An¨¦cdotas de colores
De c¨®mo 'Ofelia' pos¨® en una ba?era, Van Gogh pint¨® su habitaci¨®n buscando serenidad y Picasso no pudo dormir bajo las bombas
De los pintores vivos se suele saber casi todo antes de que comiencen a pintar, salvo cuando surge una historia como 240 cuadros: son los que el realista Andrew Wyeth pint¨® durante 15 a?os inspir¨¢ndose en una mujer secreta; una historia s¨®lo descubierta hace unos meses. Pero estas historias estruendosas son costumbre moderna. Como dice Germain Bazin, conservador del Louvre, lo que sabemos de los impresionistas nos ha sido contado por quienes fueron sus amigos, que cuando lleg¨® la gloria, d¨¦cadas despu¨¦s de los a?os oscuros, hubieron de esforzarse por revivir matices, an¨¦cdotas. Ello da pie a leyendas muchas veces menos sugerentes que la realidad.
Unos dicen que Ofelia, semi hundida en el agua, aunque inm¨®vil est¨¢ viva. Otros piensan que la posici¨®n de los brazos, semi abiertos en cruz, indican locura y muerte. "Llev¨¢ronle en su ata¨²d, con la cara descubierta..." -cante la suave Ofelia en Hamlet, de Shakepeare, cuando ya todo es irremediable- "y llovieron muchas l¨¢grimas -obre su tumba entreabierta". Lo que nadie pone en duda es que se trata de la obra inolvidable de sir John Everett Millais (1829-1896), una de las cimas del movimiento Prerafaelista, y una pintui a de tal capacidad de sugerencia que la Tate Gallery de Londres la eligi¨® entre sus tesoros (miles de Turner, por ejemplo) para ilustrar el cartel de su 75 aniversario.Basta acercar la nariz a la tela para comprender que el pintor debi¨® de dejarse los ojos, lentamente, obsesicnado durante mucho tiempo. Ofelia (1852) toma aqu¨ª la imagen de la bell¨ªsima Elizabeth Siddall, modelo tambi¨¦n y compa?era de Dante Gabriel Rossetti, el oiro grande de los prerafaelitas y cofundador de la cofrad¨ªa. Elizabeth posaba largas sesiones en una ba?era y el pintor ten¨ªa que interrumpir a cada rato sus pinceladas de chino para arrimar troncos al fuego que manten¨ªa el agua m¨¢s o menos tibia. Existe una historia para turistas seg¨²n la cual Elizabeth muri¨® a consecuencia de una pulmon¨ªa torcida de tuberculisis que hab¨ªa cogido en la experiencia.
Pero se trata de un infundio de gente pobre de imaginaci¨®n y la historia real es m¨¢s literaria. Elizabeth se cas¨® con Rossetti en 1860 pero dos a?os despu¨¦s ella tom¨® una dosis mortal de l¨¢udano. Rossetti enterr¨® junto a ella sus poemas a¨²n desconocidos, se arrepinti¨®, los desenterr¨® dos a?os m¨¢s tarde para publicarlos y entonces lectores y cr¨ªtica decidieron que era uno de los principales poetas de su tiempo.
La habitaci¨®n de Vicente
En esa habitaci¨®n que deb¨ªa "sugerir el sue?o o el reposo", seg¨²n le dijo a Theo, su hermano, viv¨ªa Vincent Van Gogh cuando intent¨® matar a Paul Gauguin con una navaja, un d¨ªa de Navidad, en un ataque de locura. Es conocido. Para castigarse -admiraba de Gauguin, sobre todo, su sentido del color-, Van Gogh se reban¨® parte de la oreja izquierda, lo que a su vez permiti¨® la creaci¨®n de sus dos Autorretratos con la oreja cortada. Retratos tr¨¢gicos y legendarios si los hay.
El artista hab¨ªa intentado crear en Arl¨¦s, pueblecillo del sur de Francia, el taller del porvenir. Este paisaje de sur le hab¨ªa parecido "tan bello como el Jap¨®n por la limpidez y los efectos de color alegre". El descubrimiento del Mediterr¨¢neo cercano le emborrach¨® y le liber¨® para crear obras may¨²sculas como Barcos en la playa. Pidi¨® colores extravagantes, como el amarillo lim¨®n, el azul de Prusia, el verde esmeralda, el naranja. Las cartas a su hermano revelaban una gran alegr¨ªa, y su placer de organizar una casa de amigos "alumbrada por el amarillo". Gauguin lleg¨® en octubre.
Cuando Van Gogh regres¨® del hospital, sin oreja, la poblaci¨®n de Arl¨¦s recogi¨® firmas para pedir su internamiento definitivo. (Ahora esa poblaci¨®n quiere hacer un museo en honor y memoria del artista). Van Gogh, m¨¢s angustiado a¨²n que sus vecinos, pidi¨® por propia iniciativa ser admitido en el hospital de Saint R¨¦my.
Comenz¨® entonces, pese a sus crisis nerviosas y a los alaridos de los enfermos -con quienes el ex seminarista intent¨® mantener una relaci¨®n humana-, el periodIo m¨¢s fecundo de la vida del artista: mayo a mayo de 1889 a 1890. Entre las m¨¢s de 150 telas surgidas de ese a?o de privilegio figuran algunas de sus obras maestras -La noche estrellada, por ejemplo- y de nuevo, dos veces, su estancia en Arl¨¦s, vac¨ªa, en lo que a juicio de Germain Bazin constituye en definitiva una gran naturaleza muerta. "La contemplaci¨®n de este cuadro debe ser un descanso para la cabeza, o m¨¢s bien para la imaginaci¨®n...", escribi¨® Vincent a Theo en una de sus cartas.
Los pies sobre la mesa
La Gran Guerra se llev¨® a muchos artistas desde Par¨ªs hasta el barro del frente, de forma que, cuenta Gertrude Stein, testigo de primera fila, Picasso llegaba a preguntar alguna vez con su humor espa?ol: "?No ser¨¢ espantoso cuando Braque, Derain y todos los dem¨¢s hablen de la guerra poniendo sus patas de palo sobre la silla?".
Picasso resid¨ªa en Montrouge, con Olga Koklova, la bailarina rusa. Se hab¨ªa mudado desde Montparnasse, el barrio bohemio que por entonces esquinaba Par¨ªs, buscando m¨¢s tranquilidad. Pronto comprendi¨® su error: para ver a sus amigos, ten¨ªa que volver a Montparnasse, y la escasez de transportes le obligaba a regresar a su casa a pie, a veces tarde por la noche, lo que por lo dem¨¢s no le molestaba pues ya entonces gustaba velar cuando los dem¨¢s dorm¨ªan: as¨ª le parec¨ªa vencer a la muerte, sugiere Roland Penrose, en la ¨²nica biograf¨ªa autorizada por el pintor.
Una noche el artista no pudo dormir a causa del retumbar de ca?ones a la puerta de Par¨ªs. Salt¨® de la cama y busc¨® una tela para pintar. No la encontr¨®. Entonces cogi¨® un cuadro de Modigliani que hab¨ªa comprado y, utilizando una pintura espesa para evitar cre¨® una naturaleza muerta de guitarra y botella de oporto. Monet, el impresionista, tambi¨¦n hab¨ªa pintado sobre cuadros. Cuadros suyos. No ten¨ªa dinero para comprar telas de amigos.
El c¨ªrculo de amigos se hab¨ªa reducido, y Picasso s¨®lo ve¨ªa a Chirico, Modigliani, in¨²til con frecuencia por su vida de perdici¨®n y con quien hab¨ªa vivido en el Bateau Lavoir en 1908, y a los espa?oles Julio. Gonz¨¢lez y Pablo Gargallo. Gargallo era amigo de Picasso desde los tiempos barceloneses de Els Quatre Gats. Seg¨²n cuenta Patrick O'Brian, otro bi¨®grafo de Picasso, Gargallo ten¨ªa la suficiente delicadeza para no vender los dibujos y cuadros que Picasso regalaba a sus amigos con una caprichosa generosidad que no admit¨ªa sugerencias ni presiones.
En el primer invierno de la guerra Gargallo decidi¨® emigrar a tierras m¨¢s hospital arias. Estaba adem¨¢s muy enamorado de una joven llamada Magali, con la que fatalmente se quer¨ªa casar, pero no ten¨ªa un franco. Pidi¨® pues permiso a Picasso para vender un dibujo que ¨¦ste le hab¨ªa regalado. Picasso no s¨®lo se lo dio, sino que adem¨¢s le ayud¨® a buscar comprador. El d¨ªa del viaje, Picasso acompa?¨® a Gargallo y a su novia a la estaci¨®n, y se produjo la cinematogr¨¢fica escena de los adioses melanc¨®licos desde la ventanilla, desde el and¨¦n. El tren ya iniciaba la marcha cuando el peque?o Picasso dio un salto y arroj¨® en el compartimento un cilindro. Era un dibujo cubista, que deb¨ªa reemplazar al vendido.
El tabernero y las golondrinas
El tabernero de la esquina (1908) es uno de los dos cuadros fauve surgidos de las investigaciones llevadas a cabo, cuando lo del Crimen de las golondrinas, por el pintor (1886; es probable que haya muerto pero no se sabe). La historia es m¨¢s o menos como sigue: Aburridos del cuchitril del boulevard Clichy en el que han sobrevivido hasta el momento, el pintor y su compa?era, Ana Mar¨ªa, buscan los domingos por la ma?ana otro alojamiento.Dan por fin con unos espaciosos desvanes en la calle Caulincourt. El lugar es amplio, bien aireado, con vista sobre las chimeneas de Par¨ªs y a bajo precio. Un chollo. Pero pronto le sale el rabo: Ana Mar¨ªa abre la puerta de una alacena y topa con un hombre ahorcado: "alarmas, gritos, carreras, sustos, subidas y bajadas, preguntas, figuraciones, aglomeraci¨®n, comentarios y la polic¨ªa", cuenta, a?os despu¨¦s, el bi¨®grafo del pintor.
El muerto es un vecino sin inter¨¦s, casado y sin hijos. Una pajuela a sus pies hace sospechar del supuesto amante de su joven mujer, un infeliz dependiente de una lecher¨ªa al otro lado de la calle: la pajuela es igual a las utilizadas en esta tienda para envolver huevos.
La polic¨ªa se apresura a sacar conclusiones y el sospechoso es detenido. Ocho d¨ªas m¨¢s tarde el pintor encuentra otra pajuela en su ventana. No es preciso ser detective para comprender que la han tra¨ªdo las golondrinas que construyen su nido bajo el alero de la casa. Ana Mar¨ªa va con el cuento a la polic¨ªa, pero ¨¦sta comienza a sospechas de ella.
?Por qu¨¦ tanto inter¨¦s? El pintor cuenta la historia en el estudio de Picasso, donde la escucha Apollinaire y la transmite a unos periodistas. Esa es la forma en que los papeles se enteran y hablan del Crimen de las golondrinas, pero de todas formas el sospechoso es condenado a veinte a?os.
Indignado, el pintor investiga por su cuenta -es cuando crea El tabernero de la esquina, a modo, quiz¨¢, de retrato-robot-. Sus pesquisas s¨®lo le conducen a la cama de la viuda, que no cuenta nada, si es que sabe algo. La clamorosa injusticia refuerza las tendencias anarquistas del pintor.
Los que saben dir¨¢n que es ¨¦sta una historia mentirosa, puesto que pertenece a un pintor ficticio, Jusep Torres Campalans, creado por la imaginaci¨®n delirante de Max Aub. Pero si es ficticio, ?c¨®mo es posible que exista el cuadro?
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