Detr¨¢s de las cicatrices
Decir que sobre un escenario, con una orquesta detr¨¢s y una multitud delante, Sinatra canta es decir s¨®lo una peque?a parte de lo que hace, Sinatra no s¨®lo canta, sino que act¨²a, se crispa o calma, dice o calla, hace o deshace emociones, crea m¨²sica o silencios que suenan a m¨²sica, se refugia en la orquesta o se enfada con ella y esculpe, con argucias de actor curtido, baladas c¨ªnicas o quejidos rotos. Puede cantar cualquier canci¨®n de cualquier autor: todo lo que canta lo hace suyo. Al llamarle La Voz, se simplifica. Su voz es parte de un intrincado mecanismo de seducci¨®n.Mientras act¨²a, una sensaci¨®n de comodidad se escapa de ¨¦l, contagia a sus alrededores y quienes le oyen asisten al prodigio de un sujeto insignificante que crece materialmente y que entona ante una multitud susurros que cada uno cree o¨ªr ¨¦l solo y no compartir con nadie. Los cantantes al uso se limitan a cantar. Sinatra, multiplicado en tantos Sinatras como oyentes tiene delante, se sirve de la canci¨®n para existir. Una mujer que le conoci¨® bien dijo de ¨¦l: "Necesita cantar; si no lo hiciera, se matar¨ªa". En las cumbres del ¨¦xito se recupera la l¨®gica de la miseria: se act¨²a para sobrevivir.
Otra mujer escribi¨®: "Necesita sentirse en la cuerda floja. Tiene demasiadas cicatrices de demasiadas vidas anteriores y la amargura le acompa?a siempre". Mientras Sinatra est¨¢ arriba, sobre un escenario -para quien lo ha escalado, nada hay m¨¢s alto que un escenario- y se utiliza como tabla de salvaci¨®n, este setent¨®n saca de sus cicatrices la parsimoniosa cautela de las fieras acorraladas y parece un ni?o turbulento que se droga cantando por necesidades m¨¢s enrevesadas que la del dinero, como la necesidad de poder.
Los a?os le han, ensanchado el cuerpo. Sinatra hasta hace poco tiempo era escu¨¢lido y no se entend¨ªa bien c¨®mo de un aspecto tan fir¨¢gili, se escapaba una tan intensa sensaci¨®n de violencia. La misma mujer escribi¨®: "La atm¨®sfera de ¨¦xito que lo envuelve no es m¨¢s que la fachada festiva de un hombre solitario y angustiado". Al parecer, este superprofesional del triunfo no quiere, ni sabe, no puede estar a solas ni un solo minuto de su vida y se arropa con un ej¨¦rcito de amigos, de guardaespaldas y de masas que lo veneren.
Ted Kennedy dijo de ¨¦l: "El viejo Ojos Azules se ha convertido en Dios. Nadie puede ya ni siquiera osar tocarle". Probablemente, porque su fascinante parsimonia sobre la escena es el rev¨¦s de la violencia que se respira a su alrededor cuando baja al suelo. Un ejemplo entre docenas: 25.000 d¨®lares de hace un cuarto de siglo le cost¨® reparar los da?os causados en un restaurante neoyorquino por una de sus batallas urbanas. La cautivadora paz que envuelve a Sinatra encubre, como esa campana de silencio que observaba Norman Mailer alrededor de los grandes p¨²giles cuando est¨¢n en reposo antes de la pelea, una temible capacidad de ofensa inminente.Una voz rota
Cuenta John Huston que el actor George C. Scott tom¨® por asalto una noche en un hotel de Roma y otra en el Savoy de Nueva York la habitaci¨®n donde dorm¨ªa Ava Gardner, de la que se hab¨ªa enamorado perdidademente. Hac¨ªa a?os que Sinatra y Ava estaban divorciados. Pero Sinatra es de los que siguen considerado suyas las cosas perdidas y a sus o¨ªdos lleg¨® un eco de aquellos intempestivos asaltos a su ex mujer. Scott, un reconocido gallo de pelea, recibi¨® una visita de Sinatra. Nadie sabe de qu¨¦ hablaron. Pero a partir de entonces la volc¨¢nica pasi¨®n del actor se enfri¨® repentinamente.
Cuando se le ve por primera vez en directo, Sinatra apenas si da la medida de un hombre com¨²n, con aspecto de viejo funcionario y un toque de soser¨ªa. Pero en escena experimenta una mutaci¨®n: adem¨¢s de crecer fisicamente, su identidad se mueve. Su voz parece a punto de quebrarse. Pero la fractura no llega. La fuerza del cantante procede precisamente del dominio de esta limitaci¨®n.
Su cicatriz m¨¢s visible es la m¨¢s antigua. La lleva en el rostro: cuentan que este hombre enclenque naci¨® con seis kilos de peso y que para sacarle de su madre hubo que machacarle el rostro con un brutal tir¨®n de f¨®rceps. Luego llegaron las otras cicatrices de que habl¨® Lauren Bacall. Su voz es una de ellas, la m¨¢s honda, tal vez la s¨ªntesis de todas las dem¨¢s.
Babelia
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