La fachada del arte
El artista es persona de humor vago y tornadizo: est¨¢ llevando con dificultad sus problemas de estatalizaci¨®n. La forma vaga y tornadiza del funcionario y del pol¨ªtico no coinciden con la suya, y la interacci¨®n de estos abundantes personajes nos est¨¢ dando unas formas art¨ªsticas sorprendentes. De pronto, estalla un ballet nacional, estatal; de pronto, se calla una orquesta. O un grupo de escritores se planta fieramente contra el IVA y se declara en desobediencia civil. O el teatro lanza su ansiedad en cada esquina, con medios de fortuna, agarr¨¢ndose al clavo ardiendo grecorromano o mezcl¨¢ndolo con el astrac¨¢n.El dinero est¨¢ sobredorando la cultura: festivales, congresos; cursos de largo verano; heroicas expediciones al extranjero con cuadros, cajas de pel¨ªculas, cat¨¢logos editoriales, tejidos y modelos, v¨ªdeos y sonidos; paternalismos sobre la evanescente y et¨¦rea movida; viajes patrocinados de cr¨ªticos, intelectuales y periodistas con inagotablers itinerarios entre el rom¨¢nico y el cupl¨¦, mezclados con la paella y el gazpacho; rescate de cuadros perdidos, contabilidades del patrimonio escondido en las casas sombr¨ªas donde los atesoran los viejecitos. Todo esto era un sue?o, y ahora., a veces, da unos resultados inquietantes. Una doble contabilidad.
La situaci¨®n pinta un fresco fascinante. El artista -lo mismo el del pathos que el del logos; sobre todo, el del logos, que siempre ha sido m¨¢s fr¨ªvolo y sabe de verdad. que la naturaleza de las cosas es la inconsistencia- se mueve dentro de ese marco como el perro de Paulov, entre el est¨ªmulo y la descarga el¨¦ctrica. Nunca ha desde?ado las monedas -los ducados del de Osuna o los libramientos ?le Hacienda- a condici¨®n de: que haya una ficci¨®n de libertad, y ahora hay algo m¨¢s que una ficci¨®n. O de que tenga la sensaci¨®n de que es m¨¢s astuto que el dispensador del oro, pero esto frecuentemente no es m¨¢s que un arreglo psicol¨®gico interno. Cervantes no consigui¨® enga?ar m¨¢s que una vez, con el Quijote; pero Goya tuvo que huir al extranjero, con otros cuantos. El artista ha vivido siempre en Espa?a entre la luz del oro -nada m¨¢s que su luz- y la sombra de la c¨¢rcel; o del exilio, o de la muerte. Ahora no est¨¢ en ese claroscuro dram¨¢tico, y la proyecci¨®n de la alternativa de la muerte no la tiene m¨¢s que con los aniversarios de los viejos colegas fusilados. Su problema es mucho m¨¢s peque?o: es una dial¨¦ctica con el gusto del funcionario convertido en legi¨®n. Le resulta m¨¢s f¨¢cil ceder en esta peque?a pelea que ante la gran amenaza sobre su vida y hacienda: es su temperamento.
El funcionario cultural, que se segrega con toda naturalidad en la nueva atomizaci¨®n espa?ola y que aparece en cada organismo, tiene una fisonom¨ªa interesante. Suele ser hombre que en su infancia no demasiado lejana declam¨® en el colegio, concurri¨® a la rebotica de alguna de las librer¨ªas que se apedreaban, conoci¨® a los grandes poetas por las canciones y am¨® todo ello; pero tuvo que elegir otra v¨ªa. Se le qued¨® una frustraci¨®n; y sus compa?eros se la compensan promovi¨¦ndole a un despacho, grande o peque?o, de pueblo o de cabecera, de la administraci¨®n cultural. Hay que acudir a estos entra?ables y valiosos aficionados porque hay muhos puestos que cubrir; y porque los verdaderos artistas (que en el fondo siempre son, tambi¨¦n, aficionados) son vistos, con alguna desconfianza. Entran dif¨ªcilmente en los reglamentos y, adem¨¢s, son materia de sospecha: los que han accedido al poder est¨¢n pagando con sangre su debilidad. El funcionario cultural alberga viejos sue?os, quiere verlos realizados a trav¨¦s de otros; y suele elegir a los otros buscando entre los que fueron, tambi¨¦n, reprimidos en su arte. Hay una contradicci¨®n entre los altos gobernantes que tienen como lema no volver nunca atr¨¢s, echar paletadas de cemento en la losa de los sue?os, y el peque?o funcionario que al administrar estas riquezas inmateriales, este humo del arte, trata por todos los medios de volver al camino en el que se qued¨® inm¨®vil. No acepta los principios de la reconversi¨®n industrial.
Pero este personaje rom¨¢ntico tiene otros componentes. Quiere encerrarlo todo en estatutos, reglamentos, albaranes, ordenanzas; y tiene en todo ello una responsabilidad. Tiene en sus manos un dinero p¨²blico; y es honrado. La corrupci¨®n en el mundo del arte no existe apenas, y las denuncias suelen ser inconsistentes. A no ser que nos fijemos en dos puntos graves: una desviaci¨®n de los valores fundamentales del arte y una disociaci¨®n de ¨¦stos con respecto a la sensibilidad p¨²blica. Aun estos casos el m¨®vil aparece como atenuante, y a veces hasta como eximente. Es el m¨®vil del ¨¦xito. Est¨¢ tan anidado en el alma del funcionario cultural como en la del artista; s¨®lo que el funcionario tiene la autoridad y los medios para crearlo: inventa el acontecimiento, lo mantiene, lo defiende. Una de sus formas de buscar el ¨¦xito es la cantidad: producir el mayor n¨²mero de hechos culturales en el menor tiempo posible, se desgasten o no (es decir, aunque no lleguen a ser absorbidos por la sociedad, aunque sean sucesos ¨²nicos producidos para una mayor¨ªa de invitados). Es una penetraci¨®n del consumismo, de la psicolog¨ªa de la ansiedad, de la magia de la oferta. La otra forma es hacer preceder y seguir el hecho durante un tiempo breve por los; suficientes medios de resonancia como para convertirlo en acontecimiento.
Hay algunas dudas acerca de si el arte puede generarse por esta inseminaci¨®n artificial: in vitro. Sobre todo, si esta nueva gesti¨®n del ?arte puede mantener una calidad, que es un principio esencial. La palabra es peligrosa, y hay que explicarla: calidad no es cuesti¨®n de prestigio, de minor¨ªa, de refinamiento, tal como se usa a veces, sino un misterioso halito que se encuentra en formas diversas y que es independiente de su jerarquizaci¨®n: est¨¢ en la escritura de Ortega y Gasset o en la voz de Miguel de Molina, por usar s¨®lo ejemplos del pasado; en una forma sublime de lo vulgar o en una capacidad comunicativa de lo exquisito. La nueva gesti¨®n del arte produce la cantidad sin detenerse en la calidad (tomada en esta acepci¨®n), y su obsesi¨®n. pol¨ªtica por convertir cada hecho en acontecimiento, porque la noci¨®n misma se pierde al relacionarse con los inismos tratarnientos. Esta t¨¢ctica, que en otros tiempos podr¨ªa compararse: con la de la infanter¨ªa rusa -lanzar enormes masas sobre el objetivo, con la seguridad de que algunos llegar¨ªan- presenta enormes riesgos. Est¨¢ el se?alado antes de la disociaci¨®n entre arte y pueblo en el momento en que se busca lo contra:rio; est¨¢ tambi¨¦n el de que como el dinero no es tanto, su entrega a la dispersi¨®n produzca una baja de calidad suplementaria: no ya la que pueda residir en el artista, sino la de que los rriedios que han de sostenerla y difandirla se vayan a la chapuza. Atinque s¨®lo sea por una cuesti¨®n estad¨ªstica, este pa¨ªs no da para tanto como se quiere producir, ni para tantas rivalidades. El riesgo que ata?e al artista es el de la confusi¨®n. Sabe ya que el tiempo de aislarse en su buhardilla para sorprender un d¨ªa al mundo con una obra esplendorosa ha terminado; pero sabe que su obra, para difundirse y convertirse en acontecimiento, aunque sea fagaz, tiene que pasar por un conjunto de funcionarios culturales -estatales, auton¨®micos, municipales, privados- que re¨²nan su esfuerzo; que los gustos y la buena fe de cada uno de ellos puede no coincidir, e incluso presentarse como rivalidad. En esta confusi¨®n, puede malograrse.
Se ha construido una gran fachada: se debe al tes¨®n, al romanticismo, a la eclosi¨®n biogr¨¢fica, de los funcionarios culturales (este breve relato colectivo no corresponde, naturalmente, a todos, sino a la mera fantas¨ªa de la media: hay muchos que lo mejoran, muchos que lo empeoran). A veces los sucesos no muestran esa fachada a punto de hundirse: no tiene cimientos, es un gran decorado apenas sostenido. Pero no se sabe si es peor ese derrumbamiento y una nueva forma de conciencia art¨ªstica, o que se mantenga tiempo y tiempo la fachada, a?adi¨¦ndole ornamentos y barroquismo, para tapar s¨®lo un solar donde crecen hierbas ralas y pastan cabras.
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