Una jornada en la vida libre de Serguei Grigoriants
Los disidentes sovi¨¦ticos excarcelados van apareciendo lentamente
P¨¢lido y desmejorado, Serguei Grigoriants lleg¨® a la estaci¨®n de Kaz¨¢n, en Mosc¨², el s¨¢bado 7 de febrero. En su equipaje llevaba un art¨ªculo sobre el poeta Alexander Pushkin escrito en el campo de internamiento de Chistopol (en la Rep¨²blica Aut¨®noma T¨¢rtara), adonde fue a parar tras su condena a siete a?os de prisi¨®n y tres de exilio en octubre de 1983.Acusado de agitaci¨®n antisovi¨¦tica (art¨ªculo 70 del C¨®digo Penal de la Rep¨²blica Federativa Rusa), Grigoriants, de 45 a?os, cumpl¨ªa condena por segunda vez. La primera fue de cinco a?os, en 1975.
El motivo de la condena de Grigoriants fue su papel en la edici¨®n del ilegal Bolet¨ªn B, que publicaba noticias sobre juicios violaciones de la legalidad y de los derechos humanos. Desde que le juzgaron en la regi¨®n de Kaluga, en las cercan¨ªas de Mosc¨², Grigoriants no hab¨ªa vuelto a ver a sus hijos, Timofei, de 13 a?os, y Ania, de 11, ni a su esposa, Tamara.En los pocos d¨ªas transcurridos desde: su liberaci¨®n, este cr¨ªtico literario que un d¨ªa dirigiera una secci¨®n de la revista Iunost, se ha dedicado a desempolvar cuadros y a poner orden en la librer¨ªa de su casa, en el barrio moscovita de Babusnkina. Como si se dispusiera a tirarlos, Grigoriants ha apilado en el pasillo decenas de vol¨²menes, separ¨¢ndolos de los que ahora aparecen limpios y ordenados en unos s¨®lidos estantes de madera coronados por un bello jarr¨®n holand¨¦s. "Son los libros que ha tra¨ªdo pap¨¢ de Chistopol", dice la peque?a Ania, refiri¨¦ndose al mont¨®n del pasillo. Ania habla con erudici¨®n ins¨®lita para su edad de los derechos previstos por el r¨¦gimen carcelario sovi¨¦tico Asegura, refrendada por su abuela, que ¨¦stos no se respetaron en el caso de su padre, a quien Ania ha visto muy poco en su corta vida. La ¨²ltima carta del ex convicto recibida por la familia data de julio de 1986. Durante ese a?o, el condenado no recibi¨® ning¨²n paquete, ni siquiera una banderol, el peque?o paquete de peso inferior al medio kilo, donde puede enviarse a los presos caramelos o galletas, pero no chocolate.
Volver a ejercer la profesi¨®n
Perdido en el interior de un abrigo que desborda su cuerpo flaco y peque?o, Grigoriants acude a nuestra cita con mucho retraso. Est¨¢ contento de su libertad recuperada, piensa en volver a ejercer su profesi¨®n, en publicar art¨ªculos y ensayos, opina favorablemente de Gorbachov, pero algo que acaba de sucederle le preocupa."Vengo de registrarme en la comisar¨ªa de polic¨ªa del barrio y de iniciar los tr¨¢mites de mi documentaci¨®n. Todo ha ido muy bien, hasta que me han dado a firmar un papel en el que se dice que si violo la ley ser¨¦ arrestado inmediatamente. Me he negado a firmar. Se trata de una advertencia ilegal. No firm¨¦ tal papel cuando me liberaron, y no lo firmar¨¦ ahora".
Grigoriants, sin embargo, s¨ª fue obligado a firmar otro papel antes de salir de la prisi¨®n. Se trataba de un texto retorcido, producto (de largas horas de conversaci¨®n con un joven fiscal "que no se quit¨® el abrigo" mientras discut¨ªa en la celda con el preso sobre la literatura de la emigraci¨®n y el exiliado escritor VIadimir Nabokov.
"El 15 de enero me condenaron a 15 d¨ªas de calabozo", dice Grigoriants, cuyo paso por Chistopol es rico en huelgas de hambre y conflictos.
En Chistopol muri¨®, en diciembre de 1986, el disidente Anatoli Marchengo, de 48 a?os, 20 de los cuales los hab¨ªa pasado en prisiones, campos de trabajo y exilios internos. "El 20 de enero", prosigue Grigoriants, vinieron a verme dos fiscales, Obcherov, que, por lo visto, ha estado con los otros presos liberados, y un joven ayudante que no se identific¨®. Me dijeron que pensaban liberarme y que hab¨ªan venido especialmente a por m¨ª, que no hac¨ªa falta que pidiera la gracia y que bastaba con que me comprometiera a respetar la ley. Prepar¨¦ un papel diciendo que yo no hab¨ªa violado la ley y que quienes lo hicieron fueron los que me juzgaron. Escrib¨ª tambi¨¦n que estoy dispuesto a colaborar en los cambios que suceden en este pa¨ªs, puesto que estoy de acuerdo con ellos".
El procurador se mostr¨® desilusionado ante la f¨®rmula. El compromiso finalmente alcanzado establece que ¨¦l, Grigoriants, se compromete a observar la ley siempre y cuando los ¨®rganos responsables de la justicia hagan lo propio y aunque sea con criterios severos. "En tal caso", escribe el ex convicto para m¨¢s exactitud, "de acuerdo con los cambios positivos que ocurren en el pa¨ªs y a diferencia de lo que ocurr¨ªa en el pa¨ªs antes, no tengo fundamentos para violar la ley".
Menos de los anunciados
Grigoriants es s¨®lo uno de los ex detenidos incluidos en la lista de 42 personas facilitada por Elena Bonner, la esposa de Andrei Sajarov, la semana pasada. Aunque los liberados son muchos m¨¢s, seg¨²n el portavoz del Ministerio de Exteriores, Guenadi Guerasimov, que citaba 140 casos, los que abandonan las c¨¢rceles van apareciendo lentamente y los ex presos localizados suman muchos menos.En la casa de los Grigoriants no para de sonar el tel¨¦fono. Hay quien tiene una informaci¨®n que dar sobre un compa?ero de c¨¢rcel y hay quien la pide con angustia ante un regreso que no se verifica. Aparece en la vivienda otro de los liberados, con el pelo rapado y la tez blanquecina. Se trata de Kiril Popov, de 38 a?os, un militante por los derechos humanos que fue condenado a seis a?os de prisi¨®n y cinco de destierro en abril de 1986. Popov acaba de regresar del campo de Perm, en los Urales. Como Grigoriants, fue acusado de agitaci¨®n antisovi¨¦tica, seg¨²n el art¨ªculo 70 del C¨®digo Penal. Se practicaron varios registros en su casa y se le acus¨® de redactar "octavillas en nombre de los hippies moscovitas", seg¨²n nos cuenta.
Popov tambi¨¦n firm¨® un papel para salir a la calle. Firm¨® que no ten¨ªa intenci¨®n de perjudicar al Estado. Luego, seg¨²n dice, la f¨®rmula le pareci¨® vaga y, pensando que podr¨ªa ser objeto de interpretaciones, decidi¨® enviar una carta al presidente del Presidium del Soviet Supremo. En ella no se reconoce culpable de nada y afirma su intenci¨®n de continuar defendiendo los derechos humanos.
Compa?ero de prisi¨®n de Anatoli Scharanski (hoy en Israel), Anatoli Koriaguin y Anatoli Marchenko, Grigoriants dice haber intuido la muerte de ¨¦ste cuando vio los cuadernos y libros de Marchenko almacenados junto a las instrucciones del aparato para la sordera que aqu¨¦l usaba. "Cuando vi las instrucciones comenc¨¦ a pensar que le hab¨ªa pasado algo a Anatoli, pues un hombre que lleva un aparato para la sordera desde hace m¨¢s de 10 a?os no necesita las instrucciones".
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