Un gran soldado ilustrado
Con la muerte del teniente general D¨ªez-Alegr¨ªa desaparece de la escena nacional una figura de excepcional relieve. Un soldado ahormado en su ferviente vocaci¨®n, a la que serv¨ªa con silenciosa disciplina. Y una mente, inquisitiva y anal¨ªtica, que se afanaba en buscar datos y respuestas al problema de la guerra y de los ej¨¦rcitos en la sociedad de nuestro tiempo.Manuel D¨ªez-Alegr¨ªa era hombre de profunda y extendida cultura. Lector infatigable y meditador continuo escribi¨® numerosos trabajos sobre la organizaci¨®n militar de los ej¨¦rcitos, la seguridad europea e internacional, las perspectivas del armamento nuclear y las escabrosas relaciones de la guerra y de la moral despu¨¦s de las estremecedoras experiencias de la segunda hecatombe mundial.
Ten¨ªa, junto a ese inmenso y bien nutrido bagaje de conocimientos, una admirable cualidad: la de disimular su acumulaci¨®n de sabidur¨ªas. Preguntaba m¨¢s que expon¨ªa. Era un inquisidor perenne e insatisfecho que indagaba sin cesar. Viajaba mucho y disertaba en foros internacionales militares de Europa y Am¨¦rica.
Su personalidad fue un lujo de nuestra cultura exportable. Recog¨ªa las ¨²ltimas novedades de doctrina y armamento y las somet¨ªa al escalpelo de su buen juicio y experiencia.
En una comunicaci¨®n acad¨¦mica de 1970, titulada El cambio en el Gobierno de la Defensa Nacional, expuso en apretada s¨ªntesis un esquema anticipador de lo que deb¨ªa hacerse en esa materia en nuestro pa¨ªs. Muchas de las ideas que figuran en ese estudio est¨¢n hoy en plena vigencia. Pero no ocultaba, incluso en los tiempos de alto mando en el Estado Mayor (1970-1974), su arraigada convicci¨®n democr¨¢tica para nuestro futuro pol¨ªtico, lo cual le vali¨® ser destituido con un pretexio ocasional por aquellos que deseaban la continuidad del autoritarismo a¨²n despu¨¦s de la desaparici¨®n de su protagonista vitalicio.
Su preocupaci¨®n de estudioso fue la de situar con precisi¨®n el papel de los ej¨¦rcitos en el seno de la sociedad de nuestro tiempo. Acaso el compendio m¨¢s l¨²cido sobre ese tema sea el discurso que le sirvi¨® para ingresar en la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas, en marzo de 1968. Se titulaba Defensa y sociedad, y viene a resultar un resumen de sus meditaciones acerca del importante problema.
La misi¨®n de los ej¨¦rcitos en la sociedad internacional y en la nacional, la subordinaci¨®n de las Fuerzas Armadas al poder civil y la defensa de una naci¨®n como objetivo conjunto de todos los elementos que constituyen una sociedad son los ejes de esa magistral disertaci¨®n que no ha perdido actualidad a pesar de los 20 a?os transcurridos desde que se pronunciara. El denso contenido filos¨®fico del concepto de la guerra, radicalmente modificado con la aparici¨®n de las armas nucleares, era uno de los puntos que el general gustaba de rumiar con insistencia. No creo que haya muchos que como ¨¦l conocieran en profundidad los trabajos de Aron sobre Clausewitz, tan celebrados y tan controvertidos. Esa riqueza de vertientes informativas le daba un especial sabor a sus trabajos m¨¢s profesionales.
Recuerdo la grata sorpresa que produjo en sus oyentes la lectura de un ensayo sobre La guerra y la moral, que inici¨® con una larga cita de la novela premiada con el Premio Goncourt escrita por un teniente coronel belga, Francis Walder, titulada La negociaci¨®n. Era una feroz diatriba contra el horror de la guerra real, "no la guerra de las pinturas o de los escritos". Y explicaba D¨ªez-Alegr¨ªa que esa era la actitud de los hombres de guerra sobre ese hecho terrible considerado con escueto realismo.
Su af¨¢n de leer y conocer los hechos le llevaba a los m¨¢s variados campos de nuestra historia. As¨ª, por ejemplo, su estudio sobre las guerrillas, verdaderamente ¨²nico en su g¨¦nero. La guerra de Cuba y el entero proceso de 1898 atra¨ªa ¨²ltimamente su atenci¨®n. De "situaci¨®n infausta en la que una nula preparaci¨®n diplom¨¢tica y militar se unieron a un Gobierno inerte, ausencia total de planes y una falta absoluta de coordinaci¨®n entre los ej¨¦rcitos" calific¨® a esa tragedia nacional, cuya etiolog¨ªa completa est¨¢ quiz¨¢ por hacer.
As¨ª era este gran militar ilustrado que nos acaba de dejar para siempre. No resisto a reproducir aqu¨ª lo que dijo de s¨ª mismo, como s¨ªntesis de su biograflia: "He servido durante m¨¢s de 50 a?os, y nunca intrigu¨¦ ni pretend¨ª nada que no fuera mi derecho estricto. Incluso mostr¨¦ siempre despego hacia los cargos importantes que se me propon¨ªan. Me hubiera gustado que mi puesto hubiera estado bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas; en definitiva, la verdadera vocaci¨®n de un soldado, que es lo que yo soy. Hube de hacerlo en buena parte en misiones de docencia y de planeamiento. Me consagr¨¦ a ellas por disciplina, esa virtud que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el coraz¨®n pugna por levantarse en ¨ªntima rebeld¨ªa o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acci¨®n del mando".
"Hasta hoy podr¨ªa aplicarme en mi modestia, con tranquilidad de conciencia, el orgulloso mote que ilustraba el escudo de un venerable linaje se?orial: "S¨®lo tengo lo que he dado".
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