyeth, a sabiendas o no, le a?ad¨ªan a¨²n m¨¢s resplandor. La decisi¨®n de Andrew de proteger la identidad de Helga consigui¨®, adem¨¢s, que los sospechosos lo fueran a¨²n m¨¢s. La re vista Art and Antiques explica que cuando le preguntaron a Betsy Wyeth sobre qu¨¦ trataban las obras y por qu¨¦ su marido las hab¨ªa mantenido secretas, ella se lo pens¨® un buen rato y, tras una pausa, respondi¨®: "Amor".
?Quer¨ªa decir Betsy que el artista, conocido por sus continuas e ¨ªntimas relaciones con los sujetos de sus cuadros, manten¨ªa una relaci¨®n amorosa con su modelo? ?O tal vez Betsy hablaba as¨ª en p¨²blico como parte de una elaborada estrategia para aumentar el inter¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, y conseguir aumentar tanto el precio de los trabajos como la reputaci¨®n y el valor art¨ªstico y la preeminencia de Wyeth?
No se han producido respuestas definitivas a esta pregunta, pero la incidencia de esta historia en la imaginaci¨®n popular prueba que Wyeth sigue siendo el ¨²nico artista cuyo estilo y personalidad puede deslumbrar a los norteamericanos
En 1948, el cuadro Christina's World, un paisaje de Wyeth en el que se ve¨ªa una granja, una colina y la torturada figura de una jovencita al pie de la colina, se convirti¨® en parte indeleble del vocabulario visual de Estados Unidos de la posguerra, e hizo de Wyeth, de 32 a?os, una estrella.
Sin embargo, Christina Olson, la vecina de Wyeth en Cushing, no era ninguna ni?a, ya que ten¨ªa 55 a?os por aquel entonces; nada que ver con una delicada s¨ªlfide. Ni siquiera lleg¨® a posar para la famosa pintura; el torso de la figura es el de su mujer, Betsy. Pero se trataba de un trabajo honesto en lo esencial, y defini¨® el mundo de Wyeth como un lugar de grandeza fisica y dolor ps¨ªquico.
Christina's World sirvi¨® tambi¨¦n para establecer la obsesiva fidelidad de Wyeth a la gente que pintaba. Tal como dec¨ªa recientemente el artista: "Cuanto m¨¢s estoy con un objeto, sea una modelo o un trozo de paisaje, m¨¢s empiezo a ver lo que no apreciaba".
Wyeth utiliz¨® a Cristina y a su hermano mayor, ?lvaro, como modelos, entre 1940 y 1968; a Anna y Karl Kuerner, sus vecinos en Chadds Ford, de 1948 a 1979; a la adolescente Siri Erickson, otra de las residentes de Cushing, de 1967 a 1972. Las pinturas en que aparece esta ¨²ltima fueron escondidas tambi¨¦n hasta que Siri cumpli¨® 21 a?os, y su aparici¨®n en 1975 fue la causa de un revuelo parecido a lo que ha sucedido ahora con las pinturas de Helga. Siri, que ahora tiene 32 a?os y es madre de dos ni?as, no recuerda ninguna molestia ni verg¨¹enza por haber posado desnuda para Wyeth cuando ten¨ªa 13 a?os. "Se concentraba totalmente en su trabajo, era como si una fuera un ¨¢rbol", asegura; "es una persona corriente, normal. Pinta muy bien, pero es, simplemente, Andy".
Hombre de una estudiada reserva, Wyeth se describi¨® una vez a s¨ª mismo como "un bastardo secreto". Destruye gran parte de su trabajo o bien pinta sobre lo ya hecho. "Algunas veces", dice, "hay cuatro o cinco cuadros debajo de la pintura". Asegura tambi¨¦n que ha llegado a meter acuarelas en tubos de metal y luego los ha enterrado. "Pienso en el tesoro enterrado del capit¨¢n Kidd. Puede que lo encuentren y puede que no". Pero Wyeth nunca hab¨ªa enterrado un tesoro tan rico y por tan largo tiempo como el bot¨ªn de Helga. De alguna manera, adem¨¢s, consigui¨® mantener completamente separadas a la modelo y a su mujer, a pesar de que Helga trabaja como cocinera y empleada del hogar en casa de Caroline, la hermana de Wyeth. Pero Betsy asegura que nunca visita a su cu?ada. "Nunca la he conocido, nunca", dice Betsy de Helga.
Una persona secreta
En mayo de 1985, Wyeth se refiri¨® finalmente a la colecci¨®n Helga en una entrevista concedida a la revista Art and Antiques. Aquel verano Betsy se reuni¨® con su esposo en el aeropuerto de Rockland, y en el viaje hacia la casa, Wyeth le cont¨® la historia.
La noticia la sorprendi¨® demasiado, asegura Betsy. "Es una persona muy secreta. ?l no se mete en mi vida y yo tampoco en la suya, y ha valido la pena".
Durante 15 a?os estuvo acabando y vendiendo otros cuadros a su ritmo habitual de dos o tres por a?o. Incluso incluy¨® alguna pista de la colecci¨®n Helga. Algunos de sus amigos creen ahora haber visto alguna de las pinturas.
Poco despu¨¦s de revelar la existencia de la colecci¨®n a su mujer, que es su indiscutible marchante, ambos decidieron buscar un comprador que mantuviera juntas las 240 piezas restantes. Lo encontraron muy cerca. Leonard E. B. Andrews, un editor de Dallas, accedi¨® a pagar una suma de varios millones de d¨®lares por ella, as¨ª como por sus derechos de reproducci¨®n. Andrews describe arrebatadamente su colecci¨®n como "un tesoro nacional".
Thomas Howing, director de la revista Connoiseur, y uno de los empresarios m¨¢s importantes en el campo de las bellas artes, proclama que la colecci¨®n es "¨²nica en la historia del arte".
Sin embargo, no se puede hablar de unanimidad cuando se discute la estatura de Wyeth. Algunos cr¨ªticos de Manhattan lo encuentran completamente irrelevante. "La filosof¨ªa de Wyeth es de Almanaque del pobre Richard", desliza Henry Geldzahler, antiguo especialista en arte del siglo XX en el Museo Metropolitano de Nueva York. "Sus cielos no tienen rastros de humo y sus personajes no llevan relojes de pulsera".
Tambi¨¦n, por supuesto, el mundo del arte hierve con especulaciones sobre lo que no est¨¢ en las telas. Sus amigos debaten abiertamente sobre si Wyeth le ha sido fiel o no a su mujer. ?Por qu¨¦ mantuvo escondida la colecci¨®n a su esposa? ?Por qu¨¦ esper¨® tanto tiempo para hacerla p¨²blica? Seg¨²n el artista George Segal, "en todos los artistas existe un angustioso dilema entre querer mantener su obra en privado y querer ense?arla. Es una guerra interna. Ense?ar nuevas obras es como bajarse los pantalones en p¨²blico".
Pero alboroto de la pol¨¦mica se aquieta en el silencio que estos retratos inquietantes requieren para ser contemplados. La especulaci¨®n sobre c¨®mo fue su relaci¨®n con Helga se convierte en fascinaci¨®n cuando se ve el desarrollo de las ideas y las emociones en los trabajos finales. Los motivos de Wyeth se pierden en el oscuro nexo en el que la pasi¨®n se encuentra con la habilidad artesana. Helga es una chica delgada y bella que duerme; las l¨ªneas sugerentes la idealizan, y sin embargo respira juventud y posibilidades.
En cuanto a los vecinos, tan seguros est¨¢n de descartar cualquier acusaci¨®n de infidelidad que se prestan a divertir -y divertirse- con la posibilidad de que todo sea un montaje de Wyeth. "Todo esto puede ser perfectamente un montaje", piensa Karl J. Kuerner III. Un empleado del Museo Brandywine lo llamaba "el mejor truco que jam¨¢s he visto".
Los periodistas consiguieron localizar la casa de Helga y supiero que su nombre es Helga Testorf, tiene 54 a?os, est¨¢ casada y tiene cuatro hijos y dos nietos. Fugitiva de su s¨²bita popularidad, no pudo ser localizada. Al parecer, se encuentra muy molesta por el tumulto levantado por las pinturas, si bien "piensa que son bell¨ªsimas".
? Time.
Babelia
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