La mirada
Mirar es abrirse al encanto panor¨¢mico del mundo. Hay miradas sensitivas cuando se asombran los ojos ante el desnudo amanecer; otras sensuales que degustan la ondulante armon¨ªa de los cuerpos; tambi¨¦n miradas sentimentales que irradian alegr¨ªa, o tristeza que enturbia los ojos hasta no dejarnos ver. Le regard pur, de Francis Ponge, se recrea iluminando el secreto de los objetos. La mirada directa de los fenomen¨®logos es la vuelta hacia las cosas mismas, y la oblicua de Hartmann es la desviada, propia de la ciencia y del pensamiento puro. En suma, la mirada -"crep¨²sculo de la aurora, tiempo sagrado", la defin¨ªa H?lderlin- nos abre las puertas al campo infinito de la curiosidad visual.Se suele decir que mirar es contemplar pasivos e inm¨®viles cu¨¢nto ofrece el mundo, cuando, en realidad, la visi¨®n es siempre m¨®vil, activa, como explica el psic¨®logo sovi¨¦tico A. R. Luria: "Ser¨ªa err¨®neo creer que la percepci¨®n y la sensaci¨®n son procesos puramente pasivos". Tambi¨¦n las investigaciones neurofisiol¨®gicas han demostrado que los ojos inm¨®viles no pueden percibir con estabilidad un conjunto de objetos, pues la visi¨®n exige siempre movimientos oculares activos de b¨²squeda. Por esta raz¨®n podemos ver situados en distintos puntos de mira: desde una altura, otear lo que nos ofrece un valle; atisbar desde la ventana una anchurosa avenida; acechar resguardados tras un ¨¢rbol; descubrir un drama por el ojo de una cerradura; aguaitar, concentrando fijamente la mirada; vislumbrar una escena amorosa al andar por la calle. Los ¨¢ngulos desde los que podemos mirar son tan diversos como las posturas que adopta el cuerpo en el espacio. Pero la funci¨®n de los ojos no es tan s¨®lo ver, ya sea agitadamente o en reposo, sino tambi¨¦n tocar con la mirada. La m¨¢s exacta de las miradas es la t¨¢ctil, ya que puede dibujar con precisi¨®n geom¨¦trica a figura de los seres y las cosas. Por otra parte, el tacto acrecienta la intensidad y velocidad de la visi¨®n. Si la mirada t¨¢ctil es la m¨¢s completa, a la vez todo contacto del cuerpo es siempre visual.
Arnold Gehlen, en su obra El hombre, ha probado la conexi¨®n entre ambos sentidos. La percepci¨®n visual asume las experiencias del tacto, porque toda mirada palpa al recorrer lo que ve. De aqu¨ª se puede decir que la mirada acaricia; con ella podemos apresar, y hasta hablamos con los ojos. Ciertamente, las distintas expresiones de la mirada son un componente esencial del lenguaje, pues podemos hablar mir¨¢ndonos, sin decir una sola palabra. Si los gestos y el movimiento de las ,manos transmiten significativos mensajes para comunicarnos exteriormente, los ojos parleros, reidores o tristes expresan lo que sentimos ¨ªntimamente. As¨ª hablamos del resplandor de la mirada, cuando brilla de satisfacci¨®n por el hallazgo de una verdad, o de su fogosidad, que manifiesta la vehemencia de un ¨ªmpetu que asoma raudo, s¨²bitamente.
Ahora bien, pese a esta riqueza cognoscitiva y expresiva de la mirada, los ojos se limitan a asomarse al mundo y observarlo anchurosa y ampliamente. Mirar no es irrumpir en las cosas y los seres, ni tampoco dejarse asaltar por sorpresa; es una apertura, un estado o talante para acoger o entregarse a lo que est¨¢ ah¨ª. "Abierto", se?ala Heidegger, "no quiere decir conocido en cuanto tal". Nos abr¨ªmos al mirar porque estamos predispuestos a ello y con buen ¨¢nimo, mientras que el mal humor cubre de velos el mundo circundante. ?Miramos porque estamos de buen humor, abiertos, o, al contrario, el simple mirar anima y estimula? Creemos que la mirada nos abre el coraz¨®n y despierta el inter¨¦s por todo lo que vemos; es encontrarse con cuanto se ofrece a los ojos, sin desearlo ni buscarlo. La mirada es la esencia de todas las citas m¨¢s variadas y distintas.
"Yo encuentro, no descubro", dec¨ªa Picasso para significar que su mirada recorr¨ªa las cosas simplemente para verlas, sin intenci¨®n escondida ni prop¨®sito mental, y s¨®lo encontraba lo que ya est¨¢ ah¨ª, en. el mundo. En su obra Signes, MerleauPonty explica que el pintor es como un paseante que echa una mirada r¨¢pida a las cosas, pero sabe captar el sentido oculto de lo que quieren decir, y que nos pasa inadvertido a los dem¨¢s: "Le peintre lui m¨ºme est un homme au travail qui retrouve chaque matin dans la figure des choses la m¨ºme interrogation, le m¨ºme appel auquel il n'a jamais fini de repondre". Son, pues, las cosas mismas que esperan una respuesta, piden ayuda al ue las mira, para significarse. Pero, por m¨¢s que luchen los pintores para darnos la armon¨ªa racional del universo o su inteligencia total, s¨®lo pueden ofrecer una imagen parcial: la experiencia significativa de su mirada.
Mirar es tambi¨¦n sentir oscuramente, pues todo lo que vemos pasa al interior del cuerpo, donde se arremolina, entremezcla y agita, para adquirir forma concreta. Por esta raz¨®n, para curarse del posible "ensimismamiento de la esquizofrenia", el poeta Juan Larrea aconsejaba mirarse "al interior de los ojos", para restablecer el contacto con el mundo de la realidad. As¨ª, son necesarios los m¨²ltiples contactos de la mirada, que, al afectarnos profundamente, suscitan emociones, crean sentimientos y pasiones. Todo lo que vemos nos ata?e siempre, ya sea alegre o tristemente. Por ello comprendemos que la p¨¦rdida de la mirada pueda llevar al suicidio, olvidando que las manos sustituyen a los ojos para poder seguir represent¨¢ndose las cosas tal como son y seguir conociendo las realidades de este universo. Pero ocurre que, ocupados o preocupados, en la afanosa vida cotidiana, olvidamos la presencia del cuerpo. Por ello es necesario hacer un alto en el camino y mirar el cuerpo para encontrarse con yo, eje de todos nuestros actos, unidad viva y real de las miradas.
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