Juegos de villanos
A Gary Hart los periodistas le descubren un l¨ªo de faldas, y el flamante pol¨ªtico se tambalea para acabar rodando finalmente a los pies de los dibujantes sat¨ªricos. Adi¨®s a la Casa Blanca y a la historia.?Es posible tal necedad? En el fondo, ?qu¨¦ es lo que ha pasado? Total, que Gary Hart, te¨®logo y ahogado, pas¨® la fiebre del s¨¢bado noche con una modelo de 29 a?os. Algo bastante comprensible si se contempla la fotograf¨ªa de la interfecta Donna Rice, una espiga en un ba?ador cuya abertura caderil asciende como un cuchillo hasta casi unirse con la descendente abertura costillar, provocando un impacto sensual de primer grado. Quien, en compa?¨ªa semejante, se mantenga libre de pecado que tire la primera piedra. Los chicos del Miami Herald han exagerado. No hab¨ªa m¨¢s que una aventurilla carnosa, el leve reposo de un guerrero en campa?a.
Reconozco que el esc¨¢ndalo provocado escandaliz¨® mi o¨ªdo hisp¨¢nico. ?Hasta d¨®nde iba a llegar el puritanismo que Reagan trata de imponer a la sociedad norteamericana? ?C¨®mo es posible que un discreto adulterio light pudiera acabar con un presunto presidente de la naci¨®n m¨¢s poderosa del orbe? As¨ª, pues, mi liberada mente hisp¨¢nica puso en marcha su motor anal¨ªtico ciertamente algo anquilosado por la pertenencia a un pa¨ªs que a¨²n no se ha subido al tren del desarrollo tecnol¨®gico. Mi primitivo an¨¢lisis pon¨ªa una vez m¨¢s al descubierto la hipocres¨ªa hist¨¦rica de, una sociedad que se encrespa ante un espor¨¢dico affaire er¨®tico mientras acepta con absoluta frialdad la agresi¨®n a Nicaragua o la guerra de las galaxias.
De esta manera extra¨ªa yo ingeniosidades como la de que los americanos no toleran para sus pol¨ªticos el modelo play-boy, pues el ad¨²ltero rompe la imagen de armon¨ªa familiar necesaria para que la foto de la sonrisa feliz sea como tiene que ser. De la misma forma que los brit¨¢nicos decapitan a sus pol¨ªticos homosexuales modelo Eaton. En nuestro entorno, la manga es infinitamente m¨¢s ancha. Una extensa indiferencia planea sobre las vidas sentimentales de los tribunos en Francia, Italia o Espa?a. No hay que olvidar que puritanismo y victorianismo son inventos anglosajones.
Estaba yo tan satisfecho con esta interpretaci¨®n desde mi mentalidad hisp¨¢nica algo simple y sesgada por la ideolog¨ªa, cuando me di cuenta de que hab¨ªa piezas que no encajaban en el cuadro. Si el adulterio era motivo de escarnio y lapidaci¨®n, ?por qu¨¦ los norteamericanos hab¨ªan dejado pasar gloriosamente casos tan flagrantes como los de Franklin D. Roosevelt o John F. Kennedy?
Mi interpretaci¨®n, evidentemente, hac¨ªa agua.
Con el paso de los d¨ªas el tinglado iba adquiriendo nuevas dimensiones, y la figura de Gary Hart multiplicaba sus caras. No estaba ya ante un guerrero en busca de reposo terap¨¦utico. Hart era un mujeriego al que le empezaban a salir amantes como hongos. Pero adem¨¢s hab¨ªa otros datos realmente inquietantes, en especial tres:
1. ?Por qu¨¦ cambi¨® su nombre de Hartpence por el de Hart?
2. ?Por qu¨¦ en 1984 minti¨® sobre su verdadera edad?
3. ?Por qu¨¦ hab¨ªa escrito dos novelas de espionaje?
Demasiados secretos para una sola vida. Ciertamente, un personaje que defrauda sobre su nombre y edad y que adem¨¢s escribe novelas policiacas es altamente sospechoso. Lo menos que puede pensarse de su existencia es que es un pozo demasiado inextricable, lo que revela un car¨¢cter imprevisible, esquivo, turbulento.
Estos recelos son los que m¨¢s inquietan a la sociedad norteamericana, sobre todo si provienen de un hombre que lleva a?os predicando una especie de cruzada ¨¦tica e idealista. Roosevelt y Kennedy supieron hacerlo porque ten¨ªan el colmillo retorcido, pero este Gary Hart ha resultado ser un poco c¨¢ndido. El pueblo americano le ha pedido cuentas sobre sus fiebres sabatinas. Le estaba simplemente poniendo a prueba: se trataba de observar su reacci¨®n ante el acoso, comprobar su capacidad de respuesta ante una situaci¨®n l¨ªmite, saber si ten¨ªa madera de presidente, es decir, si pose¨ªa el grado de cinismo exigible para tan alta responsabilidad.
Gary Hart ha decepcionado a propios y extra?os. Comenz¨® balbuceando, negando, contradici¨¦ndose. Dijo a los periodistas cosas tan absurdas como que estaba dispuesto a demostrarles lo aburrida que era su vida sexual (ejemplo de propaganda negativa), que hab¨ªa pasado la noche con Donna Rice, pero que no se hab¨ªa acostado con ella (dato revelador de una cierta debilidad mental), que hab¨ªa cometido "errores, quiz¨¢ grandes, pero no malos" (argumento impresentable incluso ante un confesionario), y que su matrimonio era un modelo de fortaleza, alegando el testimonio de su esposa: "Gary no miente" (?).
Mientes, Gary, y t¨² lo sabes. Tal ha sido la sentencia del pueblo norteamericano. Les importa un bledo tu adulterio, pero no te perdonan la explicaci¨®n zafia que ha? dado del mismo. Como no te perdonan que te cambiaras de nombre, que ocultaras tu verdadera edad, que hayas escrito novelas de espionaje. No has estado a la altura de las circunstancias.
?ste es el fondo de la cuesti¨®n: Gary Hart no ha sabido mentir como debe saber hacerlo un candidato a presidente. El pueblo americano es muy sensible en este punto. A Roosevelt y a Kennedy no les pas¨® factura porque realizaron sus juegos con habilidad. Sin embargo, a Nixon el tramposo se le vio el plumero y eso le cost¨® el puesto. A Reagan tambi¨¦n se le ha visto el truco y su situaci¨®n es desesperada. No importa el hecho del Watergate ni del Irangate. Importa c¨®mo el presidente realiza el juego de manos sin que se le note el truco. Al aprendiz Hart se le ca¨ªan las cartas de la manga, de los bolsillos, como a un villano. No val¨ªa para la Casa Blanca.
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