La cruzada de las drogas
Con motivo del asesinato de uno de los principales periodistas de Colombia por los g¨¢nsteres del narcotr¨¢fico, el presidente, Virgilio Barco, ha predicado con afectada vehemencia una cruzada contra las redes de la droga, que tienen en dicho pa¨ªs una de sus m¨¢s importantes sedes de producci¨®n y distribuci¨®n. No es, desde luego, la primera vez que se habla de cruzada con este motivo, y el paralelo hist¨®rico con las otras cruzadas es particularmente ajustado. Si antes hubo cruzada de los ni?os y cruzada de los pobres, hoy podemos hablar de la cruzada de los pol¨ªticos, m¨¦dicos y polic¨ªas, pero, antes y ahora, los beneficiarios del esfuerzo b¨¦lico son los mismos: Los comerciantes. Las cruzadas fueron esfuerzos vistosos, pero nulamente eficaces, que, predicadas con gran ampulosidad en nombre de los motivos m¨¢s sublimes -el c¨¦lebre y hoy tambi¨¦n repetido "?Dios lo quiere!"-, no aportaron a la cristiandad m¨¢s que muertos in¨²tiles, cambalaches lucrativos con los supuestos infieles y episodios tan poco edificantes como la traicionera toma de Constantinopla por los cruzados venecianos. La cruzada contra la droga es de la misma escuela. ?Alguien cree de veras que un negocio fabuloso nacido precisamente de la prohibici¨®n de determinadas sustancias que ya firman parte de los deseos de mucha gente y de la persecuci¨®n de la venta de algo que quiere ser comprado va a ser liquidado, aumentando la prohibici¨®n y la persecuci¨®n? Si las bandas de g¨¢nsteres han nacido para aprovecharse de un tab¨², cuanto m¨¢s tab¨², m¨¢s provecho de los g¨¢nsteres.Hace unas semanas, al ser reelegido como cabeza visible del Colegio de Abogados, don Antonio Pedrol hizo unas discretas declaraciones a este respecto, para mi gusto demasiado t¨ªmidas, pero en la l¨ªnea del sentido com¨²n: si se repartiera libremente la llamada droga a los llamados drogadictos, los traficantes tendr¨ªan que solicitar el subsidio de paro. Algunos se escandalizaron de esta opini¨®n, como si el venerable jurista hubiera recomendado desenfrenadamente la org¨ªa perpetua y el retorno de Dionisos. En una ep¨ªstola admonitoria al respecto, un m¨¦dico le se?alaba que eso supondr¨ªa que la sociedad admit¨ªa el derecho a la autodestrucci¨®n de los individuos y que ya en Inglaterra y Holanda se hab¨ªa probado sin ¨¦xito la medida. En esta argumentaci¨®n se re¨²nen las dos falacias de los cruzados: la de los principios y la de la pr¨¢ctica. Consider¨¦moslas por su orden.
Los problemas causados por las drogas son de ¨ªndole moral (es decir, referidos a la libertad de los individuos) y de ¨ªndole social (estragos y delitos m¨²ltiples). Mi teor¨ªa es que el Estado, tratando de resolver por la v¨ªa coactiva los primeros, ha originado y sigue fomentando los segundos. Las funciones de un Estado no totalitario en la era moderna son lo que llamaba Nietzsche la triple protecci¨®n:contra los peligros del exterior, contra los peligros del interior (comprendidos la rapacidad injusta de unos socios contra otros y el infortunio natural) y la protecci¨®n contra los protectores mismos. Pero proteger al individuo contra s¨ª mismo cuando ¨¦ste no lo solicita es un abuso tir4nico. El derecho a hacer uno con su vida lo que quiera, incluido arriesgarla, disiparla o perderla, es una condici¨®n b¨¢sica de la libertad democr¨¢tica: el Estado no puede prohibirme que me autodestruya porque no es mi due?o. Los representantes del estado cl¨ªnico en que vivimos no pueden admitir algo tan sencillo como que mi salud es ante todo un asunto m¨ªo, que s¨®lo alcanzar¨¢ dimensi¨®n p¨²blica en lo referente a las agresiones o amenazas que deseo expl¨ªcitamente evitar o que yo puedo suponer voluntaria o involuntariamente para otros. Es justo que el Estado me mantenga informado de los peligros que corro si me comporto de tal o cual forma y que vigile que no se me d¨¦ gato por liebre (estricnina por hero¨ªna, met¨ªlico por whisky o matarratas en lugar de aceite): lo dem¨¢s corresponde a mi elecci¨®n, ni m¨¢s ni menos (aunque inevitablemente mediatizada) que tantas otras que debo tomar en mi vida. Por supuesto, tambi¨¦n es justo que haya instituciones p¨²blicas que me presten ayuda cuando yo quiera solicitarla porque me encuentre mal con lo que mi libertad ha hecho de m¨ª: tal es la utilidad de las cl¨ªnicas de desintoxicaci¨®n y del divorcio, entre otros ejemplos posibles. Vaya esto en cuanto a la falacia de los principios.
Por lo que respecta a la cuesti¨®n pr¨¢ctica de c¨®mo resolver todos- los cr¨ªmenes, delitos menores y accidentes fatales producidos por la prohibici¨®n actual, es evidente que no ser¨¢ cosa de un d¨ªa ni de una semana. Resulta obvio que levantar t¨ªmidamente la prohibici¨®n en un sitio y mantenerla en el resto del mundo no es soluci¨®n adecuada, pero comenzar¨ªa a serlo si la medida se tomara en u?a docena de pa¨ªses avanzados. ?Que es cosa dif¨ªcil? ?Que se trata de una utop¨ªa? No parece m¨¢s dificil ni m¨¢s ut¨®pico que seguir manteniendo la cruzada actual y creer -contra toda evidencia- que as¨ª puede resolverse el problema. Los ministros que con tanta frecuencia hacen reuniones internacionales para abordar esta cuesti¨®n podr¨ªan incluir ya -como tendr¨¢n que hacer antes o despu¨¦s, y aunque sea considerada con todas las debidas precauciones- la aut¨¦ntica soluci¨®n, es decir, la abolici¨®n del tab¨². Y m¨¢s ahora, que a todos los estragos anteriores se ha unido el SIDA, como otra colateral amenaza de la irracionalidad vigente.
Desde la ¨¦poca de las grandes persecuciones de brujas y pogromos de jud¨ªos no se hab¨ªa visto semejante oleada de supersticiones, fulminaciones puritanas y medias verdades cient¨ªficas como las que hoy circulan en tomo a las llamadas drogas. El otro d¨ªa, a un juez de cierta localidad andaluza, se le sorprendi¨® comprando coca¨ªna para su uso personal -lo cual no es actualmente delito, aunque s¨ª el venderla, para mayor incoherencia y aumento de precios- y de inmediato perdi¨® su puesto profesional. La noticia de Prensa recog¨ªa algunos comentarios de sus convecinos asombrados, pues se trata de una persona muy tranquila y normal. Por lo visto, hay quien cree que los cocain¨®manos van habitualmente echando espuma por la boca y lanzando estridentes carcajadas demenciales. ?Sabe esa gente que el 80% de los rostros que ve en televisi¨®n, actores, presentadores, pol¨ªticos, artistas, etc¨¦tera, sin excluir a prestigiosos financieros y dignos obispos, utilizan con mayor o menor frecuencia la coca¨ªna, de acuerdo con lo que les permiten sus recursos econ¨®micos? ?Comunic¨¢rselo ser¨ªa una disposici¨®n demasiado cruel o una obra de caridad pol¨ªtica? ?Saben ya los cruzados que galopan voluntariosamente por las estepas de nuestro estado cl¨ªnico que no hay m¨¢s Jerusal¨¦n liberada que la celeste y que el ¨²nico Santo Sepulcro a¨²n no vac¨ªo se halla en los s¨®tanos de ciertos bancos suizos?
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