La ley del exceso
?C¨®mo de un derroche de habilidad puede deducirse de pronto una torpeza? ?C¨®mo un camino que conduce a la originalidad puede derivar hacia las rutas de la rutina? ?C¨®mo un chaparr¨®n de singularidad puede diluirse en una gota de agua com¨²n? ?C¨®mo es posible dar un paso de transparencia y acto seguido otro de opacidad? ?C¨®mo el exceso puede hacerse de pronto defecto? ?C¨®mo la exuberancia puede adoptar in esperadamente los rasgos de una carencia? V¨¦ase La ley de deseo y estas oblicuas paradojas -que en realidad son variantes de una sola: ?c¨®mo puede el enorme talento de Almod¨®var ser v¨ªctima de s¨ª mismo?- ser¨¢n respondidas en vivo.Como de costumbre en este singular cineasta, La ley del deseo es un arriesgado ejercicio, sobre la cuerda floja y sin red, de cine fun¨¢mbulo, que discurre sobre los l¨ªmites del principio de verosimilitud, ese que con un solo paso m¨¢s all¨¢ har¨ªa caer a todo el tinglado dentro del sumidero de lo incre¨ªble.
La ley del deseo
Direcci¨®n Y gui¨®n: Pedro Almod¨®var. Fotograf¨ªa: ?ngel Luis Fern¨¢ndez. Espa?ola, 1987. int¨¦rpretes: Eusebio Poncela, Carmen Maura, Antonio Banderas, Miguel Molina, Nacho Mart¨ªnez, Fernando Guill¨¦n, Bibi Andersen. Estreno: Proyecciones, Madrid y Vaguada.
Pero, como casi siempre, Pedro Almod¨®var introduce su gusto por lo excesivo en una manera de ver y de hacer ver las cosas tan medida y dominada, tan propia y coherente, tan f¨¢cil y deslumbrante, que asombra observar c¨®mo sostiene, sin la menor sensaci¨®n de esfuerzo, algo que, materializado en im¨¢genes por cualquier otro cineasta, ser¨ªa un disparate poco menos que insostenible.
?se es uno de los aspectos del poderos¨ªsimo estilo de este cineasta. Si a este rasgo se a?ade su poco com¨²n capacidad para embutir en un mismo saco y mezclar con desarmante facilidad lo mejor con lo peor, se puede formular alrededor de ¨¦l otra nueva paradoja, evidente en toda su obra y de la que esta pel¨ªcula es un ejemplo di¨¢fano: los filmes de Almod¨®var no son del todo buenos, pero su cine s¨ª es bueno, y observado en r¨¢fagas no s¨®lo bueno, sino excepcionalmente bueno.
Concretamente, en la Ley del deseo hay escenas que nadie que sepa mirarlas puede dejar de ver en ellas aut¨¦ntico genio cinematogr¨¢fico. El velatorio de Miguel Molina, la pelea en el chiringuito del faro, la prodigiosa escena de la manguera de riego en la noche de Madrid, la complej¨ªsima secuencia final, la entrevista a Poncela en televisi¨®n, entre otros, son instantes del mejor cine que se haya hecho nunca en Espa?a. Pero junto a estas maravillas conviven otros tiempos de cine com¨²n e incluso de cine vulgar.
Cumbres y llanos
Por ello, La ley del deseo es una muy bella y muy desequilibrada pel¨ªcula. Sus imperfecciones saltan como chispas del rosario de aquellas paradojas que su visi¨®n provoca y que enunciamos arriba. El origen de los desequilibrios, que fuerzan al magn¨ªfico cine que hay en La ley del deseo a dar lugar a una pel¨ªcula mucho peor que ese cine que contiene, hay que buscarlo, a mi juicio, en otros dos rasgos de la mal administrada riqueza del estilo de Almod¨®var.Por un lado, hay tal exceso de inventos y de ocurrencias en la pel¨ªcula que su abrumadora cantidad neutraliza una parte de su calidad. Al no dejar su rapidez de sucesi¨®n graduar cada invento y exprimir el junio que potencialmente contiene cada ocurrencia, para as¨ª extraer de cada una de ellas todas sus posibilidades, una parte de estas posibilidades se quedan in¨¦ditas bajo la l¨ªnea de flotaci¨®n de las evidencias visuales, como alardes de ingenio s¨®lo enunciados y casi siempre deficientemente desarrollados.
Por otro lado, Almod¨®var busca atropelladamente una sucesi¨®n ininterrumpida de instantes de cumbre, sin pararse a pensar que toda cumbre lo es siempre respecto de un llano. No hay hay por tanto en el filme sensaci¨®n de elevaci¨®n y esto le perjudica, en la medida que le impide engendrar expectativas en el espectador, relajarle para despu¨¦s tensarle, frenarle para despu¨¦s dispararle, darle respiro para permitirle despu¨¦s ahondar en sus propias emociones.
Pero ah¨ª est¨¢n aquellas maravillas -a las que hay que a?adir las de las formidables creaciones de Carmen Maura y Eusebio Poncela- para hacernos olvidar que estos extra?os errores se dan en un cine cuyo autor penetra en terrenos que s¨®lo ¨¦l osa explorar.
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