La imposible aventura de un bi¨®logo
Vicente Castell¨®, fue el ¨²nico que consigui¨® escapar con vida de los narcotraficantes bolivianos
El pasado s¨¢bado 6 de septiembre, cuatro integrantes de una expedici¨®n cient¨ªfica organizada por la estaci¨®n biol¨®gica del coto de Do?ana aterrizaban en una pista en lo alto de la reserva forestal de la sierra de Huanchaca, en la Amazonia boliviana, crey¨¦ndola abandonada. Una hora despu¨¦s, tres de ellos hab¨ªan muerto acribillados por narcotraficantes que controlaban el mayor laboratorio de coca¨ªna descubierto hasta la fecha. El cuarto, el bi¨®logo espa?ol Vicente Castell¨®, era rescatado al d¨ªa siguiente tras esconderse en la selva.
Vicente Castell¨® es un bi¨®logo que trabaja contratado por la estac¨ª¨®n biol¨®gica del coto de Doflana y cuya especialidad son los peces. Es un tipo rubio, alto y huesudo que disimula unas facciones infantiles con una barba dorada que le da un cierto aire de arque¨®logo. En realidad es un tipo impasible a quien no parece haberle afectado dernasiado el hecho de ser el ¨²nico superviviente de la absurda matanza realizada por narcotraficantes en un lejano lugar de la Amazonia que se supon¨ªa jam¨¢s hollado por el hombre blanco. "Duermo perfectamente", asegura, "y hasta ahora no me siento marcado por lo que me ha sucedido. Reconozco la gravedad del asunto, admito que no es algo cotidiano y espero que no se vuelva a repetir".La estaci¨®n biol¨®gica de Do?ana lleva ya m¨¢s de 10 a?os realizando proyectos de cooperaci¨®n para estudiar la fauna suramericana, y la expedici¨®n en la que se embarc¨® Castell¨® junto con otros ocho cient¨ªficos espa?oles era uno m¨¢s de esos proyectos. El profesor Noel Kempff Mercado, un bi¨®logo sesent¨®n de gran prestigio y "un hombre de una gran sensibilidad", seg¨²n Castell¨®, director del zool¨®gico boliviano de Santa Cruz, convenci¨® a los cient¨ªficos espa?oles del inter¨¦s de la reserva nacional Huanchaca, cerca de la frontera con Brasil, un lugar inexplorado cuyos l¨ªmites ni siquiera estaban bien definidos, y que, por supuesto, no contaba ni con guardafauna ni con la m¨¢s m¨ªnima infraestructura. Situada en el Matto Grosso boliviano brasile?o, se trata de una zona cuya propiedad a¨²n se disputan ambos pa¨ªses, pero que no tiene protecci¨®n ni de uno ni de otro.
Zona deshabitada
Son unas 550.000 hect¨¢reas situadas encima de la serran¨ªa de Huanchaca. Se trata de una meseta que se eleva sobre toda la penifianura de la zona de Los Llanos y que tiene unos 150 kil¨®metros de largo por 50 de ancho, rodeada completamente por farallones o acantilados cuya altura oscila entre los 50 y los 100 metros, lo que la hace casi inaccesible y permite la existencia de un ecosistema que los cient¨ªficos imaginan lleno de especies end¨¦micas.
La zona est¨¢ totalmente deshabitada, tan s¨®lo existe un aserradero que se encuentra a unos 50 o 60 kil¨®metros de la base de los farallones. Los le?adores buscan maderas preciosas, especialmente caoba y aymara. En este aserradero, en el que viven unas 10 familias, instal¨® su campamento la expedici¨®n.
Los bi¨®logos quer¨ªan subir a pie, pero, pese a encontrar una v¨ªa de acceso por la que consiguieron llegar arriba, result¨® imposible subir por ella los 400 kilos de material, por lo que se decidi¨® usar una avioneta. La expedici¨®n se hab¨ªa informado sobre el lugar, especialmente si exist¨ªa alguna zona m¨¢s o menos Rana donde se pudiera aterrizar. S¨ª, les dijeron, en la serran¨ªa hab¨ªa alguna vieja pista abandonada o algo parecido a unos 30 grados del aserradero; hab¨ªa que ir a visitarla y ver si era viable. El s¨¢bado, a las diez de la ma?ana, sali¨® el primer vuelo, en el que viajaban el profesor Noel Kempff Mercado, el piloto Juan Cocham¨¢nidis, el gu¨ªa Franklin Navarro y Castell¨®. El bi¨®logo espa?ol les acompa?aba porque el aserradero les hab¨ªa cedido una radio y ¨¦l sab¨ªa c¨®mo montar la antena, orientarla y probarla por si ocurr¨ªa alg¨²n fallo y se pod¨ªa solucionar en los siguientes vuelos.
Vicente Castell¨® tiene grabado con precisi¨®n casi cient¨ªfica lo que ocurri¨® desde aquel momento. "Volamos en un Cessna monomotor de 500 kilos de carga. El viaje desde la pista del aserradero hasta lo alto de Huanchaca dur¨® 28 minutos exactamente, porque lo calcul¨¦ para saber lo que tard¨¢bamos. Arriba encontramos una pista aproximadamente en la misma orientaci¨®n que nos hab¨ªan dicho; hicimos una pasada para verla bien y decidimos aterrizar. Aterrizamos estupendamente. Desde el aire hab¨ªamos visto una serie de caminos y una acumulaci¨®n de bidones, por lo que decidimos ir a ver si hab¨ªa gente, aunque nos hab¨ªan dicho que era una pista abandonada desde hac¨ªa mucho tiempo".
"Bajamos los cuatro de la avioneta y seguimos por el camino hacia donde hab¨ªamos visto los bidones. Estar¨ªan a unos 500 o 700 metros. Pero a mitad de camino, el profesor, viendo que estaban lejos, sugiri¨® que ¨¦l y yo volvi¨¦ramos a la avioneta mientras el gu¨ªa y el piloto segu¨ªan. Estuvimos unos minutos en la avioneta; el profesor se sent¨® en la rueda, encendimos un cigarro y comentamos algunas cosas. Noel Kempff sac¨® su equipo de grabar porque ten¨ªa mucho inter¨¦s en grabar sonidos e iba a editar discos de sonidos de la selva. De pronto ¨¦l me dice: 'Vaya, se fueron dos y vienen cuatro'. Esas fueron sus palabras. A unos 70 metros vimos a Frank
La imposible aventura de un bi¨®logo
lin y a Juan que ven¨ªan seguidos inmediatamente detr¨¢s por dos individuos que les enca?onaban con metralletas y que llevaban escopetas de cartuchos al hombro. Se acercaron, y yo inmediatamente me dirig¨ª a ellos en castellano, por darme a conocer, ya que tengo aspecto de gringo. Les dije que ¨¦ramos espa?oles y que lo que hac¨ªamos era estudiar los animales".
Sin mediar palabra
Seg¨²n el bi¨®logo espa?ol, esta escena no dur¨® m¨¢s de un minuto, durante el cual los dos individuos, que seg¨²n Castell¨® tendr¨ªan entre 25 y 35 a?os; y aspecto guaran¨ª o brasile?o, no pronunciaron ni una palabra. "S¨ª, esta es la avioneta. El profesor estaba sentado debajo del ala, sobre la rueda; yo estaba a su lado; el gu¨ªa, Franklin, en la punta del ala, y el piloto se hab¨ªa situado un poco detr¨¢s, en la cola, y ellos dos enfrente. De pronto, el gu¨ªa hizo un gesto como de tocarse la camisa, y tino de ellos parece que se puso nervioso y le dijo dos palabras en voz alta en portugu¨¦s; no se lo que significar¨ªan. Mont¨® la metralleta y le dispar¨® sin mediar nada m¨¢s. Si la primera escena dur¨® un minuto, ¨¦sta no fueron m¨¢s que d¨¦cimas de segundo. El piloto sali¨® corriendo hacia atr¨¢s, yo me gir¨¦ y el profesor Noel se incorpor¨® de donde estaba sentado y les dijo: 'Pero no hagan esto, se?ores' Entonces yo sal¨ª corriendo y o¨ª detr¨¢s m¨ªo, otra serie de disparos Los momentos siguientes estamos el piloto y, yo corriendo por la pista y ellos detr¨¢s, nuestro dispar¨¢ndonos a unos 50 o 60 metros. Yo super¨¦ al piloto y segu¨ª por la pista. Un poco antes de abandonarla me volv¨ª y vi que el piloto segu¨ªa corriendo y ellos disparando".
Castell¨® sigue explicando con precisi¨®n cient¨ªfica: "Nos internamos en la selva siguiendo uno de los m¨²ltiples caminitos. Era un bosque no muy alto, de unos siete metros de altura, pero muy espeso, con mucha liana y mucho sotobosque. Yo me apart¨¦ del camino porque pens¨¦ que ellos lo conoc¨ªan, ya que supon¨ªa que lo hab¨ªan hecho. Antes de salirme mir¨¦ hacia atr¨¢s y vi al piloto que segu¨ªa por el camino. Me adentr¨¦ entre la maleza y me iba liando continuamente. Al poco decid¨ª tumbarme y quedarme quieto, y entonces o¨ª tres disparos seriados en un espaciamiento de unos minutos y ya no escuch¨¦ nada m¨¢s".
Hab¨ªa transcurrido menos de una hora desde que aterrizaron en la serran¨ªa de Huanchaca. Castell¨® se qued¨® absolutamente inm¨®vil bajo una mara?a de lianas y plantas, comido Ipor los insectos. Una hora y media despu¨¦s segu¨ªa inm¨®vil, citando empez¨® a o¨ªr un ruido a su derecha, como a unos 50 metros. "No lo pude ver", explica, "pero o¨ª claramente c¨®mo un individuo entraba en el bosque picando con un machete. Yo estaba totalmente amarrado por las lianas y las hierbas que me tapaban. Lleg¨® a unos 50 metros y fue girando y girando alrededor m¨ªo hasta que desapareci¨®".
Ahora, en la tranquilidad de su refugio extreme?o, recuerda claramente este momento porque fue cuando de verdad le invadi¨® el miedo. "S¨®lo tuve realmente miedo cuando not¨¦ que se acercaban. Ah¨ª me desped¨ª de todo lo que me ten¨ªa que despedir. Porque lo anterior fue otra cosa. Sobre todo cuando corr¨ªa por la pista ten¨ªa la sensaci¨®n de que aquello era irreal, que eso no me pod¨ªa estar pasando. S¨ª, estaba muy cansado y s¨®lo pensaba en comer, correr, correr, al tiempo que dec¨ªa para m¨ª: 'Pero esto no es, no puede ser, pero te est¨¢n pegando tiros, as¨ª que corre'. Era una sensaci¨®n de desolaci¨®n porque no entend¨ªa lo que estaba pasando, no lo asimilaba".
Se qued¨® all¨ª quieto todo el d¨ªa y toda la noche mientras pensaba: "Si hab¨ªan retirado la avioneta y los cad¨¢veres de la pista, ah¨ª no quedaba, ning¨²n punto de referencia, y yo me iba, ten¨ªa alg¨²n indicio de por d¨®nde se pod¨ªa salir de la serran¨ªa. En el caso de que la avioneta siguiera en la pista o quedara alg¨²n indicio, entonces yo me quedaba a esperar a que viniesen a rescatarme".
El cad¨¢ver del piloto
Al alba sali¨® de su escondite y se encontr¨® el cad¨¢ver del piloto tendido casi en el mismo sitio en el que ¨¦l hab¨ªa abandonado el camino. Subi¨® a una altura desde la que se divisaba la pista y vio la avioneta quemada, decidiendo esperar all¨ª. Sobre la una de la tarde, obligado por la sed, fue en busca de agua y encontr¨® una zona pantanosa. Vio tambi¨¦n restos de presencia humana: latas de cerveza, basura, trapos y huellas. Pero estaba convencido de que los asesinos ya se hab¨ªan marchado. "Por l¨®gica, hay que pensar que si ha habido un avi¨®n accidentado y van a ir a rescatarlo, estas personas m¨¢s bien tendr¨ªan que salir huyendo".
Pero poco despu¨¦s de beber escuch¨® un zumbido, que primero atribuy¨® a un insecto y que finalmente identific¨® con un motor. "Yo me encontraba a m¨¢s de un kil¨®metro de la pista, pero ten¨ªa una incertidumbre: no sab¨ªa de qui¨¦n era esa avioneta. Fui acerc¨¢ndome y pude ver que ten¨ªa matr¨ªcula boliviana. Estuvo dando muchas vueltas, y yo quer¨ªa pensar que eran los m¨ªos, y efectivamente as¨ª fue. A unos 200 metros de la pista sal¨ª a una zona clara e hice se?ales con un trapo. Entonces me vio Curro Prada, otro bi¨®logo de Do?ana que ven¨ªa con nosotros. Tardaron un rato en aterrizar, y yo les dije que nos fu¨¦ramos en seguida. V¨¢monos, v¨¢monos, que aqu¨ª ha habido un desastre".
"Al despegar o¨ªmos un ruido, as¨ª como ratatatat¨¢, seco y repetido. Entonces el piloto se ech¨® las manos a la cabeza, empez¨® a mirar los instrumentos sin encontrar un fallo. Resulta que, con las prisas, el cintur¨®n de seguridad se hab¨ªa quedado fuera e iba pegando contra el fuselaje".
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