El ingl¨¦s, contra el toro
Un eurodiputado se muestra contrario al 'toro de Coria', ante el masivo apoyo del pueblo a la fiesta
Hace unos a?os el obispo de la localidad cacere?a de Coria tuvo que trasladar su sede a C¨¢ceres. Una pintada apareci¨® en el obispado: "Se vende la cuadra porque se ha ido el burro". As¨ª es Coria, dicen sus vecinos. La noche de San Juan, madrugada del mi¨¦rcoles, el eurodiputado brit¨¢nico Andrew Pearce se person¨® de inc¨®gnito en Coria para comprobar si en sus fiestas se maltrata a los toros. Su prop¨®sito es pedir al Parlamento Europeo la suspensi¨®n del festejo. La respuesta del pueblo al ingl¨¦s es m¨¢s contundente que la que diera al obispo.
Cuentan los vecinos que cuando lo del obispo la gente estuvo dos a?os sin pisar la iglesia y que al gunos exaltados quisieron echarle al r¨ªo. Con todo, los caurienses parecen tenerle m¨¢s apego al toro que al mitrado. En los encierros de los Sanjuanes participan todos los mozos del pueblo y muchos de los alrededores. Los p¨¢rvulos juegan al toro en los recreos y cuando una joven pre?ada pasea por la calle se le pregunta en qu¨¦ pe?a va a inscribir a su primog¨¦nito. Quien construye una casa nueva en Coria tiene la obligaci¨®n de instalar rejas en todas sus ventanas para que, cuan do San Juan, los mozos puedan asirse y librarse del toro.Desde la noche de San Juan hasta la tarde del 28 de junio se sueltan dos toros diarios en la lo calidad, uno por la tarde y otro de madrugada. Al bravo se le encierra en la Plaza Mayor, donde los maletillas y mozos en general hacen las delicias del pueblo, que les observa a salvo desde los tablaos que se instalan junto a las paredes de la misma plaza. Despu¨¦s de un rato se abren las portezuelas de la plaza y el toro sale al casco hist¨®rico de la ciudad, donde durante dos o tres horas los mozos le salen al encuentro, entre carreras, escaramuzas y expertos quiebros y quites.
Cuando el toro se cansa, un cazador le da muerte de un limpio tiro de escopeta en la testuz. El toro cae fulminado y los mozos, que cuando el disparo se hicieron a un lado, se abalanzan sobre ¨¦l. El primero que le agarra por las turmas (vocablo latino que permanece en Coria para designar los genitales) tiene derecho a com¨¦rselas con sus amigos, a manera de trofeo. Es el carnicero el que, en el matadero, las corta y se las entrega a su leg¨ªtimo due?o.
Alfileres
Antes, en la plaza, al toro se le han lanzado los soplillos, peque?os dardos que se disparan con cerbatanas desde los tablados y que consisten en peque?os cilindros de cartulina que terminan en un alfiler de costura. La punta nunca sobresale m¨¢s de un cent¨ªmetro y los vecinos aseguran que no atraviesa la piel del toro. Tambi¨¦n le tiran petardos y, aunque no siempre, alg¨²n aficionado le pone un par de banderillas. Rara vez se utiliza la pica: cuando el bravo da muestras de no serlo y dice a no moverse.
El eurodiputado Pearce, tras ver lo descrito, calific¨® la fiesta como "cruel y s¨¢dica" y reiter¨® que hab¨ªa que prohibir toda celebraci¨®n similar, corridas de toros incluidas, y cualquier deporte que tenga la caza de un animal como meta, seg¨²n dijo a Radio Nacional. El alcalde del pueblo, el abogado socialista Eugenio Sim¨®n, ofreci¨® a Pearce la posibilidad de ver una autopsia del toro en presencia de dos veterinarios que constataran la causa de la muerte y si el animal ten¨ªa hematomas o pinchazos. Pearce no acept¨®, alegando que ten¨ªa que hacer en Madrid. Antes de irse, acompa?ado por dos polic¨ªas municipales -"por si acaso, que los vecinos est¨¢n ya muy hartos de la gente que habla sin saber"-, Pearce dijo que eran "incivilizados" a lo que el alcalde contest¨® que 318 a?os antes de Cristo ya hab¨ªa m¨¢s de 300 vecinos en Coria.
En efecto, son siglos de toro. Cientos de noches de San Juan sin que falte un quiebro de cintura a escasos cent¨ªmetros de las astas. Seg¨²n la leyenda, desde que los caballeros de Isabel la Cat¨®lica humillaran a las huestes de la Beltraneja en las tierras de Coria, convertidas en campo de batalla por culpa del trono de Castilla. Un noble de la Reina Cat¨®lica de Castilla intent¨® lancear a un toro como premio a la lealtad de Coria, que desde el primer momento estuvo de parte de la que ser¨ªa esposa de Fernando. El toro se escap¨® de la plaza y ech¨® a correr por las estrechas calles de Coria. La parroquia, quien sabe si euf¨®rica por el sabor de la victoria, sali¨® en su busca. El noble dej¨® de ser el protagonista, todos se divirtieron mucho y, seg¨²n dicen, van a seguir haci¨¦ndolo.
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