La ola terrorista
Los ¨²ltimos meses han registrado un reforzamiento de la ofensiva terrorista en el mundo. El secuestro y matanza en el Boeing 747 norteamericano en Pakist¨¢n, el asesinato en masa perpetrado en la sinagoga de Estambul, la bomba lanzada al interior de la iglesia cat¨®lica en una isla filipina, los atentados llevados a cabo en Par¨ªs y los cr¨ªmenes reiterados de ETA en el Pa¨ªs Vasco son unos cuantos jalones de la acci¨®n que se va extendiendo sin cesar.Al margen de las guerras parciales y guerras civiles en el Tercer Mundo, el terrorismo es la forma superior de la violencia pol¨ªtica y social en nuestra ¨¦poca.
Naturalmente ha habido terrorismo en otros tiempos. De aquella simiente destacan en el reciente pasado, por su intensidad y por ciertas similitudes en el contenido, as¨ª como en la psicolog¨ªa de sus personajes, los actos terroristas del anarquismo y de los que luchaban contra el r¨¦gimen zarista. Ahora, bien, pese a las innegables analog¨ªas -pueden comprobarse en la gran obra teatral de Albert Camus Los Justos- hay algunas diferencias, y entre ellas una esencial: aquel terrorismo no supuso nunca una amenaza de desestabilizaci¨®n del orden sociopol¨ªtico y, no obstante los magnicidios y cr¨ªmenes masivos en que tuvo sus mayores ¨¦xitos, fue seguido siempre de cerca por la polic¨ªa y pudo ser controlado sin demasiadas dificultades. En cambio, desde hace unas d¨¦cadas el terrorismo de nuevo cu?o es un movimiento en crecimiento que apunta a la desestabilizaci¨®n de las democracias, cuenta y puede contar con medios destructivos de enorme peligrosidad, y las polic¨ªas de Cada Estado son incapaces de controlarlo, exigi¨¦ndose una cooperaci¨®n internacional de vasto alcance cuyo ¨¦xito a corto o medio plazo no puede entreverse.
Cuando viv¨ª en Hong Kong, el peri¨®dico m¨¢s importante de la colonia, South China Morning Post, public¨® en 1972 unas declaraciones de un soci¨®logo japon¨¦s conforme a las cuales no era previsible que se pudiera eliminar el terrorismo hasta el a?o 2000, por lo menos, y su peligrosidad ser¨ªa entonces incalculable, ya que probablemente podr¨ªa utilizar armas at¨®micas miniaturizadas.
He recordado a menudo aquellas palabras, que sondearon con acierto en el futuro. La escalada en espiral del terrorismo no se ha interrumpido, a?o tras a?o, a pesar de los ¨¦xitos parciales de las fuerzas de seguridad, en que se ha cantado victoria con precipitado optimismo.
Dejemos en un rinc¨®n la pol¨¦mica, que a nada bueno conduce en cuanto a honestidad intelectual y realismo, sobre el supuesto terrorismo del Estado y del sistema pac¨ªfico democr¨¢tico. El terrorismo como "sucesi¨®n de actos de violencia encaminados a infundir terror" (definici¨®n de la Real Academia Espa?ola) puede ser una t¨¦cnica m¨¢s en la represi¨®n de las dictaduras, pero no es imputable a un Estado democr¨¢tico sino en actos aislados y excepcionales. La ofensiva terrorista procede estrictamente de grupos armados en lucha con los Estados y con el sistema sociopol¨ªtico, ejerciendo la violencia f¨ªsica.
Las causas y puntos de mira del terrorismo en el ocaso de la civilizaci¨®n occidental son m¨²ltiples. Para simplificar har¨ªamos una distinci¨®n sencilla entre el terrorismo de los grupos armados que tienen una finalidad pol¨ªtica y el de aquellos que persiguen un lucro criminal.
El movimiento terrorista pol¨ªtico tiene como objetivo b¨¢sico la independencia de un territorio, como sucede con ETA y las organizaciones terroristas palestinas, o el derrumbamiento del sistema democr¨¢tico y socioecon¨®mico, como en la Rep¨²blica Federal de Alemania. Ejemplos del terrorismo dirigido al lucro criminal son el sindicato del crimen y las diversas mafias que operan en Estados Unidos, la Sociedad Negra de Hong Kong y las ramificaciones de los Tr¨ªadas, o la Mafia italiana.
De hecho, hasta ahora se ha triunfado en el prop¨®sito de sembrar el terror en los lugares donde se act¨²a, as¨ª como la inquietud nacional e internacional. En Espa?a, ETA tiene en su haber m¨¢s de 500 muertos, v¨ªctimas de sus atentados. Fuera, la incansable ofensiva terrorista ha llevado la muerte a los verdes paisajes de Irlanda, a las tranquilas calles alemanas occidentales, a las hermosas calles de Par¨ªs, a las soleadas tierras de C¨®rcega y de Italia, al hirviente mundo ¨¢rabe. El Pa¨ªs Vasco corre el riesgo del subdesarrollo despu¨¦s de haber sido durante largo tiempo la regi¨®n m¨¢s rica y avanzada de la econom¨ªa espa?ola. El presidente del Gobierno sueco, Olof Palme, una de las figuras m¨¢s prestigiosas de la izquierda europea, ha sido abatido a tiros cuando sal¨ªa de un cine en la capital de un pa¨ªs conocido por su pacifismo. La primera ministra brit¨¢nica, Margaret Thatcher, principal personaje del conservadurismo europeo, estuvo al borde de la muerte cuando una bomba vol¨® parte del hotel en que se alojaba para asistir a un congreso de su partido. Mediante explosivos adosados h¨¢bilmente en los coches mueren destrozados polic¨ªas y oficiales. Con coches bomba accionados a distancia son asesinados grupos de guardias, hombres de negocios, cient¨ªficos, civiles. Tal es el escenario de horror. En los teatros de operaciones de los terroristas nadie est¨¢ seguro, por alta que sea su posici¨®n pol¨ªtica o profesional y por perfecto que parezca el aparato de protecci¨®n organizado en torno suyo.
Los terroristas pol¨ªticos tienen en com¨²n tres cosas: el fanatismo que bloquea su capacidad de di¨¢logo, el extremismo de las ideas y la creencia de que no hay posibilidad de cambio por medios pac¨ªficos.
Su falta de comprensi¨®n del presente es absoluta. Son hombres y mujeres t¨ªpicos del ¨²ltimo tercio del siglo XX en lo que concierne a su entrenamiento y modernidad en materia tecnol¨®gica, pero en ideas actitudes son decimon¨®nicos. Literariamente, para algunos escritores el terrorista es un ser fascinante. Pol¨ªtica y moralmente es execrable.
Ahora bien, la represi¨®n no puede ni debe ser proporcional, en violencia y ¨¢nimo vengativo, a los cr¨ªmenes que sufren el Estado y la sociedad. Hay un problema: la tensi¨®n entre el Estado y los terroristas se hace insostenible, y seg¨²n contin¨²an los atentados, se emponzo?a la situaci¨®n de tal modo que los partidarios de la soluci¨®n pol¨ªtica no tienen sitio alguno. La ¨²nica relaci¨®n que se concibe ante la persistencia del terrorismo ha terminado siendo la represi¨®n armada y el inicio de una intensa cooperaci¨®n internacional. ?Ser¨¢ ello eficaz? No es descartable que el mero choque f¨ªsico entre la represi¨®n violenta y las organizaciones terroristas se mantenga indefinidamente, con vaivenes en favor de uno u otro campo, teniendo como sombr¨ªo horizonte la perspectiva racional de que, con el progreso tecnol¨®gico y las ayudas internacionales que se procuran los enemigos de la democracia, venga a las manos del terrorismo un armamento sofisticado con el cual sean posibles verdaderos genocidios. Incluso puede suceder que, como se?alaba el soci¨®logo japon¨¦s, antes del a?o 2000 dispongan de armamento at¨®mico miniaturizado y medios para emprender una guerra qu¨ªmica.
Se infiere, pues, que tanto por razones tecnol¨®gicas como por los propios principios de la democracia es urgente buscar soluciones pol¨ªticas, mientras no, se ceja en el acoso internacional e interno hasta que se produzca una especie de tregua. Desgraciadamente, si son ciegos los terroristas para entender las tendencias de la ¨¦poca, centr¨¢ndose en reivindicaciones estrechas o ut¨®picas, no son menos ciegos los Gobiernos empe?ados en encomendar el problema a la fuerza, sin atreverse a explorar a fondo el contacto pol¨ªtico por miedo a ser acusados de debilidad. En suma, el di¨¢logo es necesario, en bien de todos, para evitar que en el lenguaje pol¨ªtico impere la torpe obsesi¨®n del exterminio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.