Basora, la guerra a la puerta de casa
Cada noche, el intercambio artillero produce un dram¨¢tico espect¨¢culo de luz y sonido
ENVIADA ESPECIALDesde su pedestal, rodeado de sacos terreros, la estatua del poeta Badr Shakir al Sayad contempla inmutable el afanoso ir y venir de los hombres del III Cuerpo del Ej¨¦rcito iraqu¨ª, encargado de la defensa del este de la regi¨®n de Basora. La altura quiz¨¢ no es suficiente para que Al Sayad se percatara del avance de las tropas enemigas en los meses pasa dos, pero la estatua del poeta ha sido testigo mudo de la llegada de la guerra hasta los hogares de Basora y de la huida de muchos de sus habitantes en busca de refugio seguro. Su emplazamiento, a la entrada de la Comiche Chat el Arab, la ha convertido adem¨¢s en compa?ero de guardia de los soldados.
Hace apenas a?o y medio, en diciembre de 1985, el viceministro de Cultura iraqu¨ª inauguraba esta escultura en bronce que representa a Al Sayad en presencia de un numeroso grupo de arabistas venidos de todo el mundo y de algunos periodistas: discursos, flores y tiempo para la poes¨ªa. Nada hac¨ªa presagiar que el enemigo estaba tan cerca. Tras un almuerzo en el cercano hotel Sheraton, algunos invitados aprovecharon para dar un paseo por la Corniche, a orillas de Chat el Arab. Otros se echaron la siesta. Un par de periodistas alquilaron una barca para dar una vuelta por el r¨ªo hasta la isla de Simbad, desde donde parti¨® el aventurero personaje del mismo nombre en Las mil y una noches.
Hoy, la Corniche se encuentra convertida en una trinchera. En la acera que discurre junto al r¨ªo, soldados armados con kalashnikov y ametralladoras montan guardia tras los sacos terreros. En la acera de enfrente, alambradas de espino impiden el acceso a las calles contiguas. Un puente flotante une este sector con la otra orilla del r¨ªo. En medio, el carguero espa?ol Iniciativa permanece intacto al lado de los cascos semihundidos de otros dos barcos.
El paseo por la Corniche Chat el Arab es peligroso. El ritmo cardiaco se acelera. Desde aqu¨ª se oyen los estallidos de los proyectiles tres o cuatro kil¨®metros hacia el Este. Los edificios de la zona han sido evacuados ante los bombardeos de los ¨²ltimos meses. El hotel Sheraton, s¨ªmbolo del esplendor logrado en el pasado por el puerto de Basora, result¨® alcanzado por medio centenar de granadas de ob¨²s. Unos cuantos boquetes en la fachada dan testimonio de ello.
Quinientos metros m¨¢s all¨¢, un soldado alto y guapo, con esa piel dorada que caracteriza a las gentes de Basora, impide cort¨¦smente el paso. Imposible llegar a Abu Jasib, lugar de nacimiento de Al Sayad, situado 15 kil¨®metros m¨¢s al Sur. A partir de ese punto se ha declarado zona militar.Aunque no parece probable que los iran¨ªes quisieran hacerse con el famoso casino de Abu Jasib, lo cierto es que el pasado mes de febrero estuvieron a punto de establecer una cabeza de puente en esa zona, donde se da la mayor concentraci¨®n de palmeras de todo el mundo.
El acceso de los periodistas a la primera l¨ªnea de fuego est¨¢ prohibido, pero desde la terraza del cafet¨ªn situado frente al completamente destruido hotel The Front of the River se tiene una vista panor¨¢mica que supera las mejores pel¨ªculas de guerra: a la derecha, el puente m¨®vil que une ambas orillas de Chat el Arab (de unos 400 metros de ancho en esta zona), por donde pasan peri¨®dicamente las fuerzas de refresco, el avituallamiento, las municiones y las ambulancias de la Media Luna Roja; enfrente, los palmerales donde se adivina la batalla.
A tres kil¨®metros
El cotidiano intercambio de artiller¨ªa adquiere una dram¨¢tica espectacularidad por la noche. Ante un refresco de naranja, ¨²nico producto que sirve la casa, pueden observarse los resplandores de la muerte como si de fuegos de artificio se tratara: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho... ?boom!, ocho por 340 metros por segundo (velocidad del sonido)..., el proyectil ha ca¨ªdo a tres kil¨®metros escasos del punto de observaci¨®n. Los resplandores blancos que iluminan el horizonte corresponden a los proyectiles lanzados por los Katiuska iran¨ªes, en tanto que los fogonazos rojos indican los disparos de la artiller¨ªa iraqu¨ª. Seg¨²n las gentes del lugar, los iran¨ªes bombardean por la noche, en tanto que los iraqu¨ªes incrementan su fuego por el d¨ªa. Los parroquianos ni se inmutan. Dos hombres juegan al backgammon. Un par de mesas m¨¢s all¨¢, un soldado con una mano vendada habla con otros dos, mientras sus fusiles descansan junto a la mesa. Nuevas explosiones. Llegan m¨¢s soldados. Saludan. Toman un refresco y se van. As¨ª hasta las once de la noche. Entonces, el patr¨®n apaga las luces y cierra el chiringuito. En medio de esa escena, casi incre¨ªble por lo parad¨®jica, lo ¨²nico que parece realmente peligroso son los mosquitos, que descubren con inusitada rapidez al reci¨¦n llegado y lo acribillan a picotazos.
Desde que empez¨® la guerra, en septiembre de 1980, la segunda ciudad de Irak hab¨ªa sufrido numerosos bombardeos, pero siempre hab¨ªan estado limitados a ciertas zonas. Sacos terrenos en las puertas y ventanas de las casas, refugios en las esquinas de las calles y el Museo de los M¨¢rtires, daban a la ciudad un aire suficientemente tr¨¢gico, sin terminar de restar animaci¨®n a sus zocos y a sus plazas.
Tras la ¨²ltima ofensiva final iran¨ª, la Kerbala 5, iniciada el pasado enero, las casas -sobre todo en el centro de la ciudad aparecen abandonadas, perforadas por los proyectiles de ob¨²s. Las calles, desiertas. S¨®lo los militares se atreven a desplazarse por la parte este de la ciudad. En esta zona, la actividad comercial se encuentra pr¨¢cticamente limitada a la calle de Kuwaity sus aleda?os. Numerosos soldados pasean, toman t¨¦ o hacen compras en los chiringuitos que a¨²n permanecen abiertos. La aparente tranquilidad de estos hombres -apenas se ven mujeres en ese barrio- contrasta con el fren¨¦tico movimiento que se desarrolla apenas 500 metros m¨¢s all¨¢, en la Corniche.
El ¨²nico gran puerto comercial de Irak, a 67 kil¨®metros al norte del golfo P¨¦rsico, contaba con un mill¨®n de habitantes al iniciarse el conflicto. Los funcionarios del Ministerio de Informaci¨®n aseguran ignorar cu¨¢ntos han huido de la destrucci¨®n, pero insisten en que se trata de abandonos temporales, en que la gente vuelve, cuando se pasan los combates. Diferentes estimaciones cifran entre 200.000 y 500.000 el n¨²mero de personas que a¨²n viven en Basora. En realidad, coexisten dos ciudades: la de los barrios del Este y del Sur, pr¨¢cticamente una ciudad fantasma, y la de la zona del Noroeste, donde la vida sigue su ritmo sin especiales trastornos: no le ha cortado el agua, ni el fluido el¨¦ctrico, ni el tel¨¦fono, y hay un relativo buen abastecimiento en los mercados.
Uasir, el portavoz del gobernador de Basora, insiste en que el Gobierno se esfuerza porque la ciudad est¨¦ especialmente bien provista de bienes de consumo b¨¢sicos. Por su parte, Salam, funcionario del Ministerio de Informaci¨®n, asegura que a veces se encuentran en Basora productos que no pueden encontrarse en Bagdad. Una visita a los mercados demuestra que hay escasez de frutas y de leche fresca, pero no se ven, sin embargo, en las calles signos de miseria, como los que empiezan a ser frecuentes en las ciudades occidentales.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.