El cantar de los cantares
De cuando en cuando, un amigo me rega?a con benevolencia por mi anticlericalismo. No vale la pena dar lanzadas al moro muerto, me dicen: hay que reservar las fuerzas para el aut¨¦ntico enemigo. Como tengo mi ramalazo nietzscheano y creo que a lo que cae hay que ayudarlo a caer a¨²n m¨¢s deprisa, esta argumentaci¨®n en ning¨²n caso sabr¨ªa convencerme, pero resulta adem¨¢s que tal decadencia resulta en este contexto por muchos motivos dudosa. ?No ser¨¢ la unci¨®n clerical algo tan poderosamente arraigado todav¨ªa qu¨¦ extender su certificado de defunci¨®n sirva de truco defensivo -quiz¨¢ involuntario y, por tanto, m¨¢s eficaz- para conservarla? Creo que el moro muerto a¨²n rebulle no poco -que me perdone Juan Goytisolo la utilizaci¨®n de esta expresi¨®n demasiado campeadora- y que por ello no es ocioso insistir en la lanzada. Pero en esta ocasi¨®n no hablaremos s¨®lo de los aspectos c¨®modamente reaccionarios de la Iglesia, sino tambi¨¦n de sus flecos, digamos, progresistas y de las nostalgias que despiertan en ciertos intelectuales como ideal de acci¨®n comprometida.Las vicisitudes del ya casi permanente calvario tur¨ªstico papal son una fuente de entretenimiento period¨ªstico que incluso sus m¨¢s acerbos detractores le agradecemos. Wojtila se ha empe?ado en ser m¨¢s Papa que lo que el gui¨®n parec¨ªa requerirle: pl¨¢stico y gigantesco, es el aut¨¦ntico superpapa, un enorme papanuncio como esas desmesuradas hamburguesas y hotdogs de reclamo que tientan al viajero en las autopistas norteamericanas. Incluso ha dado lugar a toda una industria de derivados papales, que a los aficionados al comic nos recuerdan un poco los admin¨ªculos profesionales de Batman; el papam¨®vil, la papacueva, los papanatas... Nada de malo hay en la papafici¨®n a la literatura sobre los papaviajes, rama de la antropolog¨ªa folcl¨®rica al alcance de quienes no sabr¨ªamos emular las gestas descriptivas de Malinowski o Evans-Pritchard. Pero lo peligroso comienza cuando la maliciosa y saludable delectaci¨®n humor¨ªstica cede el paso a valoraciones serias de lo que el Papa ha dicho o ha dejado de decir, como si adem¨¢s de hacer de Papa dicho caballero tuviese otras noticias que darnos. Fen¨®meno inquietante que se prolonga a veces en la sesuda consideraci¨®n de tal o cual mensaje de los obispos, ¨¦ste avanzado o aqu¨¦l retrogrado, como si ser obispo no fuera ya bastante calificaci¨®n. Hasta hay bellas almas que se indignancon el pobre Marzinkus, pasando por alto que ¨¦ste cardenal borgiano (de Borgia, no de Borges) entronca a la manera m¨¢s filial y piadosa con la historia vaticana de mejor casta...
El Papa bendice a Pinochet, como ayer -no lo olvidemos- bendijo a Videla, y despu¨¦s bendice a Alfons¨ªn. No problem, en buena ortodoxia paulina sabemos que todo poder viene de Dios. Que la mayor¨ªa de los hombres nos intriguen un tanto los gustos pol¨ªticos de Dios no es cosa que el Papa, profesional del misterio, tenga obligaci¨®n de resolvernos. En Alemania beatifica a una monja de origen jud¨ªo que fue entregada a los nazis por la superiora de su convento; por lo que cuentan de la actuaci¨®n pontificia frente al nazismo, lo m¨¢s l¨®gico hubiera sido beatificar a la realista superiora, pero sabido es que Roma no paga a los traidores, por bien que le vengan. El Papa se indigna de que alguien asemeje el r¨¦gimen de Pinochet al de la Polonia de Jaruzelski: comparatio claudicat, se?ala, puesto que el sistema comunista tiene mayor vocaci¨®n de p¨¦rennidad que la dictadura chilena, cuya provisionalidad de s¨®lo unas cuantas d¨¦cadas salta a la vista. En el fondo, como ha dejado entrever ¨²ltimamente, el Pont¨ªfice echa de menos en este caos ideol¨®gico donde toda legitimidad ha entrado en crisis a los monarcas absolutos que se sab¨ªan ungidos por Dios: hoy no hay Dios que sepa qui¨¦n ha dado el santo crisma a los gobernantes en funciones. Pinochet es regularcillo, Reagan quiz¨¢ un poco mejor, pero donde est¨¦ Carlomagno que se retiren las imitaciones baratas. Yo digo, Wojtyla es el plusquampapa, una pasada, de tama?o mayor que el natural: es a la Iglesia cat¨®lica como la Aida de Luxor a Egipto, una enormizaci¨®n espectacular con momias de plexigl¨¢s y Pl¨¢cido Domingo en su trono vicino al sole.
Al conocer los discursos papales en Chile y Argentina, las beatificaciones de m¨¢rtires del nazismo y de la guerra civil espa?ola, los mejor pensados dicen gravemente que la postura pol¨ªtica de la Iglesia es ambigua. Menuda noticia: llegar a la conclusi¨®n de que la postura de la Iglesia es ambigua resulta tan perspicaz como afirmar que una llave inglesa es servicial. En ambos casos no podr¨ªa ser de manera distinta. Pero otros argumentan que esta ambig¨²edad s¨®lo es patrimonio de la Iglesia oficial, institucionalmente reaccionaria: frente a ella existen fen¨®menos de renovaci¨®n cristiana, tales como la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, cuya funci¨®n es abierta e inequ¨ªvocamente progresista. El entusiasmo por la teolog¨ªa de la liberaci¨®n alcanza incluso a intelectuales decididamente laicos: Mario Bunge admiraba su eficacia como sustitutivo de partidos pol¨ªticos inoperantes en Am¨¦rica Latina (EL PA?S, 6 de mayo de 1987), mientras que Eduardo Subirats -apoy¨¢ndose en La rebeli¨®n contra lo intolerable, de Robert Jungk- esperaba de renovados credos refigiosos la fuerza espiritual globalizadora capaz de enfrentarse al dominio y la fragmentaci¨®n que aquejan a la intelectualidad actual (EL PA?S, 25 de abril de 1987). Alguien tan escasamente beato como Manolo V¨¢zquez Montalb¨¢n nos pon¨ªa tambi¨¦n no hace mucho en estas p¨¢ginas ante la disyuntiva entre yuppies y te¨®logos, decidiendo por su parte incluirse entre los segundos por mor de contrarrestar a los primeros. En Euskadi, que aparte de su alta manufactura propia de fren¨¦ticos e ilusos atrae a los de otras partes del mundo como la miel a las moscas, ya hemos tenido hace poco nuestro concilio de teolog¨ªa de la liberaci¨®n con la conclusi¨®n aproximada de que somos tierra de misi¨®n y de bautismo de sangre. Los imp¨ªos, francamente, estamos cada vez m¨¢s asustados ante este auge del redentorismo pararreligioso.
?A qu¨¦ se debe esta discutible acercamiento, este revival teol¨®gico? No voy a negar la abnegaci¨®n individual y el combativo m¨¦rito de numerosos eclesi¨¢sticos inconformitas que luchan contra poderes tir¨¢nicos y flagrantes injusticias. Tambi¨¦n es clara su eficacia en algunos casos en que no hoy recurso mejor: aunque pienso, como Diderot, que es m¨¢s ¨²til para un hombre saber la diferencia que existe entre el perejil y la cicuta que tener una opini¨®n definitiva sobre la existencia de Dios, en caso de apuro preferir¨ªa ser informado por un cl¨¦rigo benevolente que morir emponzo?ado. Pero sigo creyendo que es imposible ninguna verdadera automon¨ªa pol¨ªtica comprada al precio de la fundamental heteronom¨ªa religiosa; y que la teolog¨ªa de la liberaci¨®n liberar¨¢ a sus usuarios de todo menos de la teolog¨ªa, que es de lo primero de que hay que liberarse.
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La suposici¨®n de que la aut¨¦ntica moralidad proviene de la vinculaci¨®n pr¨®xima o remota a un credo religioso es radicalmente antihumanista -pace Levinas y su otro humanismo- y sigue siendo m¨¢s cierto que los individuos creyentes pueden ser realmente morales a pesar de su religi¨®n, pero no gracias a ella. En este caso, nada m¨¢s bienaventurado que la incoherencia entre creencia y pr¨¢ctica, pues ya dijo muy bien Stuart Mill que "casi siempre los individuos y las sectas que derivan su moralidad de la religi¨®n cuanto m¨¢s l¨®gico son, resultan peores moralistas". Los intelectuales -enemigos por naturaleza funcional de los cl¨¦rigos- heredaron de ellos la mayor¨ªa de sus funciones y el halago de su carisma: hoy, en ¨¦poca de incomprensibles cataclismos ¨¦tico-pol¨ªtico, sienten viva nostalgia de sus antepasados por desconcierto ante las perplejidades del presente. Act¨²an como mam¨ªferos enamorados de los dinosaurios por miedo a las consecuencias de la evoluci¨®n...
Y es que unos y otros comparten una notable caracter¨ªstica de adaptaci¨®n al medio. Los cl¨¦rigos florecen en las situaciones at¨¢vicas que perduran en la modernidad: se acomodan a las dictaduras que respetan sus privilegios y a la desesperada guerrilla contra ellas, a la tortura y los desaparcidos en nombre de la civilizaci¨®n cristiana y al combate milenarista en el manglar acosado. En cambio no encuentran su sitio en la sociedad moderna y fragmentariamente democr¨¢tica, con sus reivindicaciones desenfadamente hedonistas (divorcio, aborto, contracepci¨®n, eutanasia, drogas, etc¨¦tera), su individualismo comunicacional y su tecnocracia pol¨ªtica.
A muchos intelectuales les pasa precisamente lo mismo: entre el servicio d¨®cil al poder -sea cual fuere el establecido- y el sistem¨¢tico rechazo absoluto en nombre de la utop¨ªa futura, no encuentran una v¨ªa adecuada que no sea viacrucis. Por eso entienden tan comprensivamente las dificultades eclesiales en la segunda mitad del siglo XX y hasta las toman como paradigma. En ocasiones aciertan a expresar su demanda de forma muy n¨ªtida, como aqu¨ª Levinas: "El absurdo consiste no en el sinsentido, sino en el aislamiento de significados innumerables, en la ausencia de un sentido que les oriente. Lo que falta es el sentido de los sentidos, la Roma a la que llevan todos los caminos, la sinfon¨ªa que hace cantar a todos los sentidos, el c¨¢ntico de los c¨¢nticos". Para acabar con el disperso caos en que vivimos y vislumbrar alguna legitimidad indiscutible y globalizadora, Wojtyla suspira por Carlomagno y muchos intelectuales por alguna variante del Cantar de los cantares. De aqu¨ª su obsesi¨®n por la pureza, por no contaminarse con la ondulante variabilidad del orden imperfecto que vivimos o por entregarse sin condiciones a la legitimaci¨®n del poder. En las islas Kerguelen, donde soplan vientos arrasadores, los insector lepid¨®pteros han perdido su capacidad de vuelo, para evitar ser arrebatados por el hurac¨¢n; menos conscientes del momento en que viven, algunos de nuestros maestros siguen pensando que cuanto no sea voladora trascendencia es vil arrastrarse. Y de todas formas el hurac¨¢n se los lleva o la verg¨¹enza los aplasta.
Por esto sigo pensando que el anticlericalismo es oportuno, aunque se hace imprescindible extenderlo a las formas secularizadas que adopta frecuentemente la disputa teol¨®gica. Recordemos al respecto la pol¨¦mica levantada por cierto art¨ªculo de Vattimo en estas mismas p¨¢ginas: el pensador italiano encarna cierta reforma protestante de la funci¨®n intelectual que tropez¨® de inmediato con nuestros contrarreformistas tridentinos. De todas formas, no olvidemos tampoco a los cl¨¦rigos en el sentido estricto de la palabra, que en este pa¨ªs siguen todav¨ªa contando demasiado. Cuando le¨ªa hace unas semanas las referencias period¨ªsticas a la beatificaci¨®n de m¨¢rtires de nuestra santa cruzada civil y los significativos acontecimientos que despu¨¦s ocurrieron a la superflua delegaci¨®n espa?ola en tal acontecimiento, lo mismo que cuando veo la primera p¨¢gina de un diario luico ocupada por las disquisiciones pastorales de la asamblea episcopal, no puedo remediar seguir pensando como cualquier noble tragacuras de anta?o: "?Qu¨¦ cruz tenemos con ellos! Y ellos, ?qu¨¦ cara tienen!".
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