Tierno, entusiasta y esc¨¦ptico: entre Vallejo y Pessoa
Con buen acierto, se editan ahora unos breves ensayos p¨®stumos de Enrique Tierno (El miedo a la raz¨®n, recientemente publicado, por Tecnos), complementarios de sus Acotaciones a la historia de la cultura occidental. Y alg¨²n dl¨ªa se publicar¨¢n sus incursiones literarias, porque Tierno (vp)*, dato casi ignorado, escribi¨®, en efecto, cuentos y poemas. Pens¨¢ndolo con rigor, no es extra?o: conoc¨ªa exhaustivamente el barroco, se divert¨ªa con Quevedo, se agazapaba Graci¨¢n, simulaba ser don Diego Hurtado de Mendoza (en verdad, en verdad, lo que le hubiese gustado era haber escrito el Lazarillo), le¨ªa con fruici¨®n folletines rom¨¢nticos y, entre conspiraciones y clases, tambi¨¦n novelas policiacas. No hizo, es; claro, el Lazarillo, pero fue siempre un comunero solapado, escribi¨® discretos y amorosos sonetos conceptistas, acot¨® a Sade y public¨® -dem¨¢s de decenas de libros y centenares de ensayos y notas-Bandos y Cabos sueltos. Cuando ya el entusiasmo pol¨ªtico le estaba hobbesionamente vedado, retorn¨¦, as¨ª,aI escepticismo l¨²dico. Desde su natural ir¨®nico, estos divertimentos did¨¢cticos e imaginativos fueron, sin duda, sus casi ¨²ltimas travesuras picarescas.No voy a glosar ahora ni su poes¨ªa ni sus cuentos ocultos: ya habr¨¢ ocasi¨®n. Voy s¨®lo, para entender el mundo literario del vp, a referirme a dos poetas, y no espa?oles, que ley¨® y que, por un casual, estar¨¢n insertos en su binaria y compleja combinaci¨®n de escepticismo libertario y entusiasmo dial¨¦ctico: C¨¦sar Vallejo y Fernando Pessoa. Sobre Vallejo hablamos mucho; no sobre Pessoa (prejuicio moderado de castellano viejo sobre un fronterizo portugu¨¦s que adem¨¢s, po¨¦ticamente, quer¨ªa anexionar Galicia). Ambos (los poetas) y el vp, amaban la precisi¨®n de lenguaje, eran celosos de preservar una conceptualizaci¨®n sobria, ironizaban con elegancia distante; ambos, y ¨¦l, en fin, pasaban, alternativamente, del entusiasmo al escepticismo. El vp, es cierto, no utiliz¨® heter¨®nimos: su ort¨®nimo, suficientemente complejo, no necesitaba personajes-m¨¢scaras -s¨®lo, ocasionalmente, alg¨²n. seud¨®nimo por necesidades pol¨ªticas-; no escribi¨® poemas de guerra, pero hizo la guerra y, ayud¨® a construir la paz. Como fil¨®sofo entendi¨® al ¨¢crata y, fingidor Pessoa, cuanto ¨¦ste, por ejemplo, dice: "Saber enga?arse bien es la primera cualidad del estadista. S¨®lo a los poetas y a los fil¨®sofos compete la visi¨®n pr¨¢ctica del mundo, porque s¨®lo a ¨¦stos les es concedido el no tener ilusiones". Como Pessoa, el vp, trivializar¨ªa el entusiasmo, convirti¨¦ndolo en cotidianeidad no dram¨¢tica: disolviendo el dramatismo con la iron¨ªa. Como Vallejo, en fin, ser¨¢ entusiasta-esc¨¦ptico, y, sobre todo, humano no trascendente: "Considerando en fr¨ªo, imparcialmente... Comprendiendo que ¨¦l sabe que le quiero / que le odio con afecto y mes es, en suma, indiferente...".
Un Enrique Tierno s¨®lo entusiasta y simulador hubiese llegado / aspirado a la presidencia de una rep¨²blica ut¨®pica (como as¨ª fue su entierro); un Enrique Tierno s¨®lo esc¨¦ptico hubiese ingresado en reales academias y obtenido sonoros premios nacionales. Pero la fortuna quiso que fuese sencillamente, humanamente, contradictorio, incitador heterodoxo y anticipador l¨²cido de la democracia: un esc¨¦ptico del entusiasmo, es decir, practicar una de las l¨®gicas m¨¢s dif¨ªciles, la l¨®gica como ¨¦tica de la tolerancia. Y as¨ª la paradoja se convierte en coherencia o, al menos, en resultado gratificante: por eso fue un regidor popular con carisma.
Pudo, al final de sus d¨ªas, despedirse como Vallejo: "?Adi¨®s, hermanos san pedros, her¨¢clitos, erasmos, espinozas! / ?Adi¨®s, tristes obispos bolcheviques!", o como Pessoa: "Dios es bueno, pero el diablo tampoco es malo", mas eligi¨® su mundo literario barroco y no un testamento pol¨ªtico. En otro lugar he dicho que su Carta a una profesora italiana sobre don Diego Hurtado de Mendoza: la escribi¨® el licenciado don Enrique Tierno Galv¨¢n, con que se despide del mundo, de sus amigos y enemigos, en sus ¨²ltimas Navidades, es en realidad su confesi¨®n y autorretrato encubierto, su adi¨®s a la utop¨ªa frustrada, pero asumida con absoluto entusiasmo esc¨¦ptico: don Diego ser¨¢ ¨¦l mismo; la Carta, su testamento, y la profesora italiana, la utop¨ªa. Copio de aqu¨ª sus ¨²ltimos p¨¢rrafos:
"Este hombre absoluto en todo, pero absoluto en cada circunstancia, s¨®lo un¨ªa los momentos de su condici¨®n absoluta por el hond¨ªsimo respeto que a s¨ª mismo se ten¨ªa. No hubo en el postrer Renacimiento espa?ol persona m¨¢s independiente y afianzada en s¨ª que don Diego. Nunca se concedi¨® a s¨ª mismo mucho, pero nunca regate¨® nada de que lo suyo pudiera dar. Distante en lo esencial, pr¨®ximo a lo accesorio, estuvo tan cerca de Dios como un fil¨®sofo, muy cercano a la escuela averro¨ªsta, puede estarlo, tan pr¨®ximo a los dem¨¢s como un caballero puede permitirse. Si hubiera vivido don Diego en nuestros d¨ªas se habr¨ªa prendado de la belleza, gracia y sabidur¨ªa de usted para el consuelo de quienes, sin m¨¦rito, la, admiramos.
La fortuna, que es envidiosa, no ha permitido que coincidan tantas virtudes. M¨¢ndeme, se?ora, como guste. He intentado cumplir un encargo. S¨¦ que no lo he hecho bien, pero la buena intenci¨®n y el esfuerzo no han faltado. Besa su mano su humilde servidor y amigo, Enrique Tierno Galv¨¢n".
Como el dios de otro poeta, de ?ngel Gonz¨¢lez (Eso lo explica todo), el vp "no descans¨® al s¨¦ptimo d¨ªa / al s¨¦ptimo d¨ªa se cans¨®".
(*) VP alude a la abreviatura con la que sus amigos se refer¨ªan familiarmente al viejo profesor.
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