M¨¢s pobres que ayer
Con don Ram¨®n Carande se nos va el m¨¢s grande de los historiadores espa?oles de nuestro tiempo y, lo que es m¨¢s, un ciudadano consciente y un hombre bueno.Como historiador ha sido insuficientemente conocido y valorado entre nosotros. Es verdad que en estos ¨²ltimos a?os se le dedicaron muchos homenajes, pero estos se dirig¨ªan m¨¢s al hombre -o mejor, al personaje- que a la obra. Carlos V y sus banqueros es un libro cuyo texto ¨ªntegro se hizo en una sola edici¨®n, poco menos que clandestina por su escasa difusi¨®n, y que est¨¢ agotada desde hace a?os. ?Por qu¨¦ no se ha hecho de ella el mismo aprecio que de la de tantos figurones que est¨¢n, por m¨¦ritos reales, cien codos por debajo de don Ram¨®n?
Una de las razones puede residir en sus concepciones de la historia, que le hac¨ªan ir contra corriente de las modas acad¨¦micas. Trascribo una de sus cartas, fechada en 1972: "La historia la concibo dram¨¢tica o tr¨¢gica en su entra?a, y no me basta presentir, nada m¨¢s que en n¨²meros, las escenas del teatro del mundo., Por eso me quedo fr¨ªo y aburrido si los hombres no salen a escena en sus p¨¢ginas, y en ellas, sin bastidores ni bamb¨¢linas, los veo actuar y destacarse y sufrir como h¨¦roes, o m¨¢rtires, o suicidas, b payasos y bufones; como protagonistas o en el coro innominado de int¨¦rpretes del destino".
Pero no creo que sea tan s¨®lo por esto. Imagino que ha tenido tambi¨¦n mucho que ver el hecho de que don Ram¨®n menospreciaba ,no s¨®lo las modas de este mundo acad¨¦mico, sino tambi¨¦n, y mucho m¨¢s, a los farsantes que pululan por ¨¦l, y lo demostraba neg¨¢ndose a aceptar Ias reglas del juego. De la ,Universidad espa?ola de hoy, por ejemplo, apreciaba poca cosa m¨¢s que a los estudiantes. En una carta de julio de 1970 me escrib¨ªa: "Me parece que nada debemos esperar de la Universidad, incluso si expulsase ?cuando? a los polic¨ªas, mientras imperen los docentes actuales. En lugar de ?nuevas? universidades, -sin profesores, necesitamos muchos miles de escuelas y maestros. S¨®lo cuando lleguen a discurrir los espa?oles, discurriendo har¨¢n que se conmuevan las estructuras m¨¢s reacias, y barrer¨¢n las que ya est¨¢n putrefactas. En esto de las estructuras hay mucha mandanga". Es verdad que los polic¨ªas han salido ya; pero me temo que no nos ha quedado tampoco la Universidad que don Ram¨®n, y yo, quer¨ªamos. En 1978, me escrib¨ªa: "Mis quejas, si acaso, provienen de observar que el cambio de r¨¦gimen no ha tra¨ªdo consigo muchas felices realizaciones. Esto me tiene (como a muchos) deca¨ªdo y desilusionado y, a veces, con alguna rabia. ?Cuando comenzaremos a discurrir? Cierto que nadie nos lo ha ense?ado?".
Pero si el historiador no ha sido conocido como debiera, menos lo ha sido el hombre. Don Ram¨®n ha escrito muy poco -sobre s¨ª mismo.
Es sabido que no sol¨ªa hablar en p¨²blico sino de aqu¨¦llos de quienes pod¨ªa decir algo bueno, que y silenciaba incluso los nombres de los otros. Pero que nadie crea que ello fuese por debilidad o blandura. Sus cartas est¨¢n ah¨ª para dar testimonio de sus censuras y condehas hacia tantos fantasmones. Creo que su hijo Bernardo deber¨ªa pedir a quienes recibimos estas preciosas cartas que le remitamos copia para que se pueda publicar esta gran obra in¨¦dita.
Pero si don Ram¨®n s¨®lo hablaba en p¨²blico de aquellos a quienes pod¨ªa elogiar, de s¨ª mismo no sol¨ªa contar m¨¢s que alguna an¨¦cdota intrascendente, destinada, por lo general, a quitarle solemnidad a alguno d¨¦ estos homenajes que recib¨ªa con agrado, pero no sin cierto rubor. No era ah¨ª, sino en las conversaciones mantenidas con ¨¦l donde don Ram¨®n contaba cosas de su vida.
Cosas que pod¨ªan ser recuerdos de los m¨¢s diversos personajes -de Rosa Luxemburgo a Isadora Duncan-, pero que eran tambi¨¦n, con frecuencia, retazos de su propia vida: de cuando pudo haber sido ministro de Hacienda, de cuando decidi¨® mudar el rumbo de su vida y se traslad¨® de Madrid a Sevilla, haciendo justamente lo contrario de lo que es habitual en cualquier carrera acad¨¦mica... Pero cierto que nunca sabr¨¢n los sevillanos hasta qu¨¦ punto amaba don Ram¨®n, no tanto a su ciudad como al "pueblo sevijlano", d¨¦ quien le o¨ª hacer los mayores elogios (aunque est¨¢ claro que para ¨¦l no todo el mundo era "pueblo").
?Qui¨¦n contar¨¢ ahora a los dem¨¢s esas cosas que don Ram¨®n no escrib¨ªa? Pensando en estas cosas, sin tiempo para reflexionar ni claridad de ideas para sobreponerme a los sentimientos m¨¢s inmediatos de dolor, Olo s¨¦ que he perdido a un maestro y a un amigo. Pero no soy s¨®lo yo, porque estepa¨ªs ha perdido a un hombre entero y bueno: a un individuo de una especie en extinci¨®n. Hoy somos mucho m¨¢s pobres que ayer.
Josep Fontana es historiador.
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