?Vaciemos el Museo del Prado!
En fecha reciente se ha inaugurado en Venecia la nueva sede de un centro de exposiciones, situada en el palacio Grassi. El edificio data de mediados del siglo XVIII y por su arquitectura y su situaci¨®n es, sin duda, uno de los palacios representativos del Canal Grande de aquella ciudad.En un magn¨ªfico emplazamiento, la Fiat ha financiado una de las operaciones de m¨¢s prestigio; ?qu¨¦ destino mejor para un palacio de esta naturaleza que ser convertido, en museo!
Recuerdo una ¨¦poca a¨²n reciente en la que, cuando se pretend¨ªa justificar la destrucci¨®n de un edificio, se aseguraba que en su lugar se construir¨ªa una zona verde. Hoy parece que la demagogia de las zonas verdes se ha sustituido por la de los centros culturales. El talism¨¢n para acallar cualquier duda es lanzar la palabra cultura a cualquier mortal que pretenda poner en discusi¨®n una intervenci¨®n como la enunciada.
El problema es, sin embargo, m¨¢s grave, y el ejemplo nos lo suministra el mismo edificio. Ubicar un museo con las instalaciones de control t¨¦rmico, higrom¨¦trico y de seguridad con las exigencias de iluminaci¨®n y de uso para exposiciones m¨®viles es una tarea complicada, que suele producir una importante destrucci¨®n de los espacios y paramentos originales. El resultado es siempre el mismo, y el palacio Grassi no es una excepci¨®n. Se acaba construyendo un edificio dentro del edificio o se destruye, simple y llanamente, el original sofocado por la carga de responsabilidad que se le adjudica.
El caso del Prado no es el mismo, aunque los problemas finales sean pr¨®ximos. En 1785, Carlos III encarg¨® el proyecto a Juan de Villanueva, uno de los mejores arquitectos de nuestra historia, con la finalidad de albergar en un museo las colecciones de ciencia y de arte y donde "las ciencias y las artes unidas nacieran a una nueva vida". El edificio sufri¨® en su historia importantes y lamentables modificaciones, como las de la fachada sur con la construcci¨®n de la escalera de Francisco Jare?o y la modificaci¨®n posterior de Muguruza.
En los ¨²ltimos tiempos, con la explosi¨®n tur¨ªstica y el inter¨¦s creciente de la sociedad espa?ola por visitar la colecci¨®n, el museo ha iniciado, sin duda, uno de los per¨ªodos m¨¢s duros de su existencia y que viene a poner en discusi¨®n su permanencia en la funci¨®n para la que, sin duda, no pudo ser concebido.
En efecto, hay una gran diferencia entre un museo tal y como pudo ser ideado por Carlos III y proyectado por Villanueva y las complicadas exigencias que debe satisfacer un museo en nuestro tiempo, donde las ideas pedag¨®gicas e inventariales de la Ilustraci¨®n han sido sustituidas por una utilizaci¨®n de aqu¨¦llos como centros de cultura de masas, como puntos de referencia de una sociedad rica en tiempo libre, cargada de ritos de identificaci¨®n y fetichismo frente a las grandes obras.
Turismo
Pensemos, por el contrario, que muchos edificios deben ser museos de s¨ª mismo, que la ciudad debe soportar la presencia muda de estas grandes obras, hechas para unos fines hoy irrecuperables, y que mantenidas, recuperadas en cambio en su forma original, pueden permitir usos ocasionales, limitados, que no empa?en aquel aspecto.
En sociedades desarrolladas como las nuestras debemos dar entrada a la existencia de edificios cuya ¨²nica misi¨®n sea la de ser visitados por un p¨²blico informado, o que busque informarse, lejos en su actitud de un turismo borreguil que invade las calles de Venecia y las salas de -nuestros museos y las de tantos otros del mundo.
No podemos entender que un museo como el del Prado puede seguir desarrollando su limitado papel de sufrido soporte frente a un n¨²mero tan grande de problemas. Concebido para otros fines, ha pagado, sin duda, el coste de un uso desbordante que le ha privado de sus aspectos m¨¢s aut¨¦nticos. La competente direcci¨®n de su actual responsable no puede mitigar una triste realidad: es un museo anticuado. P¨¦rez S¨¢nchez, en 1975 se quejaba, en una conferencia en la Fundaci¨®n Juan March, de las deficiencias de disposici¨®n de los cuadros faltos de todo principio de orden y con pobre visibilidad. Un museo, en palabras del actual director, donde no exist¨ªan actividades educativas o de investigaci¨®n. Cualquier intento de modernizaci¨®n del museo significar¨ªa un permiso de transformaci¨®n y enmascaramiento a¨²n mayor de lo hasta hoy efectuado.
Todos los espacios incorporados en los ¨²ltimos a?os son muy desacertados y cuesta pensar en c¨®mo se habr¨¢n efectuado las obras de implantaci¨®n del aire acondicionado o las de seguridad. Hoy sabemos que el peor uso al que se puede destinar un edificio de un valor arquitect¨®nico como el que nos ocupa es, sin duda, el de museo de pintura.
En el Prado nos encontramos con dos polos contrarios de inter¨¦s y que deben merecer nuestra atenci¨®n: por un lado, una colecci¨®n de pintura de importancia mundial, expuesta de un modo que deja mucho que desear (casi todos los grandes museos se est¨¢n planteando discutidas obras de reforma, como la del arquitecto Pei en el Louvre); por otro, una de las mejores obras neocl¨¢sicas de Madrid, que merecer¨ªa un tratamiento prudente y un estudio en profundidad para devolver al viejo museo de ciencias y artes su aspecto original.
?Podremos alg¨²n d¨ªa pasear placenteramente por un museo moderno donde sea posible descansar, iniciar itinerarios limitados, leer, comprar informaci¨®n, observar nuestros mejores cuadros c¨®modamente, vivir nuestro tiempo libre en un espacio grato. y bien acondicionado? Despidamos para ello cuanto antes a nuestro querido y viejo edificio.
Babelia
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