Importante corrida de Ib¨¢n
Las figuras sol¨ªan imponer los toros de Ib¨¢n, para sus moner¨ªas. Ya no los imponen. Ayer se vio por qu¨¦. Los toros de Ib¨¢n ten¨ªan casta, peleaban duro con los caballos, se iban arriba en los siguientes tercios. Los toros de Ib¨¢n eran unos t¨ªos. Y no es que pesaran mucho; al contrario, andaban alrededor de los 430 kilitos. Lo cual no desmerec¨ªa su trap¨ªo, que era importante, y adem¨¢s luc¨ªan cornamentas agresivas y astifinas.Los dos primeros toros recibieron en total m¨¢s varas que la corrida del viernes entera, y los seis, m¨¢s que toda la feria. Naturalmente, impon¨ªan respeto; ah¨ª les duele a las figuras, y por eso los repudian. En cuanto el toro tiene casta, la propia de su especie -no esa aborregada sumisi¨®n a la que tambi¨¦n llaman casta (los taurinos)- la lidia recobra su emoci¨®n esencial y los lidiadores han de emplearse a fondo.
Ib¨¢n / L F
Espl¨¢, Palomar, MendesToros de Baltasar Ib¨¢n. Luis Francisco Espl¨¢: silencio; oreja. Jos¨¦ Luis Palomar: petici¨®n y vuelta; pitos. V¨ªctor Mendes: silencio; aplausos. Plaza de Guadalajara, 20 de septiembre. Cuarta de feria.
As¨ª ocurri¨® ayer en Guadalajara, y as¨ª hicieron los tres diestros, que no les perd¨ªan la cara a los toros por nada del mundo y ten¨ªan el pie ligero para escapar de las furiosas acometidas. Espl¨¢, que brincaba como un gorri¨®n, se tap¨® mediante un vistoso toreo de recurso, y si no aguantaba lo debido en el derechazo, hermoseaba el ep¨ªlogo de las series con ayudados, cambios de mano de fantas¨ªa, molinetes. Uno que instrument¨® con la izquierda fue muy pinturero.
En lo fundamental, Palomar le hizo lo mismo a su primer toro. Pero Palomar, diestro recio, poco amigo de floreos -es de Soria, ya me contar¨¢s- no pudo embellecer la seca y destemplada ejecuci¨®n de los derechazos al encastado toro, que se le echaba encima como un tren. Tren de Renfe, en comparaci¨®n con el quinto, que ¨¦se era el tren bala, aparatoso desde la arbolada m¨¢quina al aculatado furg¨®n de cola. Desenfrenado tren bala que sali¨® del t¨²nel echando chispas, se llev¨® el capote enganchado en la chimenea, y el recio soriano hubo de tirarse precipitadamente al callej¨®n, para que no lo arrollara. Ni con copas era prudente quedarse quieto delante de esa fiera -menos lloviendo- y Palomar trapace¨® por la cara como pudo.
El lote de Mendes result¨® m¨¢s manejable y el portugu¨¦s lig¨® bien los pases al tercero. El sexto, de un derrote, le fractur¨® el metacarpiano de la mano izquierda, y trasteaba penosamente, con gestos de dolor. Sus compa?eros le ayudaban a recoger los trastos, Palomar le arm¨® la muleta -cosas sencillas-, mientras a la hora de la verdad Mendes hubo de ser, ¨¦l solito, quien pegara la estocada.
Banderillearon los tres Mendes se asomaba al balc¨®n; Espl¨¢ y Palomar miraban a trav¨¦s de los visillos. Los coet¨¢neos de El Gordito jam¨¢s imaginaron que este tercio podr¨ªa convertirse en una pesadilla. Claro que, entonces, a¨²n no se hab¨ªa inventado "la corrida de los banderilleros".
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