Lo mejor, en los bises

?Por qu¨¦ algunos int¨¦rpretes reservan para sus bises lo que pudo ser la base de su programa y entretienen ¨¦ste, en parte, con repertorios que les son, de momento, un tanto ajenos? Porque Mar¨ªa Isabel Rey dio, sin duda, lo mejor de su voz, que es bella de timbre y pura de emisi¨®n y limpia en el agudo y ¨¢gil, en un Gershwin incisivo y un Offenbach deslumbrante, ambos fuera de programa.En el prograrna, en cambio, hubo desde luego aciertos: un Turina ¨®ptimo, o un Asencio delicado y po¨¦tico, a la medida de la afectuosa escritura, o un Ravel feliz. Pero en ninguno de esos tres aludidos repertorios pudo lucir la soprano sus galas vocales, porque son m¨²sicas que por uno u otro lado y con m¨¢s o menos fortuna coquetean con lo popular y eluden el alarde vocal con su sello narcisista inorillable. Y la voz de la Rey pide, por ahora, ese ejercicio del canto que se mira en un espejo y se enamora de s¨ª mismo.

Tal ejercicio no se acaba de acomodar al aria medio y tardobarroca en la medida que, por muy convencional que ella formalmente sea, la comunicaci¨®n de sentimiento propia de la escena reclama derechos que una soprano ern¨ªnentemente l¨ªrica no est¨¢ en trance de colmar. En ese sentido, el estilo barroco de Isabel Rey se retrae en un modelo antiguo de interpretaci¨®n distanciada y muse¨ªsta: es un canto encerrado en una vitrina, bien conservado pero estrictamente decorative. Par eso mismo Satie y sus impertinencias no funcionaron del todo. Y Schubert, ese que obliga, cuando se le canta, a medirse con los dioses, supuso el episocio m¨¢s d¨¦bil de la velada, atractiva en su conjunto.