El legado de la novelista
Parece obligado, cuando de conmemorar literariamente un centenario se trata, hacer balance de lo que haya podido dar de s¨ª la herencia del escritor o escritora homenajeado. Pero, en el caso de Emilia Pardo Baz¨¢n, esa tarea me parece harto problem¨¢tica, en gran parte por el car¨¢cter excepcional -sin que ello implique de entrada ning¨²n juicio de valor- que la novelista ostenta en la trayectoria conjunta de nuestra literatura contempor¨¢nea.Hace ya m¨¢s de un tercio de siglo, cuando Elena Quiroga gan¨® el Premio Nadal con Viento del Norte, algunos cr¨ªticos se adelantaron a proclamar cierto discipulaje de la joven autora para con la condesa, y todo parece indicar que les mov¨ªa un doble est¨ªmulo de naturaleza s¨®lo tangencialmente literaria. En primer t¨¦rmino estaba la condici¨®n femenina de ambas, y en segundo, el aprovechamiento de un mismo ¨¢mbito de enormes potencialidades narrativas, como era todav¨ªa en 19,50 el de esos enclaves decr¨¦pitos, contradictorios y misteriosos constituidos por los pazos de Galicia, que despu¨¦s de la novela de Emilia Pardo Baz¨¢n dieron pie tem¨¢tico y argumental a un verdadero subg¨¦nero en la novel¨ªstica gallega y espa?ola en castellano. T¨ªtulos de muy irregular val¨ªa a cargo de Valle-Incl¨¢n, Alejandro P¨¦rez Lug¨ªn, Vicente Risco, Ram¨®n Otero Pedrayo o el ya citado de Elena Quiroga jalonar¨ªan esa serie ut¨®pica mente derivada de Los pazos de Ulloa, filiaci¨®n que de inmediato podemos desvanecer utilizando precisamente un argumento de do?a Emil¨ªa a la que tanta guerra se le dio con la bernardina de que el asunto principal de esa misma novela proced¨ªa inexorablemente ora de O crime do padre Amaro o de La faute de l`abb¨¦ Mauret, ora, sin ir tan lejos, de Du?a Luz, Tormen to o La regenta: "?Cu¨¢ndo se convencer¨¢n los bobos, o, me jor dicho, los pillos, de que los asuntos hist¨®ricos y tradicionales pertenecen a todo el mundo?".
Porque, pese al medio aristocr¨¢tico en el que la condesa se desenvolv¨ªa su presencia activa en la vida de los salones y la an¨¦mica categor¨ªa intelectual de los que, salvo excepciones los cultivaban, nuestra escritora siempre supo trascender la concepci¨®n de la literatura como un enrevesado sistema para consegu¨ªr reconocimiento de lo happy few -en Espa?a, inveteradamente iletrados- y del di¨¢logo sobre ella como otra variante de los ecos de sociedad.
Herencia psicol¨®gica
A ese punto lleva considerar la herencia dejada por un escrito
como un hecho psicol¨®gico, que hipoteca la originalidad del que viene luego a cuenta de la figura influyente que le ha precedido, cuando en definitiva todo se reduce a un hecho tan simple como que cada nuevo texto resulta de la creatividad de alguien que previamente, antes de escribir, ha le¨ªdo. No hay porqu¨¦ recurrir, sobre todo en una p¨¢gina al vuelo como ¨¦sta, a tecnicismos de los que hoy d¨ªa continuamente se suscitan a partir de la noci¨®n b¨¢sica de la intertextualidad y su corolario del palimpsesto. Basta con recordar aquella afirmaci¨®n de T. S. Elliot que do?a Emilia no alcanz¨® a leer, pero suscribir¨ªa la de que toda la literatura -desde Homero hasta el nov¨ªsimo que merezca mejor tan ef¨ªmero nombre- tiene una existencia simult¨¢nea, y en ese sentido es contempor¨¢nea.
Lo dicho alcanza tambi¨¦n, por supuesto, a la autora de Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza, y hacen de la conmemoraci¨®n del centenario de ¨¦stas un hecho de actualidad m¨¢s que de arqueologismo literario. Si antes alud¨ªamos a lo excepcional de su figura, es momento de concretarlo en una inagotable curiosidad intelectual que hizo de ella arquetipo de lo que hoy llamar¨ªamos novelista autoconsciente. En efecto, aquella constante inquietud suya, que Men¨¦ndez Pelayo atribu¨ªa en carta a Valera a la naturaleza "receptiva" -eufemismo de fr¨ªvola propia de la mujer, hizo de Emilia Pardo Baz¨¢n una suerte de incansable zaor¨ª por el universo de las ideas -el pensamiento cristiano, pero tambi¨¦n el positivismo darwinista, el krausismo y, en general, el regeneracionismo del que particip¨® a su manera- y el de las formas novel¨ªsticas, desde el costumbrismo del que parti¨® como tantos otros escritores de su ¨¦poca hasta el naturalismo -sobre el que escribi¨® un libro lleno de equilibrio y distancia, y por ello mal interpretado (1883)-, los nuevos vientos espiritualistas de la gran novela rusa del siglo XIX, de la que fue asimismo divulgadora entre nosotros (1887), y hasta el simbolismo como antesala de una modernidad a la que adscribi¨® su ¨²ltima etapa narrativa a partir de La quimera.
No resultar¨ªa sencillo discutir, con todo, que su obra m¨¢s granada est¨¢ en la gran saga de los pazos, de cuyas dos partes la primera es dif¨ªcilmente supe rable. Los pazos de Ulloa sigue siendo considerada mayoritariamente por la cr¨ªtica no s¨®lo la mejor novela de su autora, sino tambi¨¦n una de las que reflejan con mayor evidencia la adopci¨®n por su parte de la f¨®rmula novelesca de Emile Zola. Sin embargo, y parad¨®jicamente, maestro y presunta disc¨ªpula coincid¨ªan en negar el naturalismo de la autora gallega -a pesar de lo cual, do?a Emilia empez¨® ya entonces a ser natura lista malgr¨¦ lui-, y este injusto t¨ªtulo ha pervivido hasta nosotros con el agravante de una adjetivaci¨®n (naturalismo cat¨®lico) que constituye a todas luces una defici¨®n ideol¨®gica, m¨¢s que espec¨ªficamente literaria.
Novela de aprendizaje
En Los pazos de Ulloa nos encontramos con una pura novela de aprendizaje, donde los rasgos naturalistas del bronco mundo que se describe resultan de la deformaci¨®n subjetivista a que los somete la perspectiva adaptada, circunscrita a la visi¨®n de un curita gazmo?o reci¨¦n salido del seminario, tan ingenuo como el santo de su nombre. Es la misma salida que encontrar¨¢ otro esforzado estudioso y visitante parisiense de los de M¨¦dan, Henry James, sin que en la historiograf¨ªa de la literatura inglesa se le haya abierto l¨¢pida de naturalista (y menos de naturalista protestante). Aquella forma de localizar el relato se considera el gran aporte de la mejor phase jamesiana a la renovaci¨®n narrativa finisecular, iniciada en 1896 con The turn of the screw..., 10 a?os m¨¢s tarde que Los pazos de Ulloa.
El legado de Emilia Pardo Baz¨¢n ser¨ªa, pues, el de una autoconsciencia creativa y una apertura intelectual s¨®lo comparable en su momento a las de Clar¨ªn, que le llevaron a conocer la literatura de su tiempo en sus lenguas originales, a asimilarla, criticarla e incorporar lo que de ella le serv¨ªa a proyectos personales donde ese andamiaje no se ve, pues se trata de textos en absoluto epig¨®nicos, sino ya desde su misma g¨¦nesis actuales y llenos de personalidad. Muy larga es la distancia que separa su actitud de la de otros escritores, de entonces y de ahora, que participan de un anacr¨®nico iluminismo rom¨¢ntico por el cual sus obras se les figuran textos ¨²nicos, irrepetibles, que nada deben a la otra literatura y s¨®lo se justifican desde la existencia de un genio excepcional: ellos mismos.
Do?a Emilia se serv¨ªa de pl¨¢sticas comparaciones para hacer cr¨ªtica literaria, actividad en la que tanto destac¨®, y defin¨ªa en t¨¦rminos sorprendentemente fenomenol¨®gicos avant la lettre. Mucha cola trajo aquella ocurrencia suya de equiparar el talento de Pereda con un huerto hermoso, bien regado y cuidado pero de muy limitados horizontes. Menos citada fue, sin embargo, aquella otra visi¨®n del naturalismo zolaesco como una de esas "habitaciones bajas de techo y muy chicas, en las cuales la respiraci¨®n se dificulta". No me extra?ar¨ªa, pues, que desde su espacioso sitial ol¨ªmpico valorase la obra de algunos ¨²ltimos colegas suyos de hoy ajenos por completo a su legado como una especie de terreno bajo, inculto y lleno de maleza.
es catedr¨¢tico de Teor¨ªa de la Literatura en la universidad de Santiago de Compostela.
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