La verdadera m¨²sica de Pat Metheny
ENVIADO ESPECIALPat Metheny se convirti¨® en unos de los protagonistas musicales del a?o pasado gracias a Song X, un disco de jazz bastante libre que grab¨® con Ornette Coleman. Tambi¨¦n vino a Vitoria a interpretar temas de jazz en plan tr¨ªo de guitarra, contrabajo y bater¨ªa. Era un tr¨ªo ilustre, el tr¨ªo de Rejoicing, con Metheny, Charlie Haden y Billy Higgins.
Pero todo eso son divertimentos o derivaciones en su carrera, porque la verdadera m¨²sica de Pat Metheny es la que ha tocado en Vitoria. La prueba principal es que ten¨ªa a su lado al incondicional Lyle Mays, que maneja los teclados con sensibilidad y sin la prepotencia tecnol¨®gica de otros.
Por otro lado, es explicable que Pat Metheny se distraiga con pasatiempos, porque ya consigui¨® la madurez de su aut¨¦ntica m¨²sica hace a?os y ahora lo m¨¢s que puede hacer con ella es pulirla, retocarla y abrirla a influencias. Someti¨¦ndola a ese ejercicio manierista, lo que ha conseguido es brasile?arla much¨ªsimo. Lo demuestra la presencia en su grupo del percusionista Armando Margal, descendiente de los fundadores de la ilustre escuela de samba Portela. Cierto que al hombre se le oy¨® bastante poco, pero siempre da colorido tener quien saque a pasear el reco-reco, la cu¨ªca, el afoch¨¦ y, en general, todo el menaje de la percusi¨®n brasile?a.
XI Festival de Jazz de Vitoria
Pat Metheny. Pabell¨®n polideportivo de Mendizorroza. Vitoria, 16 de julio.
Pat Metheny es el arquetipo del alumno aventajado de la academia de m¨²sica Berclee. Puede que alguien se ofenda, porque esto se suele decir en sentido peyorativo, pero la verdad es que no tiene nada de malo; quiere decir, por ejemplo, que Metheny toca con fluidez imaginaci¨®n y gusto por la melod¨ªa. Su mejor voz la encuentra en los temas reposados, que interpreta con mimo y en ese su justo punto expresivo entre el primor y la cursiler¨ªa que necesitan las baladas para despertar aut¨¦nticas emociones. En eso se parece a su primer jefe, Gary Burton, otro disc¨ªpulo de Berclee a quien, por cierto, tambi¨¦n recuerda algunas cosas que hace Lyle Mays con los teclados.
Metheny y Mays tienen el espect¨¢culo discretamente montado, con comienzo en plan banda de pueblo, sin omitir los detalles horteras del juego de luces en los momentos fren¨¦ticos e incluso las nubecitas de humo, en una especie de sinfon¨ªa pastoral posmoderna con muchos efectos sonoros de cantos de pajaritos y cencerros de vacas. En el grupo, adem¨¢s de los ya mencionados, est¨¢n un bajista correcto, Steven Rodby, y un b¨¢rbaro de bater¨ªa, Paul Wertico, que fue el principal responsable de que al pobre percusionista brasile?o no se le oyera casi nada.
A lo largo del concierto, que fue generoso (dos horas y media), Pat Metheny toc¨® del orden de un mill¨®n de guitarras y guitarrillos diversos, y hasta un sitar electr¨®nico con el que interpret¨® Last train go home, evocador tema ferroviario que es la mejor canci¨®n de su ¨²ltimo disco. Se puede decir que Pat Metheny y Lyle Mays disponen de todos los artilugios necesarios para convertir en realidad cuantas ideas surjan bajo sus floridas cabelleras. A pesar de eso, para unas vocecitas y ciertos apoyos instrumentales llevan en el grupo a dos cantantes de carne y hueso. O es un fino detalle ecologista o es que la t¨¦cnica no lo puede todo.
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