Manifiesto pesimista
El a?o que viene se cumplir¨¢ el bicentenario del nacimiento de Schopenhauer, el fil¨®sofo rom¨¢ntico con m¨¢s futuro, y comienzan a prodigarse los indicios de su creciente actualidad: recientemente, una menci¨®n de Gianni V¨¢ttimo, en un art¨ªculo sobre ¨¦tica, despert¨® cierta pol¨¦mica. En tanto llega el momento de ocuparnos m¨¢s a lo hondo de Schopenhauer, rescatemos ya una de sus contribuciones mayores a la cordura occidental: el pesimismo. Es su faceta m¨¢s impopular y, por tanto, la que puede sernos m¨¢s ¨²til, sobre todo en lo que respecta a la aplicaci¨®n pr¨¢ctica de la especulaci¨®n te¨®rica. Disposici¨®n eminentemente regulativa de la acci¨®n, el pesimismo ha sido calumniado como una coartada del inmovilismo; ¨²nico inconformismo que se atreve a aceptar sus consecuencias, se le ha supuesto coaligado con la beatitud conservadora. Lukacs tiene en buena medida la culpa, con su perversa imagen del hu¨¦sped de un lujoso hotel de alta monta?a que echa de cuando en cuando escalofriadas miradas al abismo para estimular gratamente los jugos digestivos. En cambio, Horkheimer (cuantas m¨¢s objeciones se alzan contra la escuela de Francfort, m¨¢s apropiado resulta retomar su trama, aunque sin falsos miramientos) escrib¨ªa ya en el a?o 33: "El materialismo comporta una componente pesimista", y subrayaba la importancia de Schopenhauer para forjar el ¨¢nimo del pensamiento cr¨ªtico.Una de las supersticiones m¨¢s ind¨®mitas de nuestra ¨¦poca -transcripci¨®n her¨¦tica de la fe cristiana y su teodicea- sostiene que para intentar la transformaci¨®n pol¨ªtica del orden que padecemos es preciso creer, aunque no sea m¨¢s que como ideal ut¨®pico, en la posibilidad de alguna forma de para¨ªso social sobre la tierra. Quienes carecen de tan fant¨¢stica convicci¨®n estar¨ªan obligados al conservadurismo en el mejor de los casos y a la m¨¢s negra reacci¨®n en el peor, tal como probar¨ªa la actitud c¨ªvica del propio Schopenhauer. Dado que las ocasiones hist¨®ricas reci¨¦n vividas son favorables a cualquier cosa salvo a dicho dogma laico, los ex progresistas viven refugiados en la queja ineficaz contra el Poder o en enfurru?ada modorra, mientras otros m¨¢s avispados, y posmodernos constatan hegelianamente que el para¨ªso a?orado -aunque de una discreta tercera categor¨ªa- es precisamente la sociedad democr¨¢tica en que vivimos. Unos suponen que esta vida es invivible por culpa del mal establecido, pero carecen ya de una esperanza alternativa que proponer o la que proponen -en el m¨¢s militante de los casos- apesta a naftalina ideol¨®gica y gulag revanchista; otros se convierten en rabiosos adalides del v¨ªdeo tridimensional y el melting pot neoyorquino, mientras defienden el orden neoliberal. con la energ¨ªa de quien ha encontrado al fin la teta materna largo tiempo hurtada. Y es que s¨®lo hay una cosa peor que un optimista y es un ex optimista desconcertado. La oportunidad del pesimismo se hace patente precisamente aqu¨ª.
El pesimismo consiste en advertir la doble fractura inevitable que caracteriza nuestra condici¨®n: la que opone el ideal a su realizaci¨®n pr¨¢ctica y la que distancia el cumplimiento de cualquier proyecto de la satisfacci¨®n que esper¨¢bamos obtener de ¨¦l. La torpeza de los hombres, su malignidad o su ambici¨®n tienen la culpa de mucho da?os, pero no de esas dos fracturas que nos constituyen: el error del optimismo consiste en achacarles tal responsabilidad El optimismo cree que el orden del mundo es malo por culpa de algunos hombres; el reacciona r¨ªo profesa que el orden es bueno porque la mayor¨ªa de lo hombres son malos; el pesimista sostiene que tanto el orden del mundo como la condici¨®n humana son igualmente detestables, pero a favor del primero hay que decir que con gran esfuerzo puede enmendarse u poco. Lo que Horkheimer, inspirado por Schopenhauer y por cierto ramalazo judeo-apocal¨ªptico propio, llamaba al final de su vida "el mal radical", es la constataci¨®n de que la vida humana -tanto individual como colectiva- vacila sin cesar al borde de la cat¨¢strofe y que siempre ha sido as¨ª. El inmovilista olvida que la quietud no previene contra la cat¨¢strofe; el optimista, que la lucha mejor intencionada no certifica que se lograr¨¢ evitar. Cualquier intervenci¨®n en la marcha de las cosas que no asuma estas realidades debe inspirar compasi¨®n o p¨¢nico.
Cioran se?ala agudamente que "con raz¨®n en todas las ¨¦pocas han cre¨ªdo los hombres asistir a la desaparici¨®n de las ¨²ltimas huellas del para¨ªso terrenal". Los opitimistas se empe?an en suponer que tal desvanecimiento alarmante es peculiar del infausto momento presente. La verdad, es que en cualquier ocasi¨®n ha podido advertirse por igual, no la extinci¨®n del para¨ªso, sino la imposibilidad de su fundaci¨®n. En uno de sus Pensieri dej¨® ya establecido Leopardi que en todos los pa¨ªses los vicios y males universales de los hombres y de la sociedad son resaltados como particulares del lugar en la presente circunstancia; se se?ala determinada corrupci¨®n de las costumbres y la perversidad de ciertos individuos como causantes de lo que en cualquier sitio es com¨²n; concluye Leopardi que "Ios hombres son miserables por necesidad, pero est¨¢n resueltos a creerse miserables por accidente". Hace pocas se manas me lament¨¦ en un art¨ªculo de la disminuci¨®n de afici¨®n a la lectura entre los j¨®venes y merec¨ª la airada respuesta de un punk bilba¨ªno que abominaba elocuentemente de los prestigios de la cultura dominante que nos lleva hacia la destrucci¨®n universal v¨ªa la bomba, y a?oraba con fervor salvaje la verdadera vida. ?C¨®mo explicarle que su queja, supuestamente desesperada y en realidad optimista hasta el delirio, la han repetido siglo tras siglo desde la egipcia Canci¨®n del desesperado, 2000 a?os anterior a Cristo, todos los Savonarolas que cada ¨¦poca cultural ha producido con regularidad metron¨®mica? Y seguiremos oy¨¦ndola, mientras ingenuos soci¨®logos del d¨ªa persistir¨¢n en interpretar tan nuevo e inquietante fen¨®meno...
Se me dir¨¢ que, seg¨²n este planteamiento, para el pesimista todas las situaciones hist¨®ricas valen lo mismo. Lo cierto es precisamente lo contrario. Son los optimistas quienes se ven sistem¨¢ticamente decepcionados por todas las realizaciones concretas de los proyectes ideales. Cuando comprueban que, a fin de cuentas, por mucho que cambien las formas todo sigue siendo m¨¢s o menos lo mismo, se sienten id¨¦nticamente indignados ante la m¨¢s discreta democracia como ante la m¨¢s atroz dictadura, ante una parcial reforma como ante el peor abuso. En cambio, el pesimista, convencido de antemano de que en el fondo nada demasiado bueno puede esperarse, calibrar¨¢ con gratitud cualquier mejora, tanto m¨¢s digna de estima cuanto que dif¨ªcil e improbable. Convencido de que nada. se adquire gratuitamente, si el benefio conseguido es real no perder¨¢ el tiempo quej¨¢ndose del precio, como hacen los otros. Para quienes est¨¢n convencidos de que deber¨ªamos vivir ya en la edad de oro, si no fuera por la conspiraci¨®n universal del poder maligno, todo es desencante o falso entusiasmo por el statu quo; los, que saben que el invierno de nuestro descontento no conocer¨¢ nunca definitiva primavera agradecen con melancol¨ªa la conquista de un tibio abrigo.
Cualquier opci¨®n humanista por la felicidad ha de incorporar un componente pesimista, pues el pesimismo no es l¨²gubre carcoma, sino ese l¨²cido "sentido de la tierra" de que habl¨® Zaratustra. Y tambi¨¦n aceptaci¨®n tr¨¢gia de lo que somos y lo que podemos. Cuando oigo a alg¨²n entusiasta malograr su regular presente en nombre de cualquier ¨®ptimo futuro o sacrificar, al menos de boquilla, la generaci¨®n actual a las venideras, me digo: "Vaya,otro que ni se ha dado cuenta de lo que supone tener cuerpo". Y, sin embargo, hay que ser lo suficientemente pesimista como para darse cuenta de que ni los m¨¢s l¨²cidos renunciar¨¢n nunca del todo a su ramalazo delirante, a su residuo del fren¨¦tico que estuvo a punto de desarrollarse. ?C¨®mo hacerse ilusiones sobre nadie, cuando todo un Yeats coquete¨® con el nacionalismo, un esp¨ªritu superior como Schopenhauer amaba a los perros y algunos de los escritores que m¨¢s respeto me merecen de este pa¨ªs se han empe?ado en entrar en la Real Academia?
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