Concluida la ideolog¨ªa, nos queda la maledicencia
Suelo recibir de cuando en cuando cartas en las que alg¨²n lector descubre que he incurrido en contradicci¨®n. C¨®mo es posible, me dicen, que unas veces sostenga usted que los norteamericanos son dignos de admiraci¨®n porque investigan la vida privada de sus hombres p¨²blicos, porque controlan sus calidades humanas, y que otras nos diga que son belicosos y nacionalistas. ?Unas veces habla bien de ellos y otras mal! Y eso por no mencionar cuando se refiere a los hombres y a las mujeres. En un art¨ªculo sostiene que las mujeres se identifican con su casa y en otro nos dice que profesionalmente son m¨¢s precisas y diligentes que los hombres. ?Con qui¨¦n est¨¢ usted, con las mujeres o con los hombres?Traigo a colaci¨®n estas preguntas para evidenciar que hay algo que considero distorsionante en nuestra relaci¨®n con la realidad social. En lugar de preguntarnos exactamente por las cosas, en lugar de intentar comprender la realidad en su complejidad, buscamos simplificaciones.
Los norteamericanos, o son admirables en todo, o son despreciables por todo. Si tienen un sistema pol¨ªtico m¨¢s transparente que el nuestro, un sistema fiscal m¨¢s justo que el nuestro, entonces tienen que ser tambi¨¦n m¨¢s pacifistas y m¨¢s tolerantes que nosotros. Y as¨ª, las pel¨ªculas de Stallone, de Rambo a Rocky, incluyendo la ¨²ltima y terrible Cobra, tienen que ser obras ejemplares por su objetividad y por su humanidad. Lo cual, claro est¨¢, no es cierto. Un sistema social como el norteamericano es sumamente complejo, y lo ¨²nico que nos cabe hacer son exploraciones parciales para intentar conseguir muy poco a poco una visi¨®n m¨¢s completa.
En el an¨¢lisis de los comportamientos masculinos y femeninos encontramos m¨²ltiples detalles y sutilezas que es necesario examinar con objetividad. Las mujeres no son ni m¨¢s ni menos inteligentes que los hombres. En nuestra sociedad, y teniendo presente la peculiar historia de ellas, cabe decir que han desarrollado mejor unas determinadas aptitudes, una cierta sensibilidad. Y los hombres otras. Pero es un sinsenti.do decir que las mujeres son mejores que los hombres, como lo es decir que los hombres son mejores que las mujeres.
Las personas que piensan as¨ª no est¨¢n *realmente interesadas en el conocimiento, sino en la acci¨®n. No buscan la verdad, sino hacia qu¨¦ parte deben inchnarse. Y sucede incluso con frecuencia que ya han tomado partido y que lo ¨²nico que buscan son pruebas que justifiquen su opci¨®n. Su actitud no es cient¨ªfica, sino ideol¨®gica. Si alguien les muestra un fen¨®meno que contrasta con sus prejuicios, con lo que quieren o¨ªr, no lo toman en consideraci¨®n, sino que se enfurecen contra quien se lo muestra. Son como el enamorado que se ofende si alguien les descubre alg¨²n defecto, por leve que ¨¦ste sea, de la persona amada. Son como el racista que se encoleriza cuando alguien pone de mani flesto alguna virtud en la perso na que odia. El hombre de ideolog¨ªa no quiere conocer, quiere aprobaciones para lo suyo y con denas para lo contrario. No quiere ver cosas nuevas, quiere confirmaciones de lo que ya sabe.
Mucho se ha hablado en estos ¨²ltimos tiempos del declive y aun de la desaparici¨®n de las ideolog¨ªas. Es cierto que las ideolog¨ªas pol¨ªticas tradicionales, especialmente la marxista, se hallan muy debilitadas. Pero esto no quiere decir que el modo de pensar ideol¨®gico haya desaparecido. Lo que sucede es que ahora se ha refugiado en la vida cotidiana. El fanatismo se ha alejado de las calles y las plazas para reaparecer en las relaciones interpersonales. La intolerancia ya no suele estar presente en las manifestaciones callejeras, pero aparece ferozmente en los odios y envidias entre personas.
Pensemos en un hombre y una mujer que hasta hace poco viv¨ªan juntos, enamorados; se respetaban. Ahora, tras la separaci¨®n, cada uno de ellos describe al otro como un monstruo. Y adem¨¢s cada uno de ellos est¨¢ convencido, dispuesto incluso a jurarlo, que el otro siempre ha sido as¨ª, vil, repugnante. Estas gentes se han abandonado de tal manera al odio que ya no son capaces de recordar el pasado. Ni pueden probar los sentimientos de otros tiempos ni quieren ya hacerlo. Han preferido olvidar, no conocer. Ahora s¨®lo buscan pruebas que apoyen su tesis.
El pensamiento ideol¨®gico siempre est¨¢ contra alguien. Siempre est¨¢ al servicio de una lucha, y es siempre un instrumento de la violencia de la que est¨¢ impregnado, envenenado. Su familiaridad con la violencia es tal que se traduce hasta en sus palabras: duras, groseras, despreciativas, vulgares, llenas de c¨®lera. Un atento an¨¢lisis del lenguaje nos mostrar¨ªa que cierto periodismo, que aparentemente se ocupa de temas fr¨ªvolos, es en realidad ideol¨®gico y violento. Y tambi¨¦n cierta literatura bastante alejada de la pol¨ªtica.
En los a?os sesenta, los j¨®venes se declaraban pacifistas, antiautoritarios y no violentos. S¨®lo que la manera que ten¨ªan de decirlo evidenciaba una violencia soterrada que a?os,despu¨¦s ha emergido con el terrorismo. Hoy, la violencia ideol¨®gica y la intolerancia se manifiestan sobre todo en la hipocres¨ªa, en la maledicencia, en la calumnia, en la insinuaci¨®n. La ideolog¨ªa, cuando es personal, se transforma en vil chismorreo.
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