El sue?o eterno
La pen¨ªnsula de Monterrey, el extremo sur de San Francisco
Al sur de la ciudad de San Francisco est¨¢ la pen¨ªnsula de Monterrey, que incluye el peque?o municipio de Carmel, famoso por su misi¨®n de San Carlos Borromeo del R¨ªo Carmelo, fundada en 1770 por fray Jun¨ªpero Serra, y famoso tambi¨¦n por tener un alcalde llamado Clint Eastwood. Carmel cuenta con unos 5.000 habitantes, que se multiplican por dos en temporada alta; es una villa de veranee para gente rica y artistas no demasiado bohemios, que viven en casas confortables semiescondidas en la foresta y que bajan a comprar a las exquisitas tiendas de Main Street o a pasear por la playa, batida por el oc¨¦ano Pac¨ªfico.
Antes de ser alcalde de Carmel, Eastwood produjo tres pel¨ªculas que se rodaron aqu¨ª -la m¨¢s famosa, Play Misty for me- y proporcionaron al pueblo tal publicidad que a los votantes no les quedaron dudas a la hora de elegirle como major, Y parece que el actor les dedica buena parte de su tiempo, pese a que sigue trabajando en el cine y a que aparece tambi¨¦n en anuncios publicitarios a favor de la conservaci¨®n del medio ambiente: "Los malos destruyen la tierra americana, los buenos tratamos de impedirlo", dice un Eastwood completamente encanecido y con aspecto de alimentarse s¨®lo a base de nueces. Bad boys, good boys. As¨ª de simple.Monterrey es otra cosa. Hay huella espa?ola, pero s¨®lo del pasado: el presidio o fuerte, la catedral, las casas de adobe, los museos. No se descubre presencia hispana. Para eso hay que irse al interior, al Valle de Salinas, en donde pr¨¢cticamente la mayor¨ªa de los braceros son chicanos o inmigrantes ilegales recientes. En Salinas naci¨® John Steinbeck, y sobre el valle nadie ha escrito algo mejor que Las uvas de la ira.
Steinbeck tambi¨¦n vivi¨® en Monterrey, en sus a?os mozos, mezcl¨¢ndose con los pescadores de Cannery Row, un tramo situado junto al mar, en el que se instalaron las f¨¢bricas de conservas. Cuando las barcas depositaban en la arena su cargamento azul de sardinas, las ca?er¨ªas avanzaban sus embocaduras y absorb¨ªan el bot¨ªn, sacudi¨¦ndolo, limpi¨¢ndolo, despiez¨¢ndolo, hasta que sal¨ªa enlatado por el otro extremo. La calle entera temblaba con la operaci¨®n. Eso era en otros tiempos; tiempos en los que aqu¨ª viv¨ªa gente curtida, en medio de lo que Steinbeck llam¨® "un poema, una cualidad de la luz, una nostalgia, un sue?o".
En la actualidad, Monterrey es una ciudad tur¨ªstica de 28.000 habitantes, que se triplican durante la temporada alta. Tiene una amplia playa de dunas, un muelle para embarcaciones de recreo, un festival anual de cine y otro de jazz, un acuario en donde se hospeda toda la flora y fauna de la bah¨ªa -por si les interesa, en su interior se rod¨® Stars treak IV- y un peque?o aeropuerto del que parten bimotores que conectan con las ciudades cercanas en el lapso de un suspiro.
La pesca de Steinbeck
De la Cannery Row descrita por Steinbeck apenas queda nada. Hace unos 30 a?os, las sardinas decidieron retirarse. Ya antes lo hab¨ªan hecho las ballenas -Monterrey fue puerto ballenero durante todo el XIX y principios de este siglo-, cansadas de tanto exterminio. Cuando tambi¨¦n las sardinas decidieron desaparecer, el pueblo entero lo tom¨® como una retirada moment¨¢nea y, cada vez que una sardinilla despistada ca¨ªa en una red, lo cre¨ªan un signo de recuperaci¨®n.No ocurri¨® as¨ª, y las f¨¢bricas se convirtieron en restaurantes, en almacenes de souvenirs: porque, mermada en sus ingresos pesqueros -aqu¨ª no hay m¨¢s que calamar y lenguado, todo el marisco viene de San Francisco-, Monterrey tuvo que potenciar su vertiente tur¨ªstica, poniendo al d¨ªa sus atracciones de tierra y mar.
La vieja Monterrey a la que hu¨ªa Carl Trask -personaje de Al este del Ed¨¦n, James Dean en la pel¨ªcula- se ha convertido en un moderno centro tur¨ªstico que incluye la visita al lugar llamado Path of History, en donde uno puede visitar el punto desde el que los espa?oles . reclamaron esta tierra para su rey; las casas de Alvarado, de Vasquez, de Estrada; el primer teatro que hubo en California, que sigue funcionando. Y la casa de R. L. Stevenson, que, si bien no escribi¨® nada en Monterey, s¨ª dedic¨® su tiempo a cortejar a la que ser¨ªa su esposa.
Cerca est¨¢ el Fisherman's Wharf, el muelle de pescadores, con su embarcadero de madera, tambi¨¦n convertido en muestrario de restaurantes, negocios de recuerdos y puestos de venta de pescado fresco o de chucher¨ªas marinas para picotear o arroj¨¢rselas a los elefantes marinos que chillan y sacuden sus aletas entre los pilares desgastados por el oc¨¦ano. Entre ellos revolotean cientos de gaviotas, a la espera de las sobras de los restaurantes.
De cuando en cuando, en alg¨²n bar que todav¨ªa mantiene cierto estilo, cierto sabor de anta?o, un hombre de piel bronceada contar¨¢ que al norte de la bah¨ªa alguien se ha hecho con un buen mont¨®n de sardinas. "Volver¨¢n, seguro". Entonces se abre la puerta y un grupo de bulliciosos turistas entra pidiendo margaritas, y el tipo se calla, y se queda mirando c¨®mo el barman agita la coctelera.
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