La victoria sobre el sentido com¨²n
La formulaci¨®n de una pol¨ªtica de avance social, una vez concluido el proceso de consolidaci¨®n de un Estado democr¨¢tico en nuestro pa¨ªs, debe vencer algunos argumentos que parecen estar dictados por el m¨¢s aplastante sentido com¨²n. Se dice, por ejemplo, que no todos los apoyos sociales que recibi¨® el PSOE en 1982, y que se revalidaron como aut¨¦ntico voto de confianza en 1986, estar¨ªan disponibles para algo distinto de. esa tarea, verdaderamente nacional, suprapartidaria, que ha sido la consolidaci¨®n, en Espa?a de un Estado democr¨¢tico.Ser¨ªa algo as¨ª como volver a traer a colaci¨®n aquella teor¨ªa del pr¨¦stamo de votos que estuvo en boga en los d¨ªas que siguieron al triunfo electoral socialista de 1982.
Pero los resultados de junio de 1986 han invalidado en buena medida aquel argumento. Esos resultados hacen pensar m¨¢s bien que en tomo al PSOE se ha aglutinado un amplio bloque social progresista que est¨¢ dispuesto a recorrer el camino hacia un Estado y una sociedad democr¨¢tica avanzada tal como anuncia el pre¨¢mbulo de la Constituci¨®n. Un camino que ha quedado expedito tras los hitos salvados en los ¨²ltimos cuatro a?os.
Para muchos espa?oles, el paradigma de ese modelo social y pol¨ªtico se halla en los pa¨ªses avanzados del norte de la Europa comunitaria. Bien sea desde la experiencia de los grandes movimientos migratorios de los, a?os sesenta y setenta, bien desde la que los viajes e intercambios de todo tipo han supuesto para otros, sectores muy amplios de la sociedad espa?ola han tenido ocasi¨®n de percibir el fuerte contraste que ofrec¨ªa el panorama de la sociedad y de las instituciones en Espa?a y el de nuestros vecinos europeos m¨¢s afortunados.
Pues bien, incluso entre los que aceptan que ¨¦se es precisa mente el desaf¨ªo que tenemos ante. nosotros, se argumenta con frecuencia que el proceso que ha llevado a esas cotas de bienestar s¨®lo es abordable en ¨¦pocas de expansi¨®n econ¨®mica. Se trata de pol¨ªticas de re parto del excedente. En tiempos, de crisis, se dice, cuando el excedente se reduce o_desaparece, no hay espacio para este tipo de pol¨ªticas, y es preciso esperar tiempos mejores. La mejor pol¨ªtica es entonces aquella que prepara la reactivaci¨®n. De este modo, la pol¨ªtica econ¨®mica se convierte en la pol¨ªtica principal, cuando no en pol¨ªtica, a la que las dem¨¢s quedan subordinadas. Detr¨¢s de esta argumentaci¨®n se esconde un cierto n¨²mero de inexactitudes hist¨®ricas y, en cualquier caso, una concepci¨®n,reduccionista de lo que podr¨ªamos llamar la obra hist¨®rica de la socialdemocracia europea.
En primer lugar, no es cierto que las pol¨ªticas sociales se hayan gestado en ¨¦pocas de expansi¨®n, sino, justo al rev¨¦s, en momentos de crisis: a'comienzos del siglo XX y durante la crisis de los a?os treinta, como recordaba no hace mucho Virgilio Zapatero. :
En segundo lugar, el legado socialdem¨®crata, definido en toda su amplitud, es algo m¨¢s que una pol¨ªtica de mejoras sociales: es una obra de profundizaci¨®n de la democracia y constituye, por tanto, un legado pol¨ªtico en el m¨¢s' estricto sentido de la palabra. Es decir, que ha afectado a las relaciones de poder en aquellas sociedades donde se ha desarrollado cumplidamente, en el sentido de incrementar la influencia social, pol¨ªtica y econ¨®mica de las capas populares de la sociedad, frente a las oligarqu¨ªas que all¨ª, como en toda Europa, monopolizaban el poder del Estado liberal en el pasado siglo y a comienzos de ¨¦ste.
Los muy diferentes grados de, democratizaci¨®n de la vida econ¨®mica y pol¨ªtica entre los pa¨ªses del norte y del sur de Europa no se explican sin la muy diferente, presencia que en la evoluci¨®n hist¨®rica reciente de unos y otros han tenido los sectores populares. Conviene. recordar el dato de que los socialistas entran por primera. vez en el Gobierno en los d¨ªas siguientes a la I Guerra Mundial en pa¨ªses como B¨¦lgica y Austria, y s¨®lo en los a?os setenta y ochenta de nuestro siglo en Portugal, Grecia o Espa?a.
Cualquier intento de desconocer estos hechos y de intentar subsumir nuestras perplejidades en las que afectan de modo general a la izquierda europea, es un s¨ªntoma o de ignorancia o de provincianismo pol¨ªtico e intelectual.
Un¨¢ variante del segundo de los argumentos mencionados consiste en recordar la evidencia de que los recursos del Estado son limitados y que por tanto la construcci¨®n del Estado del bienestar (por seguir utilizando la expresi¨®n acu?ada a pesar de su insuficiencia) tiene que hacerse paso a paso, con el margen que dejan disponible las otras atenciones a que debe responder el Presupuesto.
La fuerza de ese argumento disminuye si se considera que tanto los recursos del Estado como las atenciones a que se dedican son obra, no de la naturaleza inmutable, de las cosas, sino del modelo de Estado hist¨®ricamente cristalizado en cada pa¨ªs.
En el nuestro se ha producido a lo largo de una evoluci¨®n impregnada por las. dos dictaduras que ocupan, juntas, dos tercios de lo que llevamos de siglo, un cierto esquema en cuanto al modo de obtenci¨®n y al montante de los recursos, as¨ª como sobre su utilizaci¨®n.
En contraste con las democracias avanzadas del norte de Europa, el modelo espa?ol ha consagrado, en cuanto al primer aspecto, un sistema fiscal regresivo, que pesa m¨¢s sobre el conjunto de los asalariados que sobre el resto de los estamentos sociales y que conlleva adem¨¢s una importante dosis de fraude fiscal.
En cuanto al segundo, ha implicado la preterici¨®n de los gastos sociales y de los servicios p¨²blicos (incluyendo algu, nos tan esenciales como la justicia) en favor de1as necesidades de una clase empresarial a la que toda suerte de debilidades culturales, t¨¦cnicas, financieras y comerciales han convertido, en una buena parte, en un estamento parasitario del Estado.
Todo ello se ha venido justificando en base a un nacionalismo econ¨®mico que despu¨¦s de vivir largo tiempo amparado por la fuerza de las armas, pervive ahora apoyado en la de la inercia. ?C¨®mo entender si do las pretensiones de mantener algunos de esos esquemas -en un momento de acelerada internacionalizaci¨®n de nuestra econom¨ªa? ?Qu¨¦ legitimidad puede pretender, desde el lema de la protecci¨®n de la industria nacional, la canalizaci¨®n de fondos p¨²blicos hacia firmas como ITT, CGE o ATT, o la financiaci¨®n del saneamiento de empresas como Hispano Alemana para propiciar su trasvase al grupo Fiat o al Aresbank.?
A pesar de los cambios de estos a?os, a¨²n no se ha producido la sustituci¨®n de la estructura del sistema fiscal, incluyendo el fraude estructural, que constituye uno de los factores limitativos (de car¨¢cter hist¨®rico y pol¨ªtico, que no t¨¦cnico) de los recursos del Estado.
En cuanto a los efectos de la pol¨ªtica de ayudas a las empresas, baste recordar los datos, conocidos por primera vez en ¨¦stas semanas, de un estudio del Banco de Espa?a: 2,5 billones de pesetas para 1985. Esto es, un 25% del Presupuesto del Estado de este a?o y un 9% del producto interior bruto (frente a un 1,4% en el caso de Francia, que no es precisamente un caso de no intervenci¨®n a escala europea).
La conclusi¨®n que ofrecen los datos que venimos manejando es que el margen para realizar una pol¨ªtica de progreso social, aqu¨ª y ahora, existe, pero exige una reestructuraci¨®n del ingreso y del gasto del Estado, y, en definitiva, dada la situaci¨®n de que partimos en Espa?a, un nuevo modelo de crecimiento econ¨®mico.
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