Chaplin y el ordenador
El uso humano de animales dom¨¦sticos, que seg¨²n los antrop¨®logos tuvo ya lugar hace 13 milenios, fue un resultado obtenido millones de a?os despu¨¦s de la aparici¨®n de los hom¨ªnidos. De acuerdo con el ritmo angustiosamente acelerado de la evoluci¨®n tecnol¨®gica, los ordenadores dom¨¦sticos o -personales acaban de irrumpir en la jungla del mercado escasas d¨¦cadas despu¨¦s de sus primeros antepasados, las grandes calculadoras autom¨¢ticas y electr¨®nicas de los a?os cuarenta.Desde el punto de vista t¨¦cnico, el factor m¨¢s decisivo que hizo posible el dise?o del ordenador personal fue el chip de silicio, que redujo asombrosamente el tama?o de la m¨¢quina. Por otra parte, la filosof¨ªa de los nuevos aparatos supuso un cambio muy profundo con respecto a sus predecesores, y los ingenieros sociales tuvieron que preparar el terreno para propiciar las ventas.La imagen que inicialmente suscitaban los ordenadores en el gran p¨²blico era proporcionada a su colosal tama?o y a su enorme coste. En las pel¨ªculas de los a?os sesenta estos artefactos provocaban un sentimiento de temor no exento de reverencia, como el que inspiran or¨¢culos y divinidades. Pero eso, obviamente, no estimula en el ciudadano medio el apetito de compra. Tal vez por ello el peque?o robot de La guerra de las galaxias se parece ya m¨¢s a un animal dom¨¦stico o a un fiel esclavo, cuya posesi¨®n har¨ªa las delicias de cualquier hogar. Y hoy una poderosa multinacional nos deleita en las p¨¢ginas de los diarios con la imagen de Charlie Chaplin acariciando complacido un ordenador personal. Todo el mundo sabe que este simp¨¢tico hombrecillo padeci¨® en Tiempos modernos la crueldad del sistema de m¨¢quinas de la primera revoluci¨®n industrial. Al abrazar a la m¨¢quina de la nueva era, que va a redimirle de su anterior esclavitud, Charlot nos invita a disfrutar del para¨ªso de la automatizaci¨®n.
Determinar la cuota de felicidad que reporta este para¨ªso no es materia de propaganda, sino de debate. En la Inglaterra del XIX, el movimiento rebelde liderado por Lud destru¨ªa la maquinaria industrial para defender el trabajo del obrero. En la sociedad posindustrial el ordenador amenaza competir tambi¨¦n con bur¨®cratas y profesionales y plantea situaciones parecidas. M¨¢s de un ludita de nuestros d¨ªas refuerza sus argumentos apelando a la experiencia del autom¨®vil y la televisi¨®n. El coche, a pesar de sus ventajas, nos ha robado el espacio urbano: invade la calle, poluciona la atm¨®sfera y no nos deja andar. La televisi¨®n, con toda su magia, deteriora la capacidad imaginativa y fomenta la pasividad. ?No es de temer que, cuando el ¨ªdolo de silicio se instale en los hogares, suceda lo mismo con la facultad de pensar?
Sin ¨¢nimo de zanjar definitivamente la cuesti¨®n, quiz¨¢ valga la pena considerar que, en determinados aspectos, la burocracia de las m¨¢quinas no es m¨¢s odiosa que la burocracia de las personas. Puesto a elegir entre la ense?anza individual de un profesor -inec¨¢nico graduado, pongamos por caso, en un centro de prestigio- y la ense?anza impartida por un profesor humano al que una universidad sin recursos obliga a dar voces hora tras hora ante centenares de alurrinos, m¨¢s de un estudiante optar¨ªa por lo primero. Mucha gente preferir¨ªa los cuidados de un m¨¦dico artificial a las desoladoras prestaciones hoy habituales en numerosas cl¨ªnicas. Y ?no es m¨¢s iridigno sufrir el humillante tratode un bur¨®crata que pedirle ayuda a un robot? Aunque parezca. parad¨®jico, los servicios de una m¨¢quina que imita a una persona pueden ser humanamente preferibles a los de una persona que imita a una m¨¢quina.
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