Europa necesita una 'gran disputa'
Que no se disguste Corneille-("Roma ya no est¨¢ en Roma; toda ella est¨¢ donde yo estoy". Corneille, Sertorius, acto III, escena 1?.), pero Roma siempre est¨¢ en Roma. ?C¨®mo cansarse del espect¨¢culo que, apenas abandonado el avi¨®n, nos ofrece el Jan¨ªculo; de la azulada dulzura que ba?a la majestad de la bas¨ªlica de San Pedro? ?C¨®mo no sentir la tentaci¨®n de apartarse de la agitaci¨®n que consume nuestras vidas para abandonarse a la contemplaci¨®n de un pasado omnipresente? Empero, la gloria de ese pasado nos interpela, nos hace tomar conciencia de la decadencia que amenaza a nuestra com¨²n patria europea. En realidad, no existe ni un solo problema que se cuestione a las orillas del Sena, cuyo eco no se escuche, de alg¨²n modo, en las orillas del T¨ªber.Las manifestaciones de estudiantes no han adquirido en Roma, desde luego, las mismas dimensiones que en Par¨ªs, pero la inquietud que las ha suscitado es, en el fondo, la misma: la carrera armamentista, el terrorismo, Chernobil, el SIDA, el deterioro de la capa de ozono y la miseria del Tercer Mundo. ?Encontrar¨¢n traba o los j¨®venes? Y, en caso afirmativo, ?qu¨¦ clase de trabajo encontrar¨¢n? ?El fr¨ªo universo de la competici¨®n comercial, de la rob¨®tica y de la mercadotecnia es suficiente para llenar una vida?
La cohabitaci¨®n no monta su espect¨¢culo con el mismo tipo de actores siempre. En Francia, dos grandes gatos contemplan con delectaci¨®n desde Ly¨®n y el El¨ªseo c¨®mo se desgasta un primer ministro que no ha optado por el mejor papel. En Roma, Bettino Craxi ha conseguido permanecer tres a?os y medio en el poder, lo que constituye un r¨¦cord absoluto en el pa¨ªs de la inestabilidad pol¨ªtica cr¨®nica. ?Qui¨¦n hubiera esperado ver a este gran hombre, jefe de un partido que controla apenas el 10% de los votos, hacer que se acepte durante tanto tiempo su autoridad, por parte de unos aliados democristianos cuyas filas son infinitamente m¨¢s nutridas?
No lo habr¨ªa logrado si no hubiera puesto de manifiesto, una vez en el Gobierno, una estatura pol¨ªtica considerablemente excepcional, y si no hubiese obtenido unos resultados completamente satisfactorios en su lucha contra el terrorismo -casi eliminado-, la Mafia, la inflaci¨®n -que llegar¨¢ al 3,5% seg¨²n la previsi¨®n para 1987 de la OCDE- e, incluso, el paro, que ha descendido hasta alcanzar los niveles franceses y cuya econom¨ªa sumergida aten¨²a en mucho sus dimensiones reales.
Adem¨¢s se ha comprometido, aplicando una f¨®rmula a la israel¨ª, a poner en marcha en tres meses la staffetta o, dicho de otro modo, la transmisi¨®n de la antorcha. ?Qu¨¦ suceder¨¢ entonces? ?Se llamar¨¢ a un democristiano? Y, en tal caso, ?a cu¨¢l?, ?al astuto Andreotti o al presidente del partido, Amaldo Forlani? ?Se convocar¨¢n elecciones anticipadas? ?Se producir¨¢ la continuaci¨®n del mismo Craxi merced a una astucia que a¨²n nos queda por imaginar? ?l no pone reparos en recomendar, contra la opini¨®n de los dem¨¢s partidos, una revisi¨®n constitucional tendente a acrecentar los poderes del presidente de la Rep¨²blica, cargo que ambiciona. Los partidos, en su conjunto, est¨¢n en contra de ello, y las posibilidades de llevar a buen t¨¦rmino un proyecto semejante, en un futuro pr¨®ximo, son m¨ªnimas. Pero el hecho es que con el 60% de los votos en los sondeos de opini¨®n, Craxi es el hombre m¨¢s popular de Italia y todav¨ªa tiene mucho tiempo por delante.
Tambi¨¦n en esto la misma preocupaci¨®n, que se puede enunciar en pocas palabras: Am¨¦rica cede mientras la URSS, que por fin ha dejado atr¨¢s su gerontocracia, de d¨ªa en d¨ªa ofrece una imagen mejor. Ya en Reikiavik, Reagan hab¨ªa hecho a los sovi¨¦ticos, en materia de limitaci¨®n armamentista, una serie de concesiones inimaginables. Y fue ¨²nicamente porque Gorbachov, animado ante tanta buena voluntad, crey¨® poder pedir a cambio la luna -a cambio de abandonar casi la Iniciativa de Defensa Estrat¨¦gica-, que finalmente no pudo ganar el envite.
A todo esto se suma lo que The New York Times llama, en un largo editorial, la crisis americana, que resume as¨ª: "Lo que se sabe (de las ventas secretas de armas a Ir¨¢n) hace presuponer enormes errores de juicio; las justificaciones permanecen rodeadas de silencio o son explicaciones parciales. Por lo que se sabe, resulta vislumbrable una arrogante actitud respecto de la observaci¨®n de las reglas y se contin¨²a encubriendo a quien tom¨® las decisiones. Los datos disponibles dan a entender que se cometieron violaciones de la ley. No nos es posible determinar si han sido voluntarias". No obstante, se silencia el esc¨¢ndalo acaecido en la Bolsa de Nueva York, que pone a dura prueba la moral de los empresarios estadounidenses.
Conclusi¨®n: Reagan, a sus 75a?os, ha sido seriamente tocado como,p¨¢ra que se pueda razonablemente esperar que vuelva a recuperarse. A pesar de ello, no se ve ning¨²n sucesor de la debida estatura para desempe?ar su papel. Tendremos que tratar con un EE UU debilitado y, adem¨¢s, imprevisible, pues ?qu¨¦ suceder¨¢ el d¨ªa en que la poblaci¨®n se d¨¦ cuenta de que el pasivo econ¨®mico, del que poco a poco va tomando conciencia (un enorme d¨¦ficit estructural del presupuesto y del comercio exterior y un endeudamiento fant¨¢stico), podr¨ªa ser aligerado considerablemente por medio de una reducci¨®n masiva de los gastos militares y de la presencia del Ej¨¦rcito estadounidense en Europa?
A ello se a?ade una intensificaci¨®n de la guerra comercial entre EE UU y la CE, consecuencia, entre otras, de la disminuci¨®n en la importaci¨®n de cereales por la URSS -que tuvo una cosecha r¨¦cord en 1986- y por parte de los pa¨ªses del Tercer Mundo. ?Qui¨¦n puede negar que los te¨®ricos del liberalismo de Washington inciden,, cada vez m¨¢s, en el proteccionismo?
La herencia amenazada
Hagamos justicia a los italianos que, desde la ca¨ªda del fascismo, no han dejado de ver en Europa la ¨²nica respuesta posible a los desaf¨ªos que se le lanzan a este peque?o cabo del continente asi¨¢tico, del que Val¨¦ry, con gran inteligencia, mostrara a un tiempo su valor y su fragilidad. Mas lo que ayer era una conclusi¨®n abstracta de un discurso l¨®gico, hoy d¨ªa adquiere, visto desde losmuelles del T¨ªber, toda su dimensi¨®n de civilizaci¨®n y, citand¨® a¨²n a Val¨¦ry, de civilizaci¨®n mortal.
En ninguna parte, salvo quiz¨¢ en Viena, se percibe tan bien como aqu¨ª hasta qu¨¦ punto la m¨¢s gloriosa herencia puede ser tambi¨¦n la m¨¢s amenazada. En ninguna parte salta tanto a la vista la imposibilidad, para quien haya sido amamantado con esta leche, de resignarse a que esta fabulosa f¨¢brica de ideas, de cultura y riqueza sea un d¨ªa nada m¨¢s que un museo indolentemente atendido por poblaciones diseminadas y reducidas a vivir con lo esencial que le procuren las propinas de los turistas del sureste asi¨¢tico.
"L?Italia far¨¤ da s¨¦", o, lo que es lo mismo, "Italia obrar¨¢ por s¨ª misma", dec¨ªan, hace siglo y medio, los padres fundadores de la unidad nacional. Todo el que vive en Roma hoy d¨ªa tiene conciencia de la absoluta necesidad para Europa de hacer otro tanto, de movilizarse para asegurarse la supervivencia. Esta es la ambici¨®n de toda la clase pol¨ªtica italiana sin distinci¨®n de tendencias, incluida la de un partido comunista cuyo actual secretario general, Alessandro Natta, no tiene el carisma de un Berlinguer, pero que es, con mucho, la segunda fuerza pol¨ªtica del pa¨ªs. Sus dirigentes incluso se enorgullecen, aparentemente con cierta raz¨®n, de haber contribuido de manera considerable a hacerle comprender'a Mosc¨² que una Europa fuerte y unida, lejos de ser una prolongaci¨®n de EE UU, puede muy bien, por el contrario, constituirse en una fuerza de resistencia a su avaricia.
Europeo tambi¨¦n lo es Juan Pablo II, quien no pierde ocasi¨®n de recordarlo. Por cierto, ning¨²n Papa se ha apasionado tanto por el Tercer Mundo. ?l nombr¨® como cabeza de la congregaci¨®n encargada del conjunto del episcopado mundial a un cardenal negro en la persona de Bernardin Gantin, pr¨ªncipe de B¨¦nin antes de serlo de la Iglesia, en quien todo rezuma nobleza.
Esa mirada ampliamente abierta hacia todos los continentes que no cesa de surcar no impide que el Papa se preocupe, en primer lugar, por el futuro de una Europa de la que el cristianismo es, a sus ojos, la componente esencial, y que, como polaco, no puede resignarse a verla eternamente partida en dos. Por pequef¨ªa que sea la esperanza de conseguirlo, todo debe hacerse para contribuir a reducir las tensiones de las que nuestro continente es, a un tiempo, apuesta y centro, y la m¨¢s fuerte raz¨®n para evitar una guerra que ser¨ªa demasiado estrepitosa...
Es con este esp¨ªritu que despu¨¦s de haber recibido, entre otros, a Andrei Groiniko y a Erich Honecker, Juan Pablo II conceder¨¢ audiencia a Jaruzelski, en el curso de la visita que el general presidente efectuar¨¢ en enero a Italia, aunque poco sea el provecho que pueda sacar de la misma en pro de la normalizaci¨®n con la que sue?a. Tambi¨¦n con este esp¨ªritu reuni¨® en octubre, en As¨ªs, a 200 representantes de 12 religiones, y aquel mismo d¨ªa, pidi¨® con ¨¦xito limitado una tregua en todos los frentes de combate que desgarran nuestro Pobre mundo.
Pero esta Europa que todo el mundo quiere y de la que todos sienten una imperiosa necesidad, ?alrededor de qu¨¦ puede unirse y construirse? La comunidad militar con la que se hab¨ªa so?ado a comienzos de los a?os cincuenta y que hubiera sido una realidad euroestadounidense, naci¨® muerta. Por otra parte, la reciente llamada de Jacques Ch¨ªrac para una estrecha colaboraci¨®n en tal sentido entre Francia, Gran Breta?a y Alemania, tan s¨®lo ha obtenido una limitada resonancia, adem¨¢s de un cierto despecho sentido en Roma por no haber sido invitada.
La Europa econ¨®mica, soluci¨®n de recambio imaginada algunos a?os m¨¢s tarde, permiti¨® el nacimiento y la ampliaci¨®n de la Comunidad Inicial, pero actualmente los intercambios se han mundializado.
A pesar de la fe en Europa de Jacques Delors -afortunadamente reconducidas, una vez abandonadas, sus funciones presidenciales-, la Comisi¨®n a duras penas puede cumplir su papel de locomotora de Europa. Y lo menos que puede decirse es que, quitando a Michel Debr¨¦, que ve resurgir muy f¨¢cilmente el fantasma de la supranacionalidad, apenas ha habido quien se haya apasionado por este acta ¨²nica que acaba de ratificar la Asamblea Nacional y que abre la perspectiva -?tan ensalzada!- de que el Mercado Com¨²n termine por merecer, en 1992, el nombre que lleva desde hace 30 a?os.
Todo ello adolece de lo que adolecen nuestras sociedades: crecimiento demogr¨¢fico, cultural y econ¨®mico a menudo agotados. El ¨¦xito espectacular de un cierto n¨²mero de realizaciones como el TGV, Ar¨ªane o el Airbus; la buena acogida que han te?ido los planes Esprit y Eureka, o la recuperaci¨®n en curso, tanto en Francia como en Italia, de la industr¨ªa automovil¨ªstica, por no citar m¨¢s que algunos ejemplos, muestran, sin embargo, que, cuando se expresa claramente una ambici¨®n colectiva, las voluntades y las inteligencias encuentran siempre quienes les permiten que sus ideas tomen cuerpo.
"Ser grande", dec¨ªa el general De Gaulle, "es sostener una gran disputa", queriendo decir, una gran causa. Esto es lo que Europa necesita en primer lugar. Esto es lo que Francia necesita sobre todo, si no quiere ser atrapada por los viejos demonios que, venidos de Bizancio o de Clochemerle, la empujan, una vez m¨¢s, a hacerse a?icos. ?C¨®mo, al volver de Roma, donde el genio europeo ha dejado a cada paso su marca, no so?ar con una Europa donde los pueblos y los Gobiernos sabr¨ªan unirse por fin, para decir no con todas sus fuerzas a una decadencia de la que nadie, a la larga, saldr¨ªa indemne?
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