GABRIEL JACKSON Reflexiones sobre la cuesti¨®n del idioma
De una u otra forma, yo he vivido toda mi vida en una situaci¨®n biling¨¹e. De muchacho, o¨ªa a mis abuelos hablar continuamente plattdeutsch, un dialecto del norte de Alemania, y o¨ªa a mis padres hablar un alem¨¢n m¨¢s culto cuando no quer¨ªan que yo entendiera el tema de su conversaci¨®n. Ya adulto, viv¨ª en el norte de Vermont, donde una parte considerable de la poblaci¨®n rural habla franc¨¦s, y en el sur de California, donde aproximadamente una quinta parte de la poblaci¨®n habla espa?ol. Considero que ha sido una gran suerte el que mis hijas aprendieran espa?ol en las escuelas p¨²blicas, y me produjo un gran pesar leer que en las recientes elecciones estatales los ciudadanos de California votaron, en una inmensa mayor¨ªa, a favor de una proposici¨®n de ley xenof¨®bica por la que se declaraba que el ingl¨¦s era la lengua oficial de Estados Unidos. Durante los ¨²ltimos cuatro a?os he vivido en la ciudad biling¨¹e de Barcelona. Un decisivo e importante factor condicionante de mi actitud hacia el lenguaje es mi conocimiento de la historia de Europa central y oriental, y del papel, frecuentemente nocivo, que los problemas relacionados con las lenguas han desempe?ado en esa historia.En Estados Unidos, el biling¨¹ismo es principalmente una cuesti¨®n funcional, sin implicaciones pol¨ªticas. La primera generaci¨®n de inmigrantes mexicanos, puertorrique?os, cubanos, azore?os, vietnamitas, coreanos y chinos llevan consigo, en sus lenguas propias, su vida familiar, comunitaria, cultural y buena parte de su vida econ¨®mica. Aprenden ingl¨¦s ¨¢vidamente para su vida econ¨®mica y profesional, m¨¢s abierta. Los votos xenof¨®bicos de la mayor¨ªa angloparlante son completamente innecesarios, excepto como expresi¨®n de mala voluntad. Todas las minor¨ªas inmigrantes piensan en el ingl¨¦s como la clave para conseguir m¨¢s amplias oportunidades econ¨®micas y culturales para s¨ª y para sus hijos. Como historiador, yo deploro haber perdido el alem¨¢n de mi infancia y haber tenido que aprenderlo de nuevo como estudiante universitario. Siempre animo a mis alumnos hisp¨¢nicos, asi¨¢ticos y europeos a conservar su lengua nativa al tiempo que aprenden el ingl¨¦s.
En Espa?a, aproximadamente el 20% de la poblaci¨®n habla catal¨¢n, gallego o vascuence en su vida familiar y en su vida econ¨®mica y cultural local, incluidas las escuelas, la radio y la televisi¨®n. Para todos los aspectos de su vida que se extienden m¨¢s all¨¢ del ¨¢rea geogr¨¢fica de su comunidad ling¨¹¨ªstica propia utilizan el castellano, con sentimientos que van de la buena voluntad al resentimiento. Al igual que en Estados Unidos el ingl¨¦s es la clave para conseguir oportunidades m¨¢s amplias y contactos culturales de todas clases, en Espa?a el castellano juega un papel similar, no s¨®lo porque 30 millones de sus compatriotas hablan castellano, sino tambi¨¦n porque es el idioma principal de 200 millones de latinoamericanos.
Pero mientras, que en Estados Unidos la -cuesti¨®n del lenguaje es casi enteramente funcional, en Espa?a es eminentemente pol¨ªtico. Desde comienzos del siglo XVIII hasta la muerte del general Franco, todos los Gobiernos espa?oles, con muy pocas excepciones y de escasa duraci¨®n, intentaron imponer el dominio central castellano, y la lengua castellana, sobre todos los pueblos del reino. De este modo, para los no castellanos (y tambi¨¦n para los castellanos menos conformistas) la lengua castellana lleg¨® a estar asociada con la rigidez, la burocracia, el centralismo, la ineficacia econ¨®mica y con una actitud de desprecio hacia las culturas no castellanas. En esas condiciones, los catalanes, los vascos y, en menor extensi¨®n, los gallegos llegaron a pensar que las condiciones necesarias para su emancipaci¨®n eran el uso p¨²blico de sus propias lenguas y el establecimiento de la soberan¨ªa local. La Rep¨²blica de 1931 respondi¨® a esa presi¨®n con estatutos de autonom¨ªa para las nacion¨¢lidades hist¨®ricas. En la pasada d¨¦cada, la Monarqu¨ªa democr¨¢tica ha llegado m¨¢s lejos al construir un Estado de las autonom¨ªas, en el que todas las regiones de Espa?a reciben un grado sustancial de autogobierno. Se puede discutir leg¨ªtimamente si se est¨¢ llevando con la rapidez posible la transferencia de las competencias y si la autonom¨ªa regional de Madrid es comparable con la autonom¨ªa regional de Catalu?a. Pero no puede haber duda alguna del fundamental reconocimiento, por primera vez en la historia moderna de Espa?a, de que los diversos pueblos de este pa¨ªs tendr¨¢n autogobierno en sus asuntos de pol¨ªtica local, culturales y educativos.
En raz¨®n de la pasada opresi¨®n, siempre ha existido un estrecho v¨ªnculo emocional entre la demanda de reconocimiento ling¨¹¨ªstico y la dernanda de independencia pol¨ªtica. Me parece a m¨ª que en las nuevas condiciones de libertad pol¨ªtica y autonom¨ªa regional ser¨ªa sensato que los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos despolitizaran la cuesti¨®n clel idioma. En primer lugar, las ¨¢reas ling¨¹¨ªstico-culturales no coinciden necesariamente con, la voliantad pol¨ªtica de sus habitantes. Muchos miembros de las nacionalidades hist¨®ricas prefieren utilizar el castellano, y estigmatizarles como espa?olistas no altera el hecho ni establece jerarqu¨ªas morales. Los mallorquines y los valencianos hablan catal¨¢n, pero desean a¨²n menos ser gobernados desde Barcelona que serlo desde Madrid. Obligar a todos los habitantes del Pa¨ªs Vasco o de Catalu?a a utilizar el vascuence o el catal¨¢n supondr¨ªa exactarnente la misma clase de opresi¨®n que la forzada castellanizaci¨®n, de mala memoria.
Dado que los diferentes pueblos tienen claramente establecido el derecho a utilizar su propia lengua en todos los asuntos legales y p¨²blicos y a educar a sus hijos en esa lengua, los restantes aspectos de[ biling¨¹isino deben tratarse de una forma puramente pragm¨¢tica. Los papeles proporcionados, del castellano y de la lengua local debenser materia de una elecci¨®n personal libremente realizada, de acuerdo con los gustos y necesidades econ¨®micas, institucionales, personales, familiares, intelectuales y art¨ªsticas del individuo. Lo mismo que las adscripciones religiosas han pasado a ser decisiones no politizadas en las condiciones de una libertad general, la cuesti¨®n del idiorna tambi¨¦n debe llegar a ser una cuesti¨®n despolitizada.
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