'M¨¢quinas sentimeintales' buscan emperador
Medio centenar de esculturas robot y m¨¢quinas sentimentales se reunieron en c¨®nclave reciente bajo las b¨®vedas de un laberinto medieval. Al visitante de la cartuja de Villeneuve-lez-Avignon se le obsequiaba con un paseo por la maravilla, el encantamiento y el estupor. El raro elenco en exposici¨®n representaba el ¨²ltimo grito del arte aliado con la electr¨®nica y la iron¨ªa. All¨ª, Marilyn Monrobot desposada con Monsieur Futura; un Hombre de vidrio sensible a los est¨ªmulos; la obscenidad cibern¨¦tica de un Priapo 86, un grupo de androides conversando; Incubo y S¨²cubo movidos por energ¨ªa solar, con el infierno en perspectiva; el mayordomo que pasa el aspirador y sirve el t¨¦; la M¨¢quina prot¨¦sica, ingenio de amor con mecanismo de alta precisi¨®n, concebido para el cuerpo de la mujer y los fantasmas masculinos; un h¨ªbrido de insecto y m¨¢quina de coser (expl¨ªcito homenaje a Lautreamont); la filantrop¨ªa de la M¨¢quina de so?ar y de la M¨¢quina de la felicidad (otra, concebida por un chinoamericano, nos promete vibrar de placer); Zed, refinada criatura que habla, canta y recita poemas; un narcisista Anticristo logar¨ªtmico (hace el milagro de respirar en cuanto advierte presencia pr¨®xima de humanos); robots musicales con arpa e¨®lica y robots poetas que crean conforme a la demanda y recitan con mayor sentido que algunos actores...No se trataba, obviamente, de presentar en sociedad a obreros de cuello de acero, los robots industriales de la ¨²ltima generaci¨®n. M¨¢s que una luterana devoci¨®n por el trabajo, esta familia cosmopolita proclama su condici¨®n l¨²dica y su absoluta inutilidad productiva, y reclama un derecho a la pereza. Avanza, con sarcasmo, el sarcasmo de la sociedad de ocio venidera, en un mundo cada vez m¨¢s condenado a desempleo forzoso, y, evoca como nada la ¨¦poca manierista (siglos XVI-XVII) que abomin¨® de algunas normas renacentistas y alent¨® libertinas explosiones de extravagancia. Estos seres, citados al otro lado del puente de Avi?¨®n -"sur le pont..., on y danse, on y danse..."-, son los solteros juerguistas, los garbanzos negros de la f¨¢milia cibern¨¦tica. Imposible sacar partido industrial de ellos.
Resulta ineviltable imaginar c¨®mo hubieran gozado, vagando entre esos manojos de cables y parpadeos fluorescentes, aquellos emperadores Habsburgo amantes del reloj y la matem¨¢tica, coleccionistas de todo lo dispar y, a su manera, posmodernos, con esta muestra de Avi?¨®n; como ese Rodolfo II en cuyos gabinetes de arte y curiosidades conviv¨ªan aut¨®matas, linternas m¨¢gicas, juguetes magn¨¦ticos, gusanos gigantes, hermanos siameses, enanos, animales y plantas fosilizados, relojes cantantes, instrumentos ¨®pticos, espejos y otras rarezas tra¨ªdas de la India, China y Per¨². Corte prodigiosa de Praga (1576-1612) que compartieron el astr¨®nomo Juan Kepler, el genial hombre-orquesta Athanasins Kircher, el pintor hortofrut¨ªcola Gitiseppe Arcimboldi... -por citar s¨®lo a los menos desconocidos hoy-, junto con los mejores, relojeros del momento, y en la que se ensay¨® la utop¨ªa desde el poder como rara vez conocieron los siglos.
La imagen de un emperador jugando a los mu?ecos, dise?ando hor¨®scopos con Kepler o posando para un pintor de c¨¢mara tan irreverente como Arcimboldi destruye los esquemas de cualquier historiador acad¨¦mico que busca en el tiempo hechos trascendentes (con preferencia, batallas y esponsales). Un monarca m¨¢s bien andr¨®gino, que ni siquiera se cas¨®, que acab¨® siendo destronado y que muri¨® loco, suele merecer el menosprecio de un mediano cronista de c¨¢tedra, para el cual este Rodolfo representa s¨®lo ese conjunto de cebollas, peras, pl¨¢tanos, uvas, nabos y berenjenas con que fue inmortalizado por su pintor favorito. O sea, m¨¢s que un emperador, un art¨ªculo de broma deslizado con c¨ªnica impostura en la grande y general historia de Europa. Que todo su juego exc¨¦ntrico respondiese a una intuici¨®n de modernidad y a un sincretismo de arte y ciencia coincidentes, que tuviera como modelos a imitar la Roma de Adriano o la Alejandr¨ªa del museo, que concibiera la vida como un todo de racionalidad e irracionalidad o que entre sus sue?os figurara en destacado lugar la unidad espiritual y cultural de Europa no les parece a esos historiadores t¨ªtulos suficientes para legitimar la trascendencia de tan divertido gobernante.
Pero no ha habido monarca cuya liberalidad fuese tan vasta como para nombrar pintor de c¨¢mara y colmar de honores a un caricaturista excesivo que presinti¨® el superrealismo de Ernst, Dal¨ª o Magritt casi cuatro siglos antes. Este milan¨¦s, que resid¨ªa en la corte alemana ya con Fernando I y Maximiliano II, fue una figura decisiva en la recolecci¨®n de tanta maravilla dispar, y su influencia sobre Rodolfo es casi pareja a la que ejerci¨® sobre el arte moderno.
El gusto por la extravagancia del objeto ?iba impreso en el c¨®digo gen¨¦tico de los Habsburgo? No es descabellado pensarlo si se tiene en cuenta que ya el padre de Rodolfo, Maximiliano, hab¨ªa convertido su corte en centro mundial de rarezas y modernidad, o que, y esto puede resultar m¨¢s sorprendente, nuestro Carlos V -por cierto, abuelo materno de Rodolfo- pasara sus ¨²ltimos d¨ªas en Yuste construyendo robots junto a su fiel relojero Juanelo Turriano, al que hab¨ªa pescado en uno de sus viajes a Italia. Turriano es -m¨¢s que Tiziano- el Arcimboldi de nuestro emperador; a ¨¦l dedic¨® un excelente libro de investigaci¨®n Garc¨ªa-Diego (Los relojes y aut¨®matas de Juanelo Turriano). Es otra figura fascinante sobre la que se cebaron la ignorancia y la incomprensi¨®n de historiadores. Con un tonillo desde?oso, Vicente Sili¨® le tilda de "italiano listo" al aludir impl¨ªcitamente a la chochez, en Yuste, del emperador, el cual "lleg¨® a construir relojes y unos raros mu?ecos con curiosos resortes que irri¨ªtaban los gestos y algunas tonter¨ªas de los seres humanos".
Ese italiano listo, autor entre otras cosas de obras de ingenier¨ªa tan prodigiosas como la que hac¨ªa subir el agua del Tajo hasta el Alc¨¢zar toledano, una vez muerto el emperador volvi¨® a Toledo, donde ten¨ªa a su servicio un robot que le iba a por el pan y la carne. El hombre de palo (ahora en Avin¨®n presenci¨ªLbamos las habilidades, menores, del Hombre de vidrio, engenoirado por el norteamericano Wertz) acud¨ªa todas las ma?anas ¨¦l solo al palacio arzebispal, donde alguien que le esperaba a la puerta colocaba en su zurr¨®n las viandas. La extra?a criatura de Turriano, que por bien nacido era agradecida, hac¨ªa una reverencia y volv¨ªa por la acera a la casa de su amo y progenitor. Es la raz¨®n por la que hoy esa arteria toledana se llama calle del Hombre de Palo.
Ser¨ªa casi ocioso a?adir que el relojero piamont¨¦s tuvo problemas con la Inquisici¨®n de Felipe II y que estuvo a punto de ser llevado a la hoguera. Pronto pudo percatarse Turriano de que aquello ya no era lo que fue: Felipe II no amaba los relojes. La historia hab¨ªa dado al fin con un rey prudente, y los Habsburgo, con un pariente sensato. Lo parad¨®jico del caso es que Rodolfo, el m¨¢s insensato de la familia, pasara sus a?os mozos con la corte espa?ola de Felipe.
El tiempo parece haber dado la raz¨®n a los emperadores aquejados por la concupiscencia del artificio. Su pasi¨®n por el juego les redime de sus hechos de armas. Esa l¨ªnea de sombra maldita de la histeria, hecha de mistificaciones inofensivas y de m¨¢quinas sentimentales solidarias con el hombre, difiere del gabinete de horrores amenazante -arsenal barroco lo ha llamado acertadamente alguien- con que nuestros emperadores de hoy alimentan su vicioso coleccionismo.
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