Los nuevos asesinos
NO SON suicidas estos conductores que se lanzan en sentido contrario por una autopista o que intentan saltar por la ventanilla de un autom¨®vil a otro a grandes velocidades; dejan un n¨²mero de posibilidades a su favor dentro de una situaci¨®n peligrosa, y el juego est¨¢ en vencer las probabilidades. A quien no dejan posibilidades es al inocente que se cruza con ellos. Como deja oportunidades el cada vez m¨¢s practicado ritual de la ruleta rusa -una sola bala en el tambor, movido a ciegas- con el rev¨®lver que guardaba pap¨¢ por si volv¨ªan los rojos (y no han vuelto). O como los saltos de la madrugada a la piscina medio vac¨ªa y helada de las discotecas (algunas han tenido que poner redes, como otras tienen taxis contratados para que lleven a los j¨®venes a quienes no permiten, por su estado, recoger su autom¨®vil del estacionamiento).De estos actos nos enteramos s¨®lo cuando hay muertos, propios o del enemigo, llamando enemigo de ese grupo al burgu¨¦s que conduce con precauci¨®n, a la sociedad moderada y consciente, o al padre que espera tras el balc¨®n la reaparici¨®n de su hijo. La droga y el alcohol les acompa?an en esta aventura rom¨¢ntica y criminal. Son gentes que no encuentran hoy suficiente violencia en la sociedad organizada y la crean para s¨ª mismos. No carecen de precedentes: hubo conductores suicidas y desaf¨ªos enloquecidos en las carreteras en los Estados Unidos previos o inmediatamente posteriores a la guerra de Vietnam -est¨¢ en las pel¨ªculas: algunas de Marlon Brando, algunas de Elia Kazan-, o como los hab¨ªa en el Londres anterior a la batalla de Inglaterra, o como los estudiantes duelistas prusianos de las novelas de principios de este siglo y finales del anterior. Graham Greene cuenta su propia experiencia en la ruleta rusa antes de la I Guerra Mundial. Y los j¨®venes se?oritos de la preguerra espa?ola iban los domingos a matar a los ch¨ªbiris rojos que ven¨ªan inermes y cantando de la Casa de Campo de Madrid. Quiz¨¢ cuando todo trasciende a la literatura, al teatro o al cine tiene un sentido, un psicoan¨¢lisis, incluso una sociolog¨ªa helada, una suposici¨®n del romanticismo juvenil de los rebeldes sin causa, que en el otro extremo de la madeja social puede dar navajeros, delincuentes precoces y suicidas de jeringuilla.
Visto el tema de cerca, en la actualidad m¨¢s inmediata, y conociendo a los est¨²pidos neorrom¨¢nticos, analfabetos de buenos colegios, sin utilizar m¨¢s literatura que la que permite la sencillez de un editorial de peri¨®dico, esta ola es repugnante y horrorosa. No tiene, hasta ahora, m¨¢s l¨ªmite que la autocorrecci¨®n; el retraimiento de miedo que se produce tras cada caso mortal, a veces disfrazado por las familias e incluso las autoridades (el verano pasado, el director general de Tr¨¢fico, hoy sustituido por la que era gobernadora de Palencia, asegur¨® que la Prensa exageraba y que no ten¨ªa constancia de estas pruebas).
Pero tan pronto como esa muerte se va haciendo leyenda en los bares y discotecas parece que aumenta el est¨ªmulo por repetirla. Las apuestas de las carreras de autom¨®viles, o por la velocidad en sentido contrario, se estaban haciendo a tres millones de pesetas; a veces los conductores reciben una cantidad fija para ello, que pagan los espectadores apostados en la cuneta. Pero no es el dinero lo que se debate en estos casos, sino algo que antes se llamaba la hombr¨ªa, de la que participan ahora las mujeres -muchachas, casi ni?as, como los chicos-; la creaci¨®n de un buen nombre, de una aureola. Cuidado con ellos. En la primera ocasi¨®n que se les pudiera presentar ser¨ªan capaces de matar directamente, y gratis, y con el menor riesgo posible.
Este tipo de sucesos desborda la aplicaci¨®n del C¨®digo de Circulaci¨®n, cuyas sanciones quedan r¨ªd¨ªculas, con sus multas menores al dinero apostado y sus retiradas del permiso de conducir, que a esta canalla no le hace falta para nada. Es una cuesti¨®n penal directa, aparte de que el autom¨®vil sea o no el arma homicida, que debe empezar ya por la vigilancia de los tramos elegidos y continuar por una actuaci¨®n judicial que no se detenga ante los grandes apellidos implicados o por una razonable piedad por los padres que no son responsables, sino tambi¨¦n v¨ªctimas.
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