Carmen de Espa?a
INFLUIDOS EN demas¨ªa por su Carmen, de Bizet, nuestros vecinos franceses compiten ahora por nuestro amor. Nadie duda del papel desempe?ado por Francia en la incorporaci¨®n de Espa?a a la Comunidad Europea y de la ayuda inestimable proporcionada al Gobierno espa?ol en la colaboraci¨®n antiterrorista. Tal como han subrayado el presidente de la Rep¨²blica, Fran?ois Mitterrand, y su primer ministro, Jacques Chirac, esta acci¨®n era de justicia. Espa?a es aliado de Francia, es un pa¨ªs incorporado a las instituciones europeas y tiene un sistema pol¨ªtico democr¨¢tico. La duda sobreviene en el momento de atribuir los m¨¦ritos en el cambio de la actitud francesa. Mitterrand y Chirac se disputan el protagonismo.La pelea de Madrid, en la que los primeros embates dial¨¦cticos han correspondido a Chirac, incide de lleno en la pugna por el control de la pol¨ªtica exterior francesa, dominio reservado al presidente de la Rep¨²blica seg¨²n algunas lecturas del texto constitucional, pero en todo caso compartido entre el presidente y el Gobierno. El Ejecutivo espa?ol no ha terciado en la pol¨¦mica, entre molesto por el peligro de eclipsar los efectos p¨²blicos de la cumbre y divertido por el traslado a Madrid de la reyerta pol¨ªtica parisina. Qui¨¦n sea Don Jos¨¦ y qui¨¦n Escamillo, en este duelo por el amor de Espa?a, est¨¢ por dilucidar.
Esta cohabitaci¨®n madrile?a emerge como un signo de la fragilidad del equilibrio franc¨¦s: cualquier ocasi¨®n parece buena para ajustar cuentas pendientes, a impulsos de resentimientos pol¨ªticos o de virtuales beneficios electorales. Ni siquiera en la visita a un pa¨ªs amigo desaparecen los litigios internos. Litigios irrelevantes a los efectos de recordar o no si los socialistas fueron moderados en su colaboraci¨®n contra el terrorismo o en los defectos -reales o supuestos- de la ampliaci¨®n de la CE. Vecinos y enemigos nuestros durante siglos, los franceses se disputan hoy los favores y el reconocimiento de Madrid. S¨®lo como una demostraci¨®n de confianza y de familiaridad -atinque un tanto excesiva- puede entenderse este s¨²bito ataque de celos. Esperemos que la pasi¨®n no les ciegue del todo y que, en su viaje, hayan sido capaces de distinguir, como demanda la copla, cu¨¢l es la Carmen de Espa?a y cu¨¢l la de Merim¨¦e.
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