Porteros de noche
Trabajar en una discoteca exige 'mano izquierda' y buen conocimiento de los clientes
Duermen de d¨ªa y trabajan de noche. Sus amigos y familiares le envidian porque su trabajo se desarrolla donde los dem¨¢s se divierten. Tienen vocaci¨®n de servicio, pero en absoluto son serviles. Est¨¢n siempre atentos a una mirada suplicante o a un cigarrillo sin encender. Trabajan por la noche porque "se saca m¨¢s dinero". Deciden sobre los clientes que no quieren pagar o los que est¨¢n visiblemente borrachos. Se preocupan por los asuntos profesionales de los caballeros y son especialmente amables con las damas. Son porteros de noche.
Desde la calle de Leganitos se ve un luminoso blanco con un dibujo de una carroza negra que anuncia la discoteca. En la puerta, tres empleados controlan el tipo de Clientes que pretenden entrar. Saturnino Lobo, de 48 a?os, el encargado de la sala, est¨¢ de pie frente a la pista. Lleva en el negocio de la hosteler¨ªa 34 a?os y sabe que las copas y los cigarrillos son malos compa?eros para quien trabaja de seis de la tarde a cuatro de la madrugada y dirige un negocio nocturno. "Soy un cabaretero de agua mineral", asegura sonr¨ªendo.Lleva el pelo peinado hacia atr¨¢s con -gomina, y sus tremendas ojeras no desentonan con sus facciones angulosas. Para ¨¦l es casi un movimiento instintivo coger el encendedor cuando alguien saca un pitillo y se expresa a la perfecci¨®n con un gui?o de Ojo. La entrada a la discoteca solo est¨¢ limitada para los borrachos, aunque normalmente no hay follones cuando a alguien se le impide el paso. "Ellos :saben que no pueden resistirse", dice Lobo. La discoteca dispone de personal que se encarga de la seguridad, y "si hay que sacar a alguien a la calle se le saca, aunque no es habitual llegar a estas situaciones", explica.
Conoce a casi todos los clientes de la sala. "Gente mayor, sobre todo viudos y divorciadas, cuarentones que salen a divertirse un poco. Tambi¨¦n frecuenta la sala mucho solitario que viene a tomarse unas copas y a mirar", dice. La discoteca, que antes se llamaba La Ara?a Lunar y era de uso exclusivo para parejas, sigue conservando la misma decoraci¨®n de anta?o. A la izquierda de una de las dos barras que tiene el club, la imagen de los primeros astronautas que pisaron la Luna sobresale en relieve observando a los clientes que hacen barra fija. En la pista, varias parejas, fondonas, se marcan unos bailes bajo los acordes de una peque?a orquesta. "Somos una de las pocas salas de baile que se permite tener tres orquestas distintas tocando en vivo todas las tardes", afirma Lobo.
La escena en la pista de baile de La Carroza bien podr¨ªa servir como marco para una pel¨ªcula de los a?os del estraperlo. Las mujeres llevan vestidos ajustados hasta la cintura y con vuelos; calzan altos tacones y salen a bailar de todo, pasodobles, rumbas, tangos o la ¨²ltima canci¨®n que suene insistentemente por las emisoras de radio. Los hombres dominan el agarrao y usan trajes de chaqueta pasados de moda, que tratan de mal disimular incipientes curvas de la felicidad.
El local peg¨® un bajonazo de p¨²blico a principios de los ochenta. "Se acabaron los novios. Ahora las parejas ya no son como antes. Se cambia de compa?¨ªa con facilidad y nadie mantiene relaciones como se hac¨ªa antiguamente. Le cambiamos el nombre al local e intentamos darle un nuevo estilo, sobre todo en lo referente al p¨²blico", cuenta. A Lobo le gusta su trabajo, pero recuerda con nostalgia cuando la gente se arreglaba con especial cuidado los fines de semana para ir a bailar. Ahora las discotecas han desbancado este tipo de salas, que se han convertido en reducto de nost¨¢lgicos y gente madura.
"M¨¢s vanidad que copas"
Vidal Garc¨ªa, de 45 a?os, es el primer maitre de Vanity, una discoteca que en su misma puerta se anuncia como club privado e impide la entrada a los caballeros que no lleven chaqueta. Dos corpulentos guardacoches y un empleado impiden la entrada a toda persona que no les guste.El interior est¨¢ lleno de espejos y la imagen de una pantera marca el inicio de la pista. Garc¨ªa asegura que entre sus clientes se encuentran, sobre todo, pol¨ªticos, empresarios y famosos de la tele, que buscan un poco de intimidad para reunirse con sus amigos a cambio de pagar un poco m¨¢s por tomarse una copa. Son los propios clientes los que exigen mayor cuidado de las normas. "A veces", asegura Garc¨ªa, "protestan porque alguien est¨¢ fumando en la pista o va en mangas de camisa. Y eso aqu¨ª esta totalmente prohibido".
El servicio es atento con los clientes. "A menudo se vende m¨¢s vanidad que copas", afirma. A las se?oras se les dice que est¨¢n m¨¢s delgadas y a los hombres se les pregunta con inter¨¦s por la marcha de sus negocios. Garc¨ªa recuerda sonriendo los tiempos en los que si en el local se originaba alg¨²n altercado y se denunciaba en comisar¨ªa, el que se quedaba detenido era el camarero. "Ahora", dice, Ias cosas, afortunadamente, han cambiado". La situaci¨®n del local, cercana a la zona madrile?a m¨¢s frecuentada por travestis, podr¨ªa dar pie a que el club fuera lugar de encuentro de ¨¦stos y sus clientes. Pero no es as¨ª. "No permitimos la entrada de mujeres solas", afirma Vidal, mientras hace un gui?o c¨®mplice. "Las mujeres solas plantean problemas con los hombres, que ellos no plantean en absoluto. Un hombre se toma una copa, la paga y punto".
Vidal Garc¨ªa trabaja la noche porque le gusta y, adem¨¢s, saca m¨¢s dinero. Cuando acaba su jornada -sobre las cinco de la madrugada- se prepara una copa, enciende su pipa y juega una partida de mus con sus compa?eros. Vuelve a casa cuando sus dos hijos, de 17 y 6 a?os, se levantan para ir al colegio. Su mujer est¨¢ acostumbrada a su horario. Desde los 14 a?os trabaja en la hosteler¨ªa y lleva nueve a?os trabajando en Vanity. S¨®lo disfruta de su familia los domingos, que es su d¨ªa libre.
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